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El delirio y el barroco vinieron de Punta Arenas

El rencor vino del frío, de Óscar Barrientos Bradasic. La Pollera, 2023, 150 páginas

Por Héctor Morales


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Por allá en el 2021 Cristián Vila Riquelme publicó un artículo comentando Un adiós al descontento de Eugenio Mimica[1] y, en su inicio, brinda una observación a mi parecer acertada del panorama narrativo chileno: menciona que hace mucho (quizás desde siempre), salvo contadas excepciones, falta en nuestra narrativa una unión entre el delirio, la capacidad fabuladora, el imaginario barroco y un lenguaje o estilo abierto hacia la multiplicidad[2]. Esto es, por lo bajo, llamativo. ¿Por qué en una lengua cuya columna vertebral es una novela delirante como el Quijote este rincón del mundo ha optado por el criollismo, la novela social y el costumbrismo? ¿Por qué en una lengua que ha sabido sacar del barroco obras como La vida es sueño, Paradiso o Porque parece mentira la verdad nunca se sabe se sigue diciendo en los magísteres de creación literaria que no escriban con adjetivos en duplas, tríos, o inclusive cuartetos (véase el Onetti más desencadenado)? ¿Tanto miedo le tenemos a este imaginario que, cual potro desbocado, debemos aprender a domar a porrazos?

Esto con los años, creo, sólo ha ido empeorado[3]. Existe una fuerte corriente autobiográfica que satura los mercados de todo el mundo e impregna las obras, inclusive más ficticias, con la llamada prosa plana o llana (écriture plate) de la Nouveau Roman. Amansa al lector a un mismo estilo siempre y, por ende, lo desencaja y ahuyenta cuando ve jugueteos especulativos del histerismo histórico. Al ver la cantidad de veces que Mo Yan repite «sorgo rojo» en su primera novela, ¿indudablemente señalaremos que es una prosa descuidada?

No obstante, el barroco sigue existiendo; el juego caricaturesco, histérico e histórico, sigue peleando en su rincón de las letras hispánicas. Veo los casos ajenos a nuestro país de Laura Fernández con La señora Potter no es exactamente Santa Claus, de Pablo Farrés con El libro del buen olvido y el reciente Te di ojos y miraste a las tinieblas de Irene Solà[4]. Y, en el caso nacional, pese a las aprensiones, existe un autor que sigue peleando firme en su estilo desde Magallanes, brindando al panorama nacional esta narrativa barroca y delirante tan necesaria. Los cuentos recién salidos del horno de El rencor vino del frío confirman a Óscar Barrientos Bradasic como uno de los imprescindibles y más originales autores chilenos actuales.

Ya desde la primera página de su primer cuento, Barrientos parece ese anciano loco que hace girar su paraguas roto como las aspas de un molino. Se toma su tiempo para comparar, para dar un inicio temático tan usual en su narrativa (véase Paganas Patagonias) y que ahora me hace pensar tiene algo del Conrad de Karain, que congela el tiempo en evocaciones, nos satura de imágenes. Un inicio que, como diría Cortázar (y dándome la licencia de interpretarlo de forma distinta al contexto dicho), gana por knockout.

Otro aspecto potente en la narrativa de Barrientos son sus locaciones: ciudades siempre vivas como Puerto Peregrino. Hecho que se agradece en contraste a las ciudades vacías de la prosa llana que nada comunican más que un encierro individual. En este caso, el barrio Croata de El origen de la tristeza a través del tiempo: una enumeración de cambios y melancolía, reforzados por la primera parte que estableció el tono, brindó las imágenes suficientes para que ahora no sea necesario describir cada cosa para poder distinguir con los sentidos e imaginación lo narrado: despliegue interesante de herramientas literarias. Si bien el giro argumental del final fuerza las barreras de la credibilidad en exceso para mi gusto, la borracha vida real, la caravana como onírica infancia y lo ya mencionado, impiden a este detalle ensombrecer la totalidad.

Barrientos siempre ha valorado la cultura pop y los hechos freaks. Tan (Tren) al sur de la Tierra Media[5] es un buen ejemplo de ello. Bajo la misma premisa usada anteriormente en No alineado en el paralelo 53° Sur (¿qué pasaría si llegase a Punta Arenas un personaje importante y debiese un ciudadano común hacerle de guía turístico?), nos narra con desfachatez hilarante (que se equilibra con la melancólica nostalgia del cuento previo), y sin dejar de hacerse preguntas existenciales, una entretenida y curiosamente humana historia.

El tercer cuento, El rencor vino del frío, posee un marco náutico nuevamente evocadora de los relatos de Conrad (inclusive el cambio de enfoque: el salto de la conversación en el restaurant a la vida de Víctor), y sirve como una reinterpretación del rey Midas en el siglo XX. ¿Clase de Midas negativo como concluye un personaje al final del relato? Debatible, tomando en cuenta la fábula: en ese caso, si el oro es una condena, ¿por qué aquí la corrupción no es una bendición? Al contrario, se recalca la pequeñez, la monstruosidad, a través de la imposibilidad de Víctor en ser buen poeta. Porque la poesía es un tema esencial en la obra de Barrientos: como todo buen escritor, tiene alma de poeta. Así, es usual ver en su obra versos de toda calidad para reforzar sus temas. Y, en el caso de Víctor, hay todo un estudio de su carrera, los estilos que emplea en distintas etapas de su vida, y cómo «el ímpetu de la poesía jamás le cuajaba». La pequeñez envidiosa, enajenada y estúpida de su ser que afecta aristas sociales y políticas ve su mayor desarrollo y contraste en la poesía, porque es en la poesía donde se aprecia, quizás, la ética propia en su estado más puro. Como creyó y dijo Bolaño en La belleza de pensar: «los grandes escritores, los que marcan el canon de nuestra literatura, generalmente fueron hombres o mujeres buenos» y «para ser poeta hay que tener la valentía de mirarse en un espejo negro y saber si uno es cobarde o valiente». Creo ambas opiniones encajan con la fallida figura literaria de Víctor.

¿Qué clase de furro épico es el que protagoniza Elogio de la prehistoria? Que se burla de los gauchos aparentemente nacionales que siguen adorando lo extranjero, lo estadounidense y su dominación cultural en un ambiente neoliberal, dicotómico, y absurdo. Que es capaz de vivir memes virales sin por ello sentirse como una intertextualidad forzada en una época de modas pasajeras. Y la chacarera: pura fiebre pynchoniana.

Gaucho Cabrío es un punto cúlmine en la obra de su autor. Su ambiente posee algo donosiano con esa casa patronal y decadencia de puesteros. También es un estudio de personaje magnífico que emplea la fantasía para un indagar existencialista, reminiscencia a Patas de perro. Una «imagen de bordes flotantes» potenciada por un narrador en segunda persona. Al igual que Claude —otro imprescindible de Barrientos—, la dualidad humana/animal le permite indagar en lo más hondo de qué significan ambos y sus oscilantes márgenes a través de la figura de un inolvidable santo patrón y su séquito.

En Hibris tenemos un cántico inicial que recuerda al inicio de El viento es un país que se fue. Puro fervor poético que, entre dioses paganos y torres afiladas como agujas de nácar, dialoga con cierto escritor rumano, quizás al encontrar ambos inspiración en Borges. Pero el cuento cambia radicalmente a una escena delirante: un selknam contra un Optimus Prime a escala, combinado con recuerdos de un King Kong derribando un avión real: choques culturales en un carnaval de invierno justificado, y esto es lo soberbio, con un simple «parece que tienen bastante tiempo libre». Así, la exageración da paso al conflicto del protagonista, a una quimera histórica bajo la sombra de un oscuro episodio de nuestra historia —el exterminio selknam—, y al linaje de uno de sus principales causantes.

Un alter ego de Barrientos en plena creación de su poemario Rémoras en tinta, que en la mayoría de obras actuales sería un protagonista, es en Villa Cambiaso un narrador testigo, tan del imaginario narrativo del siglo XIX, expuesto a las maravillas y crueldades de un reino infantil abandonado por el neoliberalismo que no deja Teletón sin cabeza.

Óscar Barrientos también suele basarse en hechos reales, que parecen fantásticos[6], para tratar inquietudes temáticas, difuminando las barreras de realidad y ficción. En el caso de Moraleja del animal imaginario, los corpóreos. Con un notable final.

El trío de Mitologías de la basura parece salido de una historia de Lamborghini: el ser de barro y semen, el aborto de perro y la joven ciega. No obstante, la pluma del autor jamás les quita humanidad. Hay incluso en el histerismo más oscuro de Barrientos una férrea ética para y con sus personajes. Si alguien pudiese considerar el delirio y el barroco como formas de ocultar la falta de contenido sobre el que hablar, como capas técnicas superfluas —así como Wood dijo alguna vez del realismo histérico, con el cual el barroco delirante comparte grandes similitudes, en especial porque más allá de los encasillamientos, poseen una misma actitud artística del creador—, este tipo de relatos vienen a probar lo contrario.

Finalmente, Alegoría del mar, cuento/relato más largo del libro —y por ello con más licencias narrativas, poseyendo listados, grados y plegarias—, parte casi cual crónica, de esas que vislumbran una precisión y erudición admirables y remarcan que el estilo existente en Cuaderno Antártico sigue presente en su autor. La posterior descripción de la cofradía marítima —¿realidad, ficción o ambas?, he ahí el propósito— es todo un gusto literario.

El protagonista, que posee el hado usual de sus personajes —desafortunados borrachos de barra con un fuerte carisma—, se ve envuelto en una relación con un impostor que, con falsas arquitecturas, cual remolino cleptómano y mitómano, pareciese una fuerza irreal, pero por desgracia existente en nuestra sociedad. No obstante, poco importa: el cataclismo mitológico todo lo devora.

Espero en estas pocas páginas haber dado un atisbo, una muestra de los diversos juegos literarios que emplea Óscar Barrientos, las razones por las cuales considero su obra una de las más originales e imprescindibles de nuestra narrativa actual, y un motivo por el cual revalorizar al barroco delirante para que sea una literatura a nivel nacional más consumida y producida —dejando aparte prejuicios que la ven como la oveja inmadura de la familia—, y nos permita dialogar con la tradición rabelesiana, con el lema, como dice Moore, de «Haz lo que quieras», que da permiso para hacer cualquier cosa que nos dé la gana con el lenguaje y la forma de la novela; filosofía seguida al día de hoy por autores de la talla de Rushdie, Peri Rossi y Cărtărescu. Porque sólo el delirio y la exaltación barroca, cuales personajes de Shakespeare o Dostoievski, pueden exponer los claroscuros de estos cuentos magallánicos.

 

 

 

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Notas

[2] Si bien menciona 4 características, considero a la capacidad fabuladora como un elemento incluido en todo delirio bien ejecutado y al lenguaje abierto un elemento indispensable del barroco, por lo tanto, para objeto de este artículo, deseo simplificarme a dos elementos: el delirio y el barroco; si bien hay siempre una comunicación constante entre todos.

[3] O quizás no. Quizás siempre ha sido injustamente calificado por cierta crítica. Es cosa de ver las primeras recepciones de Los gemidos a 101 años de su publicación (si bien es poesía).

[4] Escrito en catalán.

[5] ¿Confusión inconsciente producida en el índice entre el título y la canción de Los Prisioneros? Si tal es el caso, es un accidente de esos que dan gusto en esta clase de textos que, como ya se decía, están abiertos con su estilo a la multiplicidad.

[6] Véase Big Mouth.


 

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El delirio y el barroco vinieron de Punta Arenas
"El rencor vino del frío", de Óscar Barrientos Bradasic.
La Pollera, 2023, 150 páginas
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