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Un territorio que viaja en el libro de Jack Elkyon
El mal nuestro de cada día. Aurea Ediciones, 2019. 150 págs.
Por Óscar Barrientos Bradasic
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El canon de la narrativa chilena casi siempre se ha caracterizado por centrar su derrotero en la hegemonía citadina- metropolitana y con un marcado acento en el relato forjado en base a la ruptura de clases. De alguna manera, ha tendido (casi siempre) a observar el corpus narrativo nacional como paradigma y escasamente como un sistema donde conviven voces muy diversas y complejas, sensibilidades que emanan de tradiciones variopintas sobre las que urge reflexionar.
El realismo sucio tampoco es un invitado que nunca habíamos visto antes en nuestras citas, aunque su fragmentariedad lo hace un factor singular en nuestro medio, pese al poder e influjo de su impronta principalmente desde la narrativa norteamericana, llámese Fante, Carver, Cheever, Sam Shepard y otros más. Algo aparece en Chile. En zonas de Droguett, en una novela memorable de Juan Godoy Corvalán titulada Sangre de murciélago, en narradores de fuerte procedencia sicológica como Juan Mihovilovich, en autores más recientes pero de gran calado como Cristóbal Gaete. No obstante, se trata de un gesto siempre intermitente, una pincelada en un canon muy asentado.
El caso de la narrativa de Jack Elkyon (1963) merece una profundización al respecto. Escritor radicado en La Unión que tiene a su haber premios nacionales e internacionales, y que trabaja desde su territorio abordando la complejidad de sus personajes. Su reciente libro El mal nuestro de cada día (Aurea Ediciones, 2019) nos hace ingresar en un panteón de seres extraviados en laberintos existenciales donde la abyección y el vacío constituyen parte cardinal de un mundo por momentos enfermizo y siempre en descomposición.
Por ciertos momentos, tiene algo de cuento de bandoleros, pero no en la mirada del forajido romántico sino más bien en su lectura posmoderna y carnavalizante, más cercano al tránsito de las carreteras y su desplazamiento infinito.
Elkyon escribe abordando la acción desnuda, el quiebre, los finales donde el lector se encargará de forjar la alegoría. Sostiene sus personajes con voces salidas de sucursales del infierno, un delirio a lo Kubrick, siempre enfatizando zonas oscuras del alma humana, comarcas donde la virtud nunca resuelve su sueño fantasioso. Pese al cosmopolitismo de su escritura y de sus predecesores, lo latinoamericano late en su escritura como un corazón secreto. Y es, en los escenarios de esa provincia gótica y perversa, donde sus personajes descubren las máscaras del tedio o del rencor. Las calles de la provincia son escenarios de Taxi Driver expuestos ante la cotidianidad el habitante.
Narrativa lúcida, dotada de progresión y un sentido radical de lo desbocado. Elkyon aporta una arista completamente diferente a ciertas lecturas dominantes en el sur de Chile, quizás por su excentricidad, quizás por su mirada decididamente antiépica, quizás porque se propone fisurar ciertos paisajes humanos que reverberan más allá de la lluvia y los bosques ancestrales, lugares donde la maldad no se oxigenó en el apetito de la multitud sino que mora en seres silenciosos e impenetrables. Así lo vemos en su cuento Duelo en la Patagonia, donde los gauchos Laureano y Fidelio se enfrentan a una pelea de cuchillos, o en el notable Como matar a un ladrón y no caer preso, relato donde la violencia como moneda cotidiano se incrusta dolorosamente en la trivialidad de los espacios.
Sus personajes pueden transitar en Río Bueno o en Sudáfrica. No es que sea un secretario del territorio, sino que ha incorporado el territorio en su marcha andariega y es justamente en esa zona errante donde naufragar es casi un ritual. Escribe irónica y rabiosamente a la vez, lo que hace sus cuentos muy atractivos y reveladores.
El mal nuestro de cada día es un libro altamente recomendable y me atrevería decir hasta necesario en la narrativa chilena actual.