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EL PACTO CON EL MITO DEL POETA SARATOGA
Apuntes sobre “Carabela portuguesa”, de Óscar Barrientos Bradasic

Por Luis Antonio Marín
Temuco, Chile, cinco de noviembre de 2013. A 12 días de las elecciones presidenciales



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Un río desbordado
Conocí a Óscar Barrientos Bradasic (Punta Arenas, 1974) en un viaje a la capital de Magallanes en marzo de 2012, donde presentó mi novela Ciudad Sur. El viaje, gestionado por Rolando Mancilla, Cristian Villablanca y Daniela Salles, coincidió con el desborde del Río de Las Minas, un fenómeno extrañísimo en la zona, provocado por chubascos sorpresivos que en Temuco son el pan de cada estío. Sobre tal se comentaba: que el centro insultado por el barro semejábase a una urbe bombardeada, que tragedias como aquella develaban el cariz de la pobreza, y que el diputado y actual candidato a senador, Miodrag Marinovic, se había dañado la pintura de las uñas por blandir una pala para la foto de La Prensa Austral. En ese discurrir estábamos, en el local de Imago Mundi de calle Mexicana, cuando apareció Barrientos.

El hombre era “rosado, considerable” (Borges), y su mirada de incendio, risotada escalofriante y talento etílico que hacía pensar en marineros de mil puertos, nos remitían a Pantagruel. Sus imitaciones a escritores del mundillo –donde el sarcasmo tierno y la imprudencia eran un mismo y libertario río desbordado–, su notable batería de citas, y su desdén por la academia y el poder (que a su pesar frecuenta), me hicieron reiterar que la escritura es mucho más que un texto expendido en librerías o diseccionado en lenocinios universitarios, pues urde sus propias mitologías que van más allá de sí misma.

Puerto Peregrino y el poeta Saratoga
Barrientos Bradasic es autor de ocho libros de poesía y narrativa, incluidas tres novelas, y desde mediados de la década pasada ha venido trazando el imaginario de Puerto Peregrino: “una ciudad barco que tiene la extraña capacidad de mutar sus calles y edificios en océanos de tiempo”, y que tal vez alude a Punta Arenas, pues yace a un costado del Estrecho de las Sirenas Tristes. Este extraviado Puerto Peregrino, inusual y trashumante, está inserto en casi todos los libros de Barrientos. Es la parte urbana de un territorio mítico, alguna vez trazado por Coloane y donde la Mistral escribió Desolación, que a José Miguel Varas le sugirió la idea de una literatura súrdica: en contraposición a la nórdica, por una correspondencia de paralelos en hemisferios contrarios y que bien podría ser espiritual.       

Y en este mítico Puerto Peregrino vive Aníbal Saratoga, un poeta de edad indeterminada y perpetuado invierno, de cariz menos romántico que simbolista, que deambula por los bares y subvive de talleres literarios y guiones radiales. “El poeta es un buscador que escudriña en los puntos de fuga del lenguaje, saborea las entretelas de lo vigílico, recrea la trayectoria de la flecha y el zarpazo circular de un gato, empalma el chiste verde del borracho sin vuelta con la fugaz seguridad de los cenáculos, tiene la socarronería de un bribón y las ganas de morir de un mártir”, nos dice (p. 42). Y también nos asegura: “Hace años que merodeo mascullando las palabras, creando imágenes, escribiendo poemas. Creo que con ello sólo he logrado perfeccionar mi culpa, mi tristeza y mi alcoholismo. Ostento un oficio que se arroga el apetito de la totalidad, pero que termina recibiendo las sobras de eso que usted llama realidad” (p. 108).

Por un legajo de shanties
“Se trata del encuentro acaecido entre un clasificador de tinieblas y una muñeca rusa que ocultaba una música oceánica o dicho de otro modo, acerca de un poeta que se topó con unas cartas náuticas en una tienda de artículos navales. Entre las páginas porosas encuentra un cuadernillo de shanties de un tiempo pretérito y quizá hermoso. Los mapas descansarán en una repisa por largos años, mientras que las canciones navieras serán una puerta dimensional que cambiará para siempre la existencia del poeta Aníbal Saratoga, el que cuenta la historia, es decir, yo.” (p. 1).

Si transcribí literalmente el párrafo primero de Carabela portuguesa, es por su posmoderna perfección, que pasa de la tercera a la primera persona y en unas pocas líneas sintetiza el libro todo: una vaga historia de amor entremezclada con una trama político-mitológica, que no obstante su delirio reviste preclara actualidad. En una tienda de artículos navales, el poeta Saratoga encuentra un cancionero de shanties o canciones marineras de trabajo, y a través de éstos y la colaboración del azar, es conducido a los designios del Ministerio del Mar: entidad sindical ya inexistente en Puerto Peregrino, cuya misión fue defender la pesca artesanal de la depredación de la industria salmonera y sus mezquinos y anti-ambientalistas intereses, liderados por el cínico Patricio Gamonal, quien aún mantiene un grupo de guardias y matones, los camisas granate, alguna vez envueltos en matanzas y a quienes conserva para aplacar cualquier atisbo de rebeldía nostálgica. Gamonal, hombre de fortuna y que presume de ser culto, ostenta un centro cultural al que Saratoga es invitado a ver una performance por Florencia Rasbi, alguna vez su alumna y quien se nos presenta –con mucho humor y sin la presunta misoginia que le achaca la crítica Espinosa– como una snob y confundida diletante que pretende al poeta. Florencia, entonces, opera junto a los shanties como un hilo de Ariadna que libra al poeta de su nihilismo y del férreo laberinto de su soledad.

El Mi(ni)sterio del Mar
A través de Florencia –quien tras la performance consigue insertar a Saratoga en un programa  artístico preñado de idiotismos y siutiquería provinciana–, el poeta conoce en la cena a Patricio Gamonal, quien tras inquirirlo se muestra despiadado con los pescadores disidentes: “Gentuza de baja estofa que lo quiere todo sin invertir nada, chusma muerta de hambre que cree que el mar es de ellos. Alguna vez crearon una institución nefasta y por cierto muy aliada a la violencia” (p. 69) . Tras su entrevista con el antagonista esencial de Carabela portuguesa, Saratoga intima con Florencia Chasbi y luego acude a su sempiterno bar Trafalgar, conversa con el Acróbata, un trapecista retirado con quien al día siguiente acude a visitar el circo abandonado donde éste trabajada. El circo, ubicado sobre la pestífera laguna donde se instalaron las primeras salmoneras, contaminada con peligrosos químicos y que parece tener vida propia, es el sitio donde la novela ingresa a otra dimensión: una dimensión de temporalidad incierta que se sitúa en los parajes de lo fantasmático y del holograma.

Mientras jugaban sobre el trapecio, el Acróbata es arrojado a las aguas pestilentes por los esbirros de Gamonal,  y Aníbal Saratoga es detenido e interrogado. Cuando ya lo arrojaban al averno, cuando ya se despedía de su vida malograda, es librado por una horrible y prodigiosa criatura que remite a un perro: es el Hipocampo, quien lo lleva a la Carabela Portuguesa, donde se entrevista con uno de los dos e inolvidables líderes del Ministerio del Mar, a quien todos daban por muerto. Se trata de Adán Reims, una suerte de capitán Nemo que resiste desde una dimensión alternativa, e invita a Saratoga a concluir su plan: “La realidad es también un estado en movimiento sostenido, el salto de un plano a otro que de pronto pasa por una fuente de luz. La eterna inmovilidad o la inercia también es parte de nuestro afán por asaltar la realidad” (p. 107)… “La única forma de vencer a un enemigo tan poderoso como el capital, es pactando con el mito, ocupando las estrategias de la irrealidad” (p. 114), nos asegura Reims. Luego le da curso a su prodigio, que el lector conocerá tras visitar el libro.

A Carabela portuguesa quizá le falten páginas y tenga problemas de estructura, o sus soluciones de continuidad sean un tanto enredosas y deje algunos cabos sueltos; o quizá a esta novela preñada de poesía y de frases felices, le sobren versos no del todo bien logrados, ante todo en los shanties. Pero básteme agregar que el asombroso final, cuya última instantánea es el poeta Saratoga junto a Florencia Chasbi, dispuestos a amarse en un faro como en una cinta de James Bond, nos reconcilia con la Historia. O eso es al menos lo que nos parece.

No puedo concluir esta reseña sin mencionar que Óscar Barrientos Bradasic es parte del equipo de campaña del ex presidente de la FECH y candidato independiente a diputado Gabriel Boric Font, “que representa lo mejor y más puro del movimiento estudiantil y social que a partir de 2011 remeció las anquilosadas estructuras políticas del país”. Juicio que yo también suscribo. Y menciono esto porque, tras surcar los mares en esta Carabela portuguesa, me parece que no es imposible tender puentes entre los sueños y la acción.



 



 

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