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LOS CUENTOS DE EDUARDO YAÑEZ RIVAS: LA MERECIDA MUERTE DE UN MASETA
Por Oscar Barrientos Bradasic
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Eduardo Yáñez Rivas es un joven narrador magallánico que ha publicado su primer libro. Se trata de un conjunto de cuentos titulado “La merecida muerte de un maseta” (Spam Ediciones).
Es un buen primer libro de cuentos.
A medida que el lector ingresa en los relatos, verá que sus páginas son calles laterales, recovecos, callejones por donde la sombra respira su seguro derrotero. Su prosa es por momentos tersa y en ocasiones dialoga con la imagen poética o más bien arroja puñaladas al abismo del lenguaje. Yáñez también hace gala de la brevedad, aspirando probablemente a los temperamentos originarios del cuento, aquellos que tanto aconsejaron maestros de fuste como Cortázar o Chejov.
Algunos de sus cuentos entran derechamente en lo experimental o alegorizan en torno a las ilusiones que ofrecen los universos inmarcesibles de la teoría como en el caso de Números enteros, donde lo numérico se humaniza en la conciencia del dolor y el olvido. Otras narraciones como La desaparición de Manuel Caruso nos dibujan a un violador que recién salido de prisión es atacado por cóndores en cuya carroña radica la culpa básica que todo lo corroe. Y la figura persiste en el relato que cierra el volumen.
“Todas esas formas componen una especie de poema con evidentes tintes religiosos. Los cóndores fueron elegidos para ser los portadores de un secreto que, a decir verdad, no es tan enigmático. Todo acabará por destruirse con un sutil movimiento, un cambio de rumbo en el vuelo de algún carroñero sin importancia ni posición privilegiada porque lo interesante es que todos los cóndores pueden ser los potenciales destructores del tiempo”
Debido a la trashumancia de sus personajes por Santiago o por un sórdido Punta Arenas nocturno, la ciudad también se vuelve personaje, desde el paradero hasta el cine porno. Lo urbano casi entendido como algo deconstructivo, es decir las ciudades que habitan bajo las ciudades. Allí deambulan seres perdidos en sus propias pesadillas que forjan en la oscuridad un inquieto abecedario de sombras. Rezuma en todos ellos, un latido existencialista, con finales abiertos y desesperación, todo batido en la misma coctelera.
Dice Borges que todo autor crea y recrea en alguna medida sus antecedentes y el ramillete que ha escogido Eduardo Yáñez va desde autores de Latinoamérica hasta narrativa norteamericana, con sus personajes itinerantes y desorientados y sus realismos sucios o en ocasiones, una mirada minimalista y melancólica.
El personaje del maceta, que por momentos olvidamos si fue el que se arrojó en bungee o el que lo convenció, es la encarnación del error, del sujeto erosionado en el periplo conductual, donde la vacuidad no es un defecto sino prácticamente una moneda de cambio. También resalta el personaje de Gregorio Gutiérrez Nach, el chilenito arrogante que se jacta de sus antepasados irlandeses, ya que la prosa de Yáñez, siendo muy esencialista, es también profundamente proyectiva, retratando a quienes habitan esta modernidad de utilería.
Eduardo Yañez ha construido relatos como formas textuales donde las atmósferas y los paisajes interiores desgarran el rostro del contexto. Narrativa ágil, provocadora y efectiva que abre fisuras y heridas por donde respira un narrador que inicia un camino, pero ya la suerte está echada porque ha ingresado en el horizonte del cuento, a través de un universo narrativo inquietante y desgarrador.
