El dios que inventó a los ácaros tenía un pésimo sentido del humor Notas sobre "La estrella del mariachi yugoslavo" (Lom Ediciones, 2024), de Oscar Barrientos Bradasic
La novela que hoy nos convoca, La estrella del mariachi yugoslavo (Lom Ediciones, 2024), corresponde a la última publicación del prolífico escritor puntarenense Oscar Barrientos Bradasic.
Entonces, bosquejémos ciertas precisiones.
Oscar Barrientos Bradasic es poeta, cuentista, novelista, académico; aunque entiendo que toda etiqueta literaria es siempre dudosa. Lo que no resulta dudoso es que Oscar Barrientos es una figura preponderante de la literatura nacional y no me refiero a los formatos, publicaciones y reconocimientos; sino al minucioso y perseverante recorrido de su letra. Así, en La estrella del mariachi yugoslavo, este autor nos refrenda ciertas pulsiones y rigores que han recorrido y cimentado su escritura. Nos encontramos, por ende, con un carácter mítico, fundacional, dúctil en sus vértices y ensamblajes. También tropezamos con las complejidades de un territorio áspero, sinuoso; absurdo hasta la carcajada y la desazón. Y, por cierto, a este tenor le debemos sumar lo irreal, lo fantástico; pero siempre anclado incesante y lúcidamente en el contrafuerte, como el coirón que soporta el implacable recorrido del viento.
Ahora quiero detenerme en algunos de los pequeños monstruos que habitan la novela. Y si bien el término monstruo no es del agrado del protagonista, lo esgrime y despliega cuando ya no existe casi nada que perder.
Olegario Zaterlic, el primer actor de este periplo, se encuentra en problemas. Y no me refiero a su tesis, a su ripiosa investigación; ni tampoco me refiero a su acción amorosa que, con las vicisitudes que aparejan, se resuelven según lo esperable. En consecuencia, nos situamos en las secuelas de los acaecimientos, que no son los propios de una tesis, sino de un thriller. En su pulida búsqueda, ya que estamos frente a un criptozoólogo, un vehemente explorador; Zaterlic desafía algunos críptidos y otros no tanto. No, no tanto. Bestias que reinan en provincia, cuyo talante es humano y cuyo cerril comportamiento es, siendo generosos, inagotable. Entonces, vislumbramos detalladamente un minucioso mercadeo, un minucioso salvavidas de ambición y codicia. Al parecer, acá nada llega a puerto, solo la congoja que produce el abandono y la planicie. Masticar el gélido aliento y tragar otro poco de saliva.
Y luego, otro poco más.
Ciertamente unido al monstruo anterior, tropezamos con el terruño y sus derivaciones. El rudo, meridional y extensivo territorio que encuadra y enarca la historia. Aquí, viento y coirón reinan por igual, leyenda y encaje despliegan su labor. Estamos en tierra del fuego, cuadratura desbordada de contradicción y crueldad. Los intereses económicos y gubernamentales engarzados en un gran y aciago tejido. El nazi y el operador político, ciertamente doblegados ante lo único que importa para ellos, el dinero y el poder, cueste lo que cueste. Pero acá vale una aclaración. El monstruo no es el territorio ni estos siniestros personajes, ni menos aún sus ambiciones. No estamos frente a un clima hostil y la hostilidad de la jurisdicción, eso sería algo predecible; sino que el conjunto de estas esferas conforma otra cosa, aún más cerril y más artera. Una cierta imposibilidad de incluso otear el otro lado de la cerca.
Ahora hablaremos de un precioso monstruo: el mariachi yugoslavo, el abuelo del protagonista y su bar erigido en medio de ninguna parte, que es lo mismo que decir en medio de todo. Acá la historia es una epopeya y la cultura mexicana y su entresijo con la ex Yugoslavia forjan el único sendero. Sí, la única fuga al aplastante viaje, a los espinosos días a los que debe enfrentarse este antihéroe, nuestro frontman Olegario Zaterlic. A modo de una novela de aventuras o de un guion de celuloide, las pruebas que va sorteando este eterno estudiante de postgrado, cazador-cazado, son solo las batallas de un presente perdido, parábola de algo mayor, melancolía de lo ascendente. Allí la alegoría irrumpe, resplandece. Lo irreal que respira al unísono con la proeza, la máquina de guerra que acá es solo sobrevivencia. Zaterlic se restaña las heridas y vuelve a la carga, con su guillotina y con su anciano monstruo. Y, por cierto, también con su verdad, que es también la justicia, aquella manida palabra que en este libro encuentra ansiado cobijo.
Por último, quisiera reafirmar que Oscar Barrientos Bradasic construye una novela evidentemente aguda, con un humor muy marcado y con un trasfondo muy crítico. Pero también La estrella del mariachi yugoslavo es una fábula, concentrada en elementos fantásticos y con vocación de thriller. La leí con cierta visión cinematográfica, por la pulcra construcción de escenas y también por la descripción del páramo, tan vibrante como provocador. Asimismo, también por el pasado y su reguero de rabia y persistencia. El último monstruo, el último peregrino. Sólo quizás.
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El dios que inventó a los ácaros tenía un pésimo sentido del humor
Notas sobre "La estrella del mariachi yugoslavo" (Lom Ediciones, 2024), de Oscar Barrientos Bradasic
Por Pablo Ayenao