FRANCISCO IDE INCRUSTADO DE QUIASMAS
“Observatorio”, de Francisco Ide. (Ediciones Corriente Alterna, 2011
Oscar Barrientos Bradasic
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El poeta concebido como fotógrafo de la realidad, la enumeración y el salto al vacío, la noche con sus venenos y sus mirlos, las cajas de resonancia donde se debaten los espejos del abismo, el texto similar al pentagrama, la metáfora que fractura la gramática, por allí va
Francisco Ide y su sombra.
Hace ya tiempo que había noticias de sus afanes literarios laboriosos y de su innegable talento, pero faltaba la coronación de dicho aserto y aquí tenemos “Observatorio” (Ediciones Corriente Alterna, 2011).
La primera sensación que tengo de este libro es de la poesía entendida casi como
arquitectura, una suerte de labor de urbanismo alegórico, de ocupación de una ciudad que se construye a partir del ojo, el mismo ojo travieso vallejiano, pero que esta vez emerge incrustado de quiasmas y constelaciones diluidas en los laboratorios de la belleza. “la ciudad nos permite pocos aciertos/ y no se camina precisamente en busca de alguno:/ andar con cuidado es transitar casi transparentes/ el espacio entre un lector y su objeto de lectura,/ andar con cuidado es insultar cuando se pueda/ la inteligencia de la policía/ andar con cuidado es machacar las vitrinas/ de los bares de la metrópolis, solemnemente”
Poesía que arroja por todos los poros esencia e ironía, conciencia poética y oficio de transeúnte en una ciudad cargada y sembrada de interrogantes. Porque el amor pueden ser dos personas fulminadas por una tormenta de sol, el espíritu de la evocación que es también susurro, negación y enroque. De pronto, pareciera que la poesía de Ide se llena de esquirlas ante el vacío del silencio existencial. “quedamos entonces en que el Azul, la muerte (un cadáver, silueta, etc)/ y la noche (que no nombré pero que es la realidad por la que transitas,/ el traje que te envuelve, tu protector de pantalla diría) son la distancia/ entre un brazo estirado y otra cosa. Un vértigo intenso entre sus dedos atentos/ y el rostro de alguien”. Es decir, un yo que se degrada en un festival de sombras.
“Observatorio” es un libro que reflexiona en torno a la validez del oficio escritural, advirtiendo que quizás el rol del poeta es desconfiar. En Ide, el arte poética se concibe desde el ojo avizor, desde la gavia o el balcón. Sólo desde allí, es posible asimilar el coro de voces dispersas que se agitan en la caja de resonancia de la poesía. Como por ejemplo, la pareja que se extiende en el infinito de los veranos enlazados, legitimando el ritual de un amor que se repite, el eterno retorno de los afectos y la lástima de la costumbre “lees las cartas de amor que le escribía Vladimir a lili,/ y piensas: yo me cuento o me quiero contar entre éstos/ los que aman a todas pero a una en particular toda la vida:/ Vladimir y lili, pablo y winétt, john y yoko, Robert y youki” .
Imagino que siempre hay un tiempo para respirar hondo, reclinarse ante la parodia del espejo o evocar soles de otras eras, a la manera de los ejercicios de palabras tenebrosos que ni Stephen King se los quisiera.
Concibo la poesía de Ide como un solo de saxo, una pincelada que resignifica, capaz de observar las vísceras de su propio tiempo. La creación de un lenguaje, el perfeccionamiento de un estilo, la certeza de la imagen, son todas operaciones que encuentran su seguro engranaje en este libro, en esta absoluta excursión por los derroteros y sus páginas.
