El escritor Oscar Barrientos Bradasic es probablemente uno de los mejores narradores chilenos. Ficción en estado puro. Las descripciones, el repertorio léxico, los retratos femeninos, hasta la crítica a un burócrata de la ex concertación, es leve, con humor, no pesada ni retumbante, y es por eso es más eficaz. Hay excepciones, pero parte de la narrativa actual es retrato de costumbres: literatura selfie, literatura de nanas, novelitas de clase para un nicho específico de la misma clase, endogamia provinciana. Exceptuando que la carreta de bueyes es reemplazada por el Audi, se trata de criollismo y además, bastante parecido a la televisión: aporafobia, literalidad, maniqueísmo, carencia de matices y de personajes complejos. La completa imposibilidad de ponerse en el lugar del otro, de salirse del yo confesional y diarístico, de abandonar ese hablar de sí mismo que, como las rimas de un buen rapero o la gracia de un stand up, sólo a algunas personas les funciona.
Esto ocurre porque no conocen ni investigan el tema del que escriben. Hay otros que sí lo hacen, pero necesitan una beca para encerrarse en una cápsula esterilizada contra cualquier partícula de realidad, a la que tienen pánico. Se empachan de bibliografía y producen textos que no leen ni los que tienen que revisarlos. Mil volteretas hechas con la horrible y ridícula mueca del esfuerzo para no decir absolutamente nada, aunque no decir nada es un arte que exige una elegancia y un sentido de la forma muy estrictos, no es precisa la comparación. Ninguno de los dos estilos, el que habla sin saber y el que habla sobreinformado pero sin terreno, tienen la menor idea de lo que es un colegio público que se llueve, pero escriben una columna sobre educación. No saben cómo vive una madre soltera de clase trabajadora, a la que ciertas corrientes desprecian por el simplemente hecho de haber tenido hijos, pero están a cargo de implementar políticas de género. Hablan de cyber acoso sin saber que primero tiene que haber pan en la mesa. No conocen el país. No son Lina Meruane hablando de refugiados y herencia Palestina, no crean el ámbito de las novelas de Cynthia Rimsky. No crean mundos fascinantes a partir de la realidad como Pablo Toro en su libro de cuentos o su novela sobre los mercenarios chilenos en Medio Oriente. No tienen el humor de Marcazzolo o las narradoras más cercanas al pop. Ni la acción como Carne de Perro de Marín ni la novela de espionaje bien informada como el Clan Braniff de Celedón.
Al igual que gran parte de la administración, todo lo hacen a granel. Lo mínimo que se le exige a un narrador es que conozca el tema que trata. Aunque se trate de una ficción con visos fantásticos, que a veces es más eficaz que el retrato para hablar de la realidad.
Esa ficción tiene un locus. Reconocemos Porvenir, Tierra del Fuego, que el autor llama con otro nombre. Nadie ve nada ahí. Lo ve un verdadero narrador, o sea, un poeta. Y de ahí extrae un material impresionante que por momentos nos recuerda algo así como al Borges de Manual de Zoología Fantástica mezclado con una sordidez casi sicodélica; la mezcla de la angelicalidad más risueña con la realidad más sórdida. Aira. Unos narradores de Europa del Este que lee y que desconozco. El Ed Wood de Tim Burton, Twin Peaks, cierto Ruiz. Guy Maddin. El Pejesapo de Sepúlveda que, me consta, le encanta.
El personaje es un criptozoólogo. Se dedica a la búsqueda de animales extintos de otras épocas del que quedó un ejemplar vivo hasta el día de hoy como por ejemplo serían pie grande, el chupacabras, las serpientes marinas, el monstruo del lago Ness. Una actividad casi ridícula que es sinónimo de la búsqueda, de la exploración en el universo de lo improbable. Y, creo yo, del poema y de la fe.
Hay un señor Corales, pinochetista y filisteo, que el criptozoólogo asesina de una puñalada con un arma blanca exótica, buen ejemplo, Barrientos jamás habría usado la expresión “arma blanca exótica.” Es específico y puntual: habla del Kerambit, creado para despanzurrar, para vaciar una panza.
Esos personajes fascinaban a varios en la literatura de esta esquina de la galaxia. Enrique Lihn habla del joven con retraso mental que cantaba cumbias de la Sonora Palacios en el Paseo Ahumada. El pingüino, lo recuerdo perfectamente, yo era un niño. Aunque nadie lo crea, ese era el entretenimiento en dictadura. Charlatanes como el Mago de la Polla Gol que tenía la receta para hacerse millonario apostando a ese juego de azar. El repugnante personaje que llenaba los fines de semana dictatoriales y hoy sigue con sus campañas anuales. El sujeto de barbita y bufandita que representa la voz cultural de la derecha más cavernícola, que entorna los ojos y cita en sus entrevistas un poema a pito de absolutamente nada ante un científico, narrador o cineasta que, estupefacto, no comprende la curiosa situación. Los imitadores de John Fogerty o Bon Jovi que se creen tanto el personaje que no se salen nunca más del papel. En algún momento pensamos escribirle a Bon Jovi para que viera que tiene un imitador en el fin del mundo. Que le enviara un saludo. Los mitómanos y cierta farándula extremista. Un farsante New Age que se forra haciendo a la gente abrazar árboles u observar líquenes con lupa, Un poeta que hace en el sur de Chile una imitación del bastante mal envejecido Homenaje a los indios americanos de Cardenal que a su vez es imitación de Pound. El mitómano que se cree uno de los mejor tenores del mundo y que tiene una especie de pyme y club de fans en donde hace imprimir hasta ropa interior con su rostro.
Quizás todos somos, en alguna medida, otra de todas esas criaturas medio infernales de la provincia.
Pero el truco es el siguiente. Barrientos lo cuenta como si fuera un cuento de hadas, es como si Chesterton o Stevens o Carrol, resucitaran para contarnos ese cuento de hadas. O un cuento de piratas o de puertos.
En la novela, uno de los personajes usa a unas criaturas deformes como animales de circo. Nos preguntamos cuál es la metáfora, quiénes son esos “fenómenos” . Qué nos quiere decir el narrador. Barrientos se resiste a usar la palabra monstruos. Me pregunto qué está buscando el criptozoólogo. Sabemos que busca especies del eras anteriores de las que quedó un espécimen huérfano por ahí.
Quizás algún pariente del Milodón de Punta Arenas aparece vivo. Fenómenos o freaks, claro, cuadrúpedos con dos cabezas. Gente loca, en extinción, pero que se cree la ficción que encarna, como en sus anteriores libros o el terodo que aparece en otro cuento, una especie de Abelardo de Plaza Sésamo que vaga por la pampa hasta que se hace amigo de un niño. El terodo es asexuado, proviene de un planeta hecho de plumas. Quizás es el amigo imaginario del niño, quizás es una defensa de lo queer, quizás es la metáfora del raro, del que escribe, del bicho. Quizás el niño se refugia en esa fantasía luego de ver degollamientos de corderos, violencia hacendal y el horror de la provincia, sobre la que Barrientos coincide con el programa de la poeta Rosabetty Muñoz: eliminar el pintoresquismo y la postal.
Los hablantes de Barrientos son eso, encantadores, de un lenguaje y léxico refinadísimo, enamorados. De los que enamoran.
Como sea, este creador de mundos no es el niño mimado de la poca crítica que existe. No entiendo por qué. Aunque hay algunos esfuerzos, hay poco comentario de libros o crítica literaria. Quizás la Universidad Diego Portales ha hecho algún esfuerzo y algún que otro grupo, pero siempre con cartas marcadas y con ciertas obstrucciones ideológicas. No sé por qué desapareció Patricia Espinosa de LUN. Se aplasta de inmediato el mínimo asomo de crítica o de algún movimiento de ideas. Cualquier disenso es considerado una agresión. Se extingue lo poco que existe. Hay que cuidar la poca crítica que hay como quien cuida un ser de una época anterior que por algún motivo permaneció vivo hasta nuestros días en algún perdido lugar de la Patagonia. No hacer el mundo más pequeño, no pegarle a Neruda y a Mistral, que son de lo mejor que tenemos.
Agréguese el eterno y triste vicio local, especialmente de los grupos privilegiados aunque también de las minorías y la academia, de constituirse en verdaderas patotas autodefensivas que sólo estrechan el territorio en vez de ampliarlo. Verdaderos puercoespines humanos que reaccionan ante cualquier cosa y que, conscientes de su pequeñez, sienten cualquier cosa como un ataque personal. Especialmente cuando de sus fetiches, hagiografía o superhéroes se trata. Se sienten desnudos y conscientes de su miseria. Ven su litost del que hablaba Kundera. Y en esas condiciones, agreden.
Quizás debamos volver a creer en el ejercicio del poema, la letra, el relato, como algo colectivo. Comprender que ciertas figuras están obsoletas o carecen de eficacia política y expresiva: la novela total, el poeta nacional único, el artista como una sensibilidad especial desconectada de la realidad. Quizás debamos hacer un esfuerzo para creer en la unificación de fuerzas y energías y en ampliar el territorio.
Los libros que se salen de la lista que impone (a chancacazos) el mercado y cierto grupo que ignoro con qué motivos hace el casting y oficia de censor, corren el riesgo de pasar desapercibidos. La administración frenteamplista no hizo nada en cultura excepto aplicar un programa de discriminación positiva a rajatabla y brocha gorda dejando en la orfandad total a las escrituras y debates y relatos críticos o distintos a los impuestos programáticamente por el mercado y un círculo muy reducido de diletantes eternos y monótonos, autodesignados. Un campo cultural débil y desolado. Es curioso que haya sido precisamente Barientos Bradasic una de las personas que formó en varios temas al presidente Boric que, por lo que se ve, lo tiene en la banca. Casi todos los jugadores que valen la pena y que quedaron en la banca precalentando eternamente con ganas de jugar, decidieron finalmente no tocar nada, excluirse, optar por las escrituras de y desde la felicidad del lenguaje y del mundo. Decidieron refugiarse en la ficción y en el poema. Pero dejemos claro: no hay personas ni sangre nueva tomando decisiones. Los mejores jugadores están en la banca y la misma elite hedionda sigue definiendo y jibarizando el perfil cultural del país y tienen una extensa tema de tabúes, temas intocables, listanegriso y ejercicio de una solapada censura.
Cito como ejemplo la poética de este narrador por varios motivos. Cómo escribir desde un lugar desolado en el fin del mundo. Olson veía griegos y mayas en la pequeñísima Gloucester, bastante parecida a ciertos lugares de Magallanes, por lo demás. Alguien sólo ve un peladero en la pampa o esos paisajes desolado, alguien verá vacío. Pero el poeta le da a una nada de aire una solución habitacional y un nombre. Un narrador de verdad -un poeta- ve en esos paisajes un retrato nítido que describe con la riqueza léxica precisa para referirse a la escasa vegetación especializada. Y luego inventa mundos complejos, fascinantes y siniestros.
Un cuento de hadas con humor. Pero no escapista.
Este punto es importante porque estamos hablando de ficción dura, de literatura con un pie en lo fantástico y otro en la realidad. Hay un capítulo en donde dibuja al típico burócrata de la ex concertación que hace negocios con los salmoneros y con algún matón de hacienda, micro corrupción o, como se dice en sabio coa: un doméstico, que le roba a su propia comunidad. Un ladronzuelo de último escalafón. No un forajido con ética y códigos. El tema del escapismo es una clave para leer, por ejemplo, cierta literatura chilena, especialmente en los años noventa. Con algunas exceociones, se escriobían sonetos, hablaban del Siglo de Oro, hacían poesía concreta o una cosa completamente desconectada de la realidad. El país se puede estar incendiando peros sus poetas hacen poesía concreta, manchas, giladas de pseudo avanzada, orquestas de poetas que no saben tocar ningún instrumento, novelas de una pareja que lee en la cama. Canciones que dicen desperté calentito a tomar desayunito. La policía mal manejada dispara a los ojos de la gente para el estallido rompiendo récord mundiales como informó la BBC el 2019 y que CIPER corroboró en 2020[1]. Y sus escritores y poetas no sólo guardan un silencio cómplice, sino que además, hacen performances y evocan el Siglo de Oro entornando los ojos. Quizás a propósito del Siglo de Oro sería conveniente recordar a un viejo comodín que se ha usado como pomada para todo, pero que para este caso sirve, Ezra Pound:
PROLEGOMENA
Time was when the poet lay in a green field with his head against a tree and played his diversion on a ha’penny whistle, and, Caesar’s predecessors conquered the earth, and the predecessors of golden Crassus embezzled, and fashions had their say, and let him alone. And presumably he was fairly content in this circumstance, for I have small doubt that the occasional passerby, being attracted by curiosity to know why any one should lie under a tree and blow diversion on a ha’penny whistle, came and conversed, with him, and that among these passers-by there was on occasion a person of charm or a young lady who had not read Man and Superman; and looking back upon this naïve state of affairs we call it the age of gold.[2]
Volvamos. Desde la pampa patagónica en donde nadie ve nada, el hacedor ve mundos. Mi mujer trabaja en la cárcel y me dice que los presos hacen cosas, artefactos de limpieza, sistemas para ordenar su ropa y otros artefactos con cosas sacadas de la basura. Soluciones. En la carencia y precariedad absoluta, los presos crean hasta juguetes para poder resistir. Le repararon un barco pirata que la ex pareja de mi mujer, poeta y boxeador, le hizo a su hija.
Recordemos que Isla Dawson fue una cárcel natural, que Pisagua también lo fue en varias ocasiones de la historia. Pero para un alma enorme y creativa ni el desierto ni la privación de libertad ni el lugar más desolado son impedimento para la creación de mundos, de ámbitos, de herramientas y utensilios. Y de armas, obvio, como las que logró colectar y exponer en una galería el artista Demián Schopf. Hablo de privación y de escasez de medios porque curiosamente con la sobreabundancia de editoriales independientes pero financiadas por el Estado, se produce una fenómeno extraño, de neutralización de la contracultura y de devaluación de la palabra. En dictadura las cosa se hacían con exténsiles, algunas veces con imprenta, pero todo muy artesanalmente y con pocos ejemplares. Aún así eran mucho más eficaces en tanto brasa política.
¿Cómo sabe la cerveza de un prisionero luego de diez o cinco años de abstinencia? ¿Cómo siente la piel y el afecto? De la misma manera, en la precariedad, las palabras y poemas se convierten en una especie de plegaria y a veces de cosquilla. Creo que asi deberíamos sentir las cosas todos los días.
La precariedad y la necesidad nos obligan a crear. La creación de mundos, relatos, ámbitos y poemas es una necesidad, pero no de la manera en que se suele decir que la cultura y los libros son una necesidad de índole espiritual o intelectual, un alimento para el alma o alguna cursilería de ese tipo. Estoy hablando de una necesidad totalmente práctica. Fuimos con el cantautor Chinoy invitados, yo a leer y él a cantar a los internos. Y jamás imaginé el nivel de receptividad que tuvimos. No tienen nada y una palabra distinta despierta en ellos un sinfín de relaciones, opera como rezo, como caricia, como algo que ayuda a resistir. A mí se me acercaron algunos, uno de ellos me dijo que había ganado un concurso de poesía en su colegio en la enseñanza media y le prometí enviar libros. Me habían advertido que nadie valora más un libro o un cuaderno con un lápiz que un presidiario. Le envié varios con mi mujer, que me ha enseñado a conocer el mundo de la cárcel, donde hace clases. Conocer esos mundos es conocer realidades que pocos ven. La gente que administra este país no lo conoce, así como los malos narradores no conocen el tema del que hablan.
Hay cosas difíciles de explicar porque pueden ser malinterpretadas. Como todo chileno que no pertenece a la parte cara de la ciudad, he caído más de un par de veces en la cárcel, pero sólo por dos días y una noche. Y a pesar de lo que todos sabemos sobre el estado policial y represivo creo que esos días en privación de libertad se convierten en una especie de retiro forzado, en un baño de realidad. Aunque obligados, hay ayuno y silencio. Luego uno sale al mundo y está todo un grado más gris, pero más real. Es algo parecido a lo que pasó con las cancelaciones y caza de brujos que estuvo de moda ad portas de la administración del frente amplio. No me refiero a los casos de acosadores reales —a ellos, ni el agua— sino a un montón de casos que se produjeron ya por envidia profesional o porque las cancelaciones fueron “mandadas a hacer” no por la denunciante sino por una tercera persona. El combustible del poder es la sangre fría. Había que mostrarla para aplicar el programa, a granel. Caen villanos pero también inocentes.
La administración frenteamplista melló todas las armas, incluido el feminismo, y le dio la paletada final a las izquierdas y a la idea de un gobierno social. Pero hay ciertos enclaves literarios y contraculturales que siguen siendo lo poco que queda para resistir. Y eso hay que cuidarlo.
Hubo una época en que el poeta se tendía en el pasto, apoyaba la cabeza contra un árbol y se entretenía tocando sus composiciones en un flautín de cincuenta centavos, y los antecesores de César conquistaban la tierra, y los antecesores del dorado Craso peculaban, y las modas iban por su camino, y lo dejaban en paz. Y podemos suponer que estaba contento así, pues nos consta que quien pasaba casualmente por ahí, movido por la curiosidad de saber por qué alguien se pasaba el tiempo acostado bajo un árbol tocando un flautín de cincuenta centavos, se detenía a charlar con él, y a veces entre los que pasaban, había personas agradables o alguna joven que no había leído Hombre y superhombre; y cuando pensamos en ese candoroso estado de cosas lo llamamos Edad de Oro.)
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
MARIACHIS YUGOSLAVOS EN PATAGONIAS PAGANAS
"La estrella del mariachi yugoslavo", de
Oscar Barrientos Bradasic
LOM, 2024, 156 páginas
Por Germán Carrasco