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EL MARTINRIVISMO: SUJETO ORGÁNICO DEL ARRIBISMO NACIONAL
(A propósito del Encuentro Pueblos Abandonados: La otra provincia)

Oscar Barrientos Bradasic



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Cuando leo los relatos de Ray Bradbury en su Crónicas marcianas, me invade la extraña sensación de que el célebre escritor norteamericano cifró sus derroteros imaginativos en una figura muy cercana a la provincia. Por un lado, habla de un mundo al borde de la debacle que decide emigrar hacia el lejano planeta para instalar moradas burguesas similares a balnearios, pero donde gradualmente aparecen los temores ancestrales de los hombres, el pavor a lo desconocido, las enfermedades de los marcianos, las costumbres que pese a la colonización permanecen flotando en los escombros. Ya Borges lo mencionaba en el prólogo de la edición en habla hispana: ¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías; y de una manera tan íntima?"

Quizás la prodigiosa imaginación literaria de Bradbury no se entiende como el canónico relato de ciencia ficción orientado a la anticipación y la especulación, sino que persiste en analizar las diacronías de los pueblos olvidados, de los territorios donde los pájaros que llegaron (como los inmigrantes) trajeron consigo sus jaulas. ¿No percibimos, aunque sea por unos minutos, puentes de conexión entre estas crónicas marcianas y el imaginario lárico?

La idea del escritor como depositario de una verdad que duerme en una provincia que sólo existe en su imaginación, una región que hereda el eurocentrismo de sus colonos, su revolución industrial a medio terminar, sus prados, sus ciudades bucólicas, sus bares de otra época, sus trenes cargados de melancolías, a estas alturas, resulta por lo bajo reaccionaria. Podríamos mapear varios asentamientos  marcianos en el sur de Chile y en la Patagonia Austral donde llegaron suizos, franceses, noruegos, italianos, croatas y todos aquellos que buscaban el paraíso luego del paso forzoso por guerras, holocaustos y hambrunas. ¿Vivimos en tiempos para custodiar mitos?

No es de extrañar que la mayoría de los llamados poetas láricos, siendo de la provincia, tenían como espacio de producción Santiago. Quizás crearon el imaginario, pero no las llaves para salir de él.

Hay quienes podrían sostener como lícito que la búsqueda de un mundo que se perdió y que jamás reviviremos es una forma de acceder a esas comarcas de ensoñación o que la infancia es la genuina patria del escritor. Ninguna de esas posturas me parece descartable a priori. Pero resulta que el escritor de provincia en nuestro país de desastres, como el que más, habita ciudades saqueadas por los planes reguladores del infierno, transita por sucursales bancarias pagando créditos de consumo, sufre el vértigo de los fondos concursables, lo amenazan con embargarle la casa (si es que la tiene), debe sortear burocracias laborales, convive poco amistosamente con zánganos a sueldo mal llamados “gestores culturales”, se codea con aparatos municipales corruptos, son castigados por los caudillos regionales del momiaje o de la Nueva Picaresca, se le reconoce escasamente como un apéndice en la cartografía de la patria,  vive en el aislamiento editorial y comunicacional.

Sé que parece quejumbre, pero es algo más que eso. Como si fuera poco se enfrenta a los tristes ateneos provincianos que en muchos casos no son sino otras formas de conservadurismo. El centro político espera escuchar de palafitos, de rodeos, de ovejeros, de souvenirs para turistas, de una ruralidad  con soterrado tufillo terrateniente y en alguna medida, desde la provincia también se le ha vendido al hipster  y al mochilero  la promesa del patrimonio, palabra majadera que por lo general termina administrando la derecha. Ahí aparece el poeta payador, el recitador, el investigador chanta de la cultura que vende su región con desmesura, como si tratara de Mesopotamia, que trafica canastos de mimbre o monedas o estampillas o cosmovisión.

No nos olvidemos que, para bien o para mal, en literatura las buenas intenciones ni siquiera es garantía de que esas intenciones sean buenas.

Por cierto, creo que nuestro verdadero país es el lenguaje, así que no tiene un valor agregado un poeta mapuche, chilote o magallánico que un poeta maorí, tapatío o fluminense. Todos agregamos a nuestra urdimbre los materiales que nos convocan, escribimos con los que tenemos y también con lo que no tenemos.

Alberto Blest Gana en su novela Martín Rivas de 1862, construye la imagen de un joven de buena apariencia e intenciones nobles, proveniente de Copiapó, que arriba a Santiago con todas las esperanzas en el futuro, llegando a la casona de Don Dámaso Encina, ubicada cerca de un barrio aristocrático que  se conoce como Campos de Marte (Parece que Blest Gana y Bradbury se hubieran puesto de acuerdo hoy día)

Allí se enamora de Leonor, estudia leyes en el Instituto Nacional, se adentra en los vericuetos del Partido Liberal y  también de la Sociedad de la Igualdad, conoce a rotos de chingana y a  afrancesados criollos a la última moda de París, participa en el levantamiento civil de 1851, donde muere en sus brazos su amigo y héroe romántico Rafael San Luis. Para qué seguir (El que no leyó el libro, debe haber visto la telenovela).

He llegado a creer que el modelo de estructuración escritural, la forma de instalación literaria en nuestro querido Chilito tiene mucho que ver con el personaje de Blest Gana. Cuando el escritor permanece en regiones es un escritor regional. Cuando el escritor regional va a vivir a Santiago pasa a ser un escritor nacional. Se sostuvo durante muchas décadas que el tránsito a Santiago constituía el asalto al canon metropolitano, el abordaje al locus amoenus donde se repartían los dones. Algunos cosecharon  el triunfo en los Juegos Florales de esta dudosa verdad nacional, otros cayeron en el camino y hasta dejaron de escribir, sin dejar de sentir que estaban en el  “centro” de algo. Aún les suena en el oído la frase del clérigo del Lazarillo de Tormes: “toma, come, triunfa, que para ti es el mundo”.

Ese esquema también ha sido horroroso para Santiago que se ha transformado en una ciudad atestada y por momentos invivible.

Pocos pensadores han establecido lazos tan relevantes entre cultura y educación política como Antonio Gramsci. [1]Su teoría se centra tanto en la producción cultural como en el desarrollo de la conciencia, único motor de la transformación social y pedagógica.

Los postulados generales que Gramsci planteó en torno a la problemática cultural, han sido denominados de muchas maneras entre ellas se habla de “la recuperación del idealismo filosófico” y también de “marxismo cultural” en tanto refuta que el problema de las desigualdades tengan su origen – como lo aseveraba el marxismo clásico- en  factores estrictamente económicos, sino también culturales.

De hecho, se opuso con vehemencia al mecanicismo y el determinismo que profesaban los principales representantes de la Segunda Internacional[2]. Muy por el contrario, Gramsci defendió el carácter subjetivo del marxismo, observando los vínculos dialécticos que se generan entre la espontaneidad rebelde de las masas y la imperiosa necesidad de un liderazgo orgánico. De esta forma, su predicamento teórico intentaba romper una vieja polémica entre idealismo y materialismo que se proyectó en las conflictivas dicotomías sujeto/ objeto y pensamiento / acción.

Por ello asigna un rol de primera importancia a la participación de los intelectuales en los procesos de transformación social.

Gramsci observaba el desnivel cultural como un patrimonio acuñado por los sectores más privilegiados para pontificar las relaciones sociales, por esto se hablaría de “clases cultas”.

Este patrimonio monopolizaría los elementos de la cultura para legitimar la exclusión, basados en el principio de una unidad emancipadora, en desmedro de grupos que carecen de las herramientas para defender sus intereses en el sistema social y resignados a seguir los lineamientos de la hegemonía ideológica que profesan los grupos más favorecidos culturalmente, que casi siempre coincidirían con aquellos que se encuentran en los centros de poder y decisión.

Los intelectuales legitimarían a través de su accionar este patrimonio, consolidando un status superior en relación a los más desprotegidos, aquellos que realizarían actividades manuales como los obreros. Por ende, la clase social dominante (hegemónica) intentaría conquistar el poder en forma total recurriendo a los intelectuales tradicionales que otorgan prestigio y garantías teóricas a los lineamientos del programa político, a través de instituciones tradicionales.

“En la historia, todo grupo social ‘fundamental’ que brota como expresión de la nueva estructura en desarrollo – la que a su vez surge de las precedentes estructuras económicas- ha encontrado, hasta ahora, las categorías intelectuales preexistentes, que más se mostraban como representantes de una continuidad histórica ininterrumpida hasta para las más complicadas y radicales transformaciones de las formas sociales y políticas” (1977: 23)

De esta manera, surgiría el martinrivismo, aquel sujeto orgánico del arribismo nacional, heredero de una tradición neoclásica o modernista.

¿Qué ha pasado con la idea del escritor que debe ir al centro para ser reconocido?

Hoy, es perfectamente posible, escribir desde la provincia, no es tan difícil llegar literariamente a Santiago y al resto del mundo. Quizás el paradigma comienza a invertirse, es más fácil visibilizarse en el canon nacional desde la región que desde el centro. Quizás la región no sea un buen cenáculo, pero sí un buen laboratorio. No quiero parecer un integrado a ultranza, pero debemos reconocer que los medios informáticos han democratizado bastante la comunicación literaria.

No se trata de una trifulca callejera entre metropolitanos y regionales. Esa discusión es inútil y de una esterilidad supina. Los escritores que viven en Santiago tienen problemas bastante similares a nosotros. Además Santiago quizás también podría leerse como el resumidero de la Carmela que todos llevamos dentro, como la Meca donde están todas las regiones congregadas y dispersas, con sus sueños sin salida y sus intrincadas rutas. Hay muchos Santiagos dentro Santiago.

 Es probable también que la mayoría de las capitales regionales repliquen el mismo esquema centralista con sus localidades más pequeñas, villorrios y caletas. Ya Foucault nos advirtió que hay periferias en los centros y centros en las periferias.

 Se trata más bien de la necesidad de revisitar algunos paradigmas en estado de desmoronamiento. La pésima regionalización que tiene un efecto nocivo en la economía y la distribución de la riqueza también reproduce esos efectos en rubros como la educación y la cultura.

Urge completar la idea de país, ampliar los registros. Hace algún tiempo algunos escritores territoriales hemos tratado de sistematizar estas redes surgidas de encuentros y tertulias, pienso en algunos proyectos con los cuales hemos engranado, como Marcelo Mellado, en el litoral central; Daniel Rojas Pachas, en el norte; Clemente Riedemann y Yanko González, en el sur de Chile, sólo apelando a los proyectos que conozco con mayor detalle, ya que la idea es ampliar nuestro círculo concéntrico a los pueblos abandonados y a  las islas de Chile ¿qué sabemos de quienes escriben en Juan Fernández o en Isla de Pascua? ¿Nadie escribe en esos lugares? ¿No hay nada que escribir ahí?

Y por otro lado esa obsesión temblorosa de que nos lean en los centros neurálgicos de la cultura. ¿No serían también  nuestros lectores incondicionales quienes viven en un faro solos o quienes habitan una base antártica? En literatura, la palabra comunicación está muy desprestigiada y en realidad no sé porqué. Si algo es la literatura es comunicación. Quizás una comunicación diferida entre gentes que no se conocen, pero comunicación al fin.

En el caso de Magallanes, nos encontramos en el paralelo 53 sur. Si nos olvidamos un rato del centro y colocamos a nuestra región como la Roma, en el globo que giramos en nuestras manos, nos daríamos cuenta que estamos cerca del mundo antártico, de países como Nueva Zelanda o Australia. ¿Qué conciencia tenemos de autores que en condiciones geográficas similares, están produciendo literatura? ¿Hay convenios entre las universidades de esos países y nuestras universidades regionales? ¿Hemos generado antologías o traducciones? 

En lo estrictamente personal, no escribo de operetas pioneras, ni de jornadas de esquila, ni de asados al palo, ni de lo bonito que se ve Punta Arenas nevado. Mi interés se concentra en una Patagonia urbana, con ciber café, con schoperias, con tristeza y euforia. Que si bien en el pasado fue colonizada por chilotes y croatas hoy lo es por gente del Perú o del Caribe. ¿Quién va a hablar del mundo que estamos viviendo hoy en veinte o cuarenta años más?

La tarea es compleja. Pocos saben lo importante que son las sociedades de escritores en provincia y la revitalización de premios regionales de literatura que podrían nacer auspiciados por las propias universidades, por ejemplo.

Cuando hablo de Sociedad de Escritores me refiero a espacios de diálogo y encuentro, muy lejos de la estructura de un taller de bordado de CEMA Chile (en el registro abajista) o del distrito rotario (en el registro arribista).

Requerimos crear editoriales regionales como Perro de puerto en Valparaíso, Cinosargo en Arica o El Kultrún en Valdivia. Y sobre todo, es necesario que también nosotros leamos al centro, revisemos sus ficciones, intercambiemos simbólicamente nuestras alegorías.

De esta manera, Martín Rivas se estaría quedando en Copiapó, viajaría a Santiago o a otras regiones esporádicamente a encuentros de escritores y volvería cargado de libros de sus colegas,  publicaría sus propios libros, haría talleres con escolares de su región, fundaría revistas, organizaría congresos literarios donde invitaría a su ciudad autores de todo Chile y el extranjero, marcharía por causas como Freirina, Petorca o el alza del gas en Magallanes, sumemos  pequeños viajes al extranjero, sin pompa ni cocodrilos en los bolsillos, para hacer contactos y construir sentidos. Luego volvería a Copiapó y a esas alturas el planeta Marte le parecería una esfera que gira interminablemente, de forma leve y benigna, en la planicie del recuerdo.

 

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Notas

[1] Antonio Gramsci nació en 1891 en la isla de Cerdeña (Italia). Realizó sus estudios en la Universidad de Turín (1911- 1919) y posteriormente fundó el periódico L’ Ordine Nuevo .Luego se desempeñó como articulista en la revista La Città Futura. En 1924 fue elegido diputado por Venecia, pero al poco tiempo sería encarcelado por órdenes de Mussolini. En prisión escribió sus reconocidos “Quaderni del carcere” (Cuadernos de la cárcel). Murió en 1937 a causa de los maltratos recibidos en cautiverio.

[2] Los dirigentes de la Segunda Internacional veía en la ciencia el catalizador esencial de la historia humana y a las leyes naturales como condicionantes involuntarios del sujeto.



 



 

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