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Oscar Barrientos Bradasic | Autores |


 

 

 







Países No Alineados: Un modelo crítico para el canon abandónico

Por
Oscar Barrientos Bradasic




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Ante todo, un alto honor y gran hallazgo, encontrarnos en este nuevo Congreso de Pueblos Abandonados, donde reflexionamos una vez más en torno a la escritura territorial. Debo al humor gaseoso, pero siempre lúcido de Mario Verdugo, el haberme enviado hace años ante la posibilidad de una nueva junta, un video donde mostraba imágenes de la Conferencia de Países No Alineados de Argel (1973) como provocación paródica de lo que sería nuestra organización desde distintas partes del desmembrado país que habitamos. También porque en mi libro Paganas Patagonias (Lom, 2018) imagino que a través de una máquina del tiempo, el líder de la República Federativa Socialista de Yugoslavia, el mariscal Josip Broz Tito viajaba a Punta Arenas para conocer la ciudad donde tanto croata (como él, no olvidemos que nació en Kumrovec) emigró en busca de mejores condiciones de vida. Pero ante todo, quiero atender la exhortación que en alguna oportunidad hiciera el cineasta puertomonttino Raúl Ruiz cuando dice que de vez en cuando hay que escuchar cabezas de pescado. Y no lo digo en tanto voluntad gratuita de delirio sino porque, de pronto, en las inusitadas relaciones y puentes conceptuales inesperados surgen islas de comprensión de la realidad que en otro contexto estarían invisibilizados.

Volviendo sobre la idea inicial, el Movimiento de Países No Alineados se genera en la segunda mitad del siglo XX como consecuencia del enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética. El mortal kombat del siglo XX. Entre la hoz y el martillo y las barras y las estrellas del tío Sam surgía sólido el símbolo de un huevo junto con los nombres de países autónomos al lado de la palmera de Babilonia. Su antecedente más importante es la llamada Conferencia de Bandung celebrada en Indonesia en 1955 que logró reunir a 29 jefes de Estado y que en aras de ideales anticolonialistas forjan la noción de no alineación. Posteriormente, la llamada Conferencia de Belgrado en la Yugoslavia titoísta celebrada del 1 al 6 de septiembre de 1961 asisten 28 países (25 miembros y 3 observadores) siendo Cuba el único país latinoamericano en calidad de fundador, contando con la presencia de Osvaldo Dorticós. Esta instancia logra dar musculatura a los acontecimientos apoyando la autodeterminación de los pueblos,  críticas al sionismo, el racismo, el antiimperialismo, el desarme, la férrea oposición al apartheid en África, apoyo a la causa palestina.

Naciones como Irán, China, México, Bielorrusia, Fiji, Jordania, Azerbaiyán, Ecuador, Líbano, Venezuela, la India, Uruguay se encontraban en estas citas. Los países no alineados se unían en la lucha contra la pobreza, los hermanaba cierta falta de desarrollo industrial y sus economías eran básicamente productos primarios. Pero estaban comprometidos en impulsar la descolonización.

Un amigo que estuvo exiliado en Yugoslavia me contó que cuando Jorge Alessandri Rodríguez murió en 1986, se decretaron tres días de duelo en el país balcánico y la bandera a media asta, ya que siendo un presidente conservador hizo que Chile ingresara a los No Alineados como país observador, siendo hasta el mandato del compañero Presidente Allende, cuando nuestro país ingresa como  miembro.

Se sabe que desde los 80 hasta la caída del muro de Berlín el MNOAL sufrió importantes evoluciones siendo, no obstante, una institución que persiste hasta los memoriales días de hoy. Desde los más amplios sectores se reconoce que durante la Guerra Fría fue un importante factor de equilibrio y estabilización.

Resulta hermoso y una imagen absolutamente épica revisar fotografías y videos con líderes de África, Asia, América Latina, en un conjunto multirracial, a veces con turbantes o trajes de culturas remotas llevando al tapete de la diplomacia mundial sus sueños de liberación y colocando al tercer mundo en un sitial de prestigio, golpeando fuerte en la mesa de las decisiones. Al final de cada una de estas conferencias solía generarse una declaración que adquiría el apellido del país anfitrión. Si bien la heterogeneidad era el factor común y unificador entre todos estos países, a veces de orientaciones ideológicas muy diversas, cada vez que llegaban a una decisión unitaria inevitablemente repercutía en la geopolítica mundial y los fines imperiales tanto de yanquis como bolcheviques.

Además si uno recurre a archivos podrá encontrar en sus alocuciones e intervenciones figuras cardinales, independientes de cualquier visión particular sobre sus respectivos legados, tales como Ahmed Sukarmo, Jawarharlal Nehru, Gamal Abdel Nasser, Lázaro Cárdenas, Josip Broz Tito, Omar Torrijos, Muamar el-Gadafí, Fidel Castro, Indira Ghandi, Yasir Arafat.

Instalar el nombre de lo abandonado y olvidado en medio de un mundo cimentado en rostros expansionistas, sigue siendo un ideal al que no deberíamos renunciar ni como pueblos ni como individuos.

Tiendo a pensar que la idea de canon literario hegemónico tiene algo de imperial, de grandes fuerzas que se disputan el cetro de la discursividad, pese a la insistencia de Bloom que solo se irrumpe en el canon por el poderío de una fuerza estética. El hecho concreto, es que en los sitios, desde donde se declara el designio de lo canónico suelen ser centros metropolitanos y en esa dimensión, las regiones, puertos, provincias, villorrios, alcaldías de mar, caletas de pescadores, aldeas, puebluchos (como dice mi colega Marcelo Mellado) vienen a ser algo bastante similar a zonas de sacrificio o en su antípoda, lugares entendidos como balnearios o espacios donde el paseante metropolitano va en busca de un sujeto incontaminado, en estado puro, ojalá rural, bien pintoresquista, es decir, algo bastante similar a países tercermundistas donde, sin embargo, parece ondear una banderita que reafirma símbolos soberanos. Países dentro de países. Lugares más parecidos a Twin Peaks o Springfield que a Macondo.

Quiero creer, bajo una lógica foulcaltiana de macropoderes y micropoderes, que nuestros territorios son muchas veces observados por el imaginario que emana del centro como comarcas, pequeños países subdesarrollados que invitan al extractivismo tanto simbólico como fáctico, exotizados por la idea de lo identitario, el lugar donde el mochilero espera encontrar al Chiloé mitológico, donde una hermosa polinésica nos pondrá un collar de flores al bajar al aeropuerto de Rapa Nui,  donde en el Valle de Luna aguarda una profunda meditación en torno a la conexión con la tierra o el treking ritual hacia las bases de las Torres del Paine, tan común en folletos turísticos y donde alguna vez tendrá que cantar Blaze of glory el doble magallánico de Bon Jovi. Lugares donde se cocina exquisito con especias y recetas étnicas, donde resuenan valses que invitan a bailar y se desarrollan oficios olvidados que persisten a pesar del aislamiento, espacios donde viven familias en un estado de pobreza que incluso se dibuja no solo como romántica sino que además constituiría el factor que los hace más creativos y de eso podríamos hablar casi antropológicamente en el plano televisivo de programas tales como La ruta de Chile, Chile Conectado o Lugares que hablan, los cuales tendrían la función de incluir a las regiones en la televisión abierta. En esas vidas provincianas que contempla el despreocupado televidente no hay aborto, ni pasta base, ni femicidios, ni stress y la educación como fórmula aspiracional se encuentra en el gran Santiago, mientras que aquí está marcada por lo ancestral y “para qué mostrar cosas feas si a esa hora la gente viene saliendo del metro y quiere descansar” me dijo una vez cierto productor de televisión en un bar de Ñuñoa. Ese televidente bienpensante integrado ampliamente a los universos e iconografía de la cultura de consumo suele parecerle casi una traición a una supuesta identidad que un mapuche escuche hip hop o se decepciona mucho cuando ve que en la costanera de Punta Arenas la gente saca  a pasear perros y no pingüinos. Aunque ha sido por lo bajo surrealista (a propósito de la pandemia) que en la costanera de mi ciudad anden de nuevo pingüinos rey como señores ABC1 contemplando la ciudad abandonada y después huyendo despavoridos de los funcionarios del Sag.

Y todo tiene un reverso sórdido. Estas provincias (al igual que muchos países del Tercer Mundo) están en ocasiones concebidas como lugares donde el avance económico de la minería, la salmonicultura, la industria forestal cuyas utilidades se tributan en el centro (todos en múltiples oportunidades en sospechosa complicidad con intereses económicos y gobiernos regionales) se encargarán de incluir en un neodiccionario orwelliano las palabras regulación o fiscalización, tornándose emplazamientos urbanos confusos que conviven con montañas de chips o con aguas putrefactas tiñendo con su pincelada infecta el borde costero, en que el imbunchismo urbano del que hablaba Joaquín Edwards Bello es todavía más elocuente, donde de repente estas megaempresas que pagan por contaminar, pero dan empleo, le ponen recursos a una junta de vecinos, a alguna escuelita, un concurso de cueca o a algún artista local medio vivaracho. Creo que le llaman responsabilidad social empresarial.

Pero no todo viene de afuera. También internamente, existe el agente cultural que vende souvenirs al turista, que exporta la región, que refuerza el sentido exuberante del territorio, que usa las palabras imaginario, cosmovisión y patrimonio hasta el hartazgo, algunos tesoros humanos más que vivos, que se pavonean de records medio ridículos, que se hermanan con los castores, que elabora operetas pioneras donde la colonización no tiene fracturas ni sangre, porque al fin y al cabo tampoco hay que entregar una idea oscura del terruño que a uno lo vio nacer, hay que contribuir a eso que llaman imagen región, colún, la magia del sur, etc.

Igual, el escritor regional (horrible palabra) a veces opera como puente o presentador del escritor que viene de Santiago, una suerte de telonero o escritor de segunda división, al menos esa es la función que suelen adjudicarnos el poder político local, que habitualmente no le interesan mucho estas cosas. Lo sé, porque me las he visto en esas. Hace varios años atrás, un concejal, de cuyo nombre no quiero acordarme, me pidió que presentara en la Feria del Libro de Magallanes a Alberto Fuguet y el otro año podría venir Gumucio y hasta podrías entrevistarlo, entusiasmándome con la idea de que eso podría servir para mi currículum, como que me estaba haciendo un favor. Podríamos armar una antología de algunas ideas que tienen nuestros mandatarios autóctonos.

A veces siento que la clase política chilena manifiesta un desprecio que ni siquiera racionalizan con respecto al arte. De muestra un par de botones: “Creo que el realismo es indispensable para tener éxito. Los poetas, los líderes religiosos, los revolucionarios se pueden plantear metas imposibles, motivadoras, pero un gobernante tiene una responsabilidad muy grande frente a su pueblo” (Patricio Aylwin) "Latinoamérica va a ser unida por el mundo de la empresa; ni los poetas, ni los cantantes, ni las revoluciones han unido a Latinoamérica" (Pablo Longueira); "La tarea número uno de Chile es crecer, todo lo demás es música" (Ricardo Lagos); “Estás haciendo poesía porque yo quiero lo mismo que tú pero te quedas sólo en la denuncia porque al dibujar una diuca en el voto lo anulas" le dice en un programa de TV Francisco Vidal al humorista Pedro Ruminot. Aparte de un filisteísmo desolador, vemos que todos ellos observan la poesía, la música y el arte en general como una retórica inútil, un lenguaje que desvía el curso demoledor de la economía y la eficiencia, una noción distractora de un sentido real de la existencia, vacía y olvidablemente decorativa.

Pero ese es otro punto.

En el pueblo chico, infierno grande vive también la intuición que los problemas de la gran urbe se amplifican con lupa en la hipérbole del abandono. Como los crímenes de las novelas de Agatha Christie que, aparte de su horror y abyección, se explican también por ocurrir en pueblitos pequeños de la campiña inglesa, donde la ambición y el apetito por hacer el mal puede adquirir dimensiones astronómicas.

Por lo demás, todos los que habitamos estos territorios nos ha tocado escuchar a artistas e investigadores que viven en comunas santiaguinas que andan buscando naufragios o fragmentos de lo típico o en su anverso, documentalistas que le estimula filmar la pobreza ruralizante fundida con lo urbano, ojalá ensuciarla un poquito más para que sea más decadente, pero pasada a sincretismo.

El país tiene dos violencias, la que ejerce el poder y el abacanamiento clasista y la que fluye como un río subterráneo. Dicho sea de paso cualquier epíteto discriminatorio en torno a raza, género o condición sexual sin duda que es altamente condenable y me alegra que hoy exista conciencia de su carga perversa y excluyente, pero curiosamente el decir “provinciano” o “pueblerino” se ha naturalizado sin tomar ninguna cognición de su carácter de menoscabo, que desde ya, supone una superioridad desde quien lo profiere.

No quiero que suene como una arremetida contra Santiago, la ciudad no solo más castigada por el centralismo sino también una provincia subsidiaria y tercermundista de referentes lejanos como Europa o Estados Unidos o de hermanos mayores hartos más musculosos en su capital simbólico como Buenos Aires o Ciudad de México:

“Surrealismo de segunda mano
Decadentismo de tercera mano,
Tablas viejas devueltas por el mar” diría Nicanor.

¿Y el canon chilensis? Parece que se mueve entre el Tavellis de Providencia y el Drugstore. Es como una cuadra donde no entran siempre los desiertos del norte, los acantilados, las islas interiores, Juan Fernández o la Tierra del Fuego. Pero sobre todo, más allá de la geografía, no entra el paisaje social, esa partícula irrenunciable que nos hace diversos.

Siempre he pensado que, algún día, en este país de desastres, se va a valorar a quienes decidimos quedarnos en nuestros territorios y escribir desde allí. Esas fueron, durante años, las conversaciones que tuvimos con muchos de los colegas.

No obstante y quiero ser enfático en ello, pese a que los escritores territoriales estamos muy lejos de ser líderes conductores y mi analogía inicial sea más paródica que real, si somos no alineados. Colocamos en el tapete el abandono en medio de fuerzas tan poderosas como el Estado y la empresa privada. Nos quepa una labor cardinal en una mejor comprensión de nuestro territorio, en una escritura que interrogue y fracture, en la necesidad de compartir críticamente con nuestra comunidad los callejones sin salida de nuestra historia reciente. En eso me siento profundamente hermanado con Rosabetty Muñoz, Cristian Geisse, Daniel Rojas Pachas, Cristóbal Gaete, Claudio Maldonado, con todos los invitados a este congreso. Es verdad, nuestra empresa en el santo oficio de la ficción es mucho menos gravitante que ser una balanza entre la URSS y USA, pero también hay que decir que la existencia de nuestra literatura si es un extraño aguijón en el canon de la literatura chilena, un gesto que no siempre pasa desapercibido y que obliga a la observancia metropolitana a incluirnos aunque sea, en ocasiones, de mala gana. El reto quizás sea desdramatizar las condiciones de aislamiento, hacer judo con el poder de la lejanía, crear revistas, editoriales, podcast, estrategias de activismo.

Una de los hechos que más me asombró cuando llevamos la propuesta de Pueblos Abandonados a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara es que escritores mexicanos, peruanos, colombianos y de otras partes de nuestra América, vieron la necesidad de replicar la estrategia discursiva en sus países, ya que se trata de problemas similares. Eso constituye un llamado a ampliar nuestras fronteras con poéticas que vienen de variadas latitudes. Combatir el localismo como actitud ombligista y dialogar con subjetividades de otros autores de variadas partes del globo sería una tarea fundamental.

Y porque también creo que estos congresos (donde habitualmente participan actores tan relevantes como las universidades regionales y las comunidades) sirven para que la ficción colabore en matizar y complejizar los territorios de una patria que desde octubre se planteó participar en la forja de su destino. Así el abandono no habrá cantado en vano.


 

 



 

 

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(IV Congreso de Escritores "Puebloa abandonados")
Por Oscar Barrientos Bradasic