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ISLA RIESCO DE MARIANA CAMELIO: LA CASA ES UNA ISLA
Jampster Libros, 2019

Por Oscar Barrientos Bradasic



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La poeta magallánica Mariana Camelio  ha sacado a la luz su primer libro al que titula Isla Riesco (Jampster Libros, 2019)  Más allá (o más acá) de la aparición de su voz, de la impronta de su escritura, estamos ante un conjunto de poemas que se advierten largamente elaborados, trabajados en la secreta orfebrería de la imagen y que ofrecen al lector una urdimbre atávica y contemplativa.

No obstante, se trata de un primer libro esperado porque teníamos noticias de su trayectoria académica como Licenciada en Letras tras estudiar en las aulas de la PUC,  su estadía en el taller de la Fundación Pablo Neruda, una mención en la categoría de Poesía del Premio Roberto Bolaño, su trabajo como asistente de edición del escritor Ronald Kay entre los años 2014 al 2017. Es probable que su situación generacional la ubique entre compañeros de ruta como Vicente Oyarzún y Andrés Azúa, también magallánicos.

Isla Riesco ofrece un singular proyecto poético, un trazado geográfico en el corazón de la perplejidad.

En este caso, la territorialidad y la toponimia se eslabonan en un pacto inquebrantable con la necesidad de nombrar el espacio donde el pasado clavó su voluntad inaugural. El poema se edifica sobre la reconstrucción de una historia familiar, de quienes quisieron poblar la isla ahora convertida en epicentro de una minería extractivista que relega a la condena irrevocable del olvido cualquier retazo de aquella memoria, en virtud de una modernidad tan agresiva como amnésica.

En este libro se aborda algo nebuloso y espectral muy cercano a la infancia o quizás a la prehistoria de la adultez.

Las turberas, los cielos abiertos, los bosques fantasmales de la isla aparecen como elementos de composición del poema. Cobra un momento cardinal, los recuerdos que matizan la configuración del abuelo que en otrora adquiriera aquellas tierras. La casa familiar es la  morada de los fantasmas siempre en interlocución, gravitando en el hilo con que se tejen los sueños. Toda imagen siempre estará a un paso del silencio.

El ojo del hablante se funde con el lente del fotógrafo o la cámara del documentalista. La liebre encarna, en este caso, una suerte de apología al movimiento, al estado salvaje de la velocidad retórica, o en su efecto, a la energía cinética del acto nominal. Asumiendo lo que dijese alguna vez Tristán Tzara: “El ojo a velocidad reducida mastica fragmentos de sueño, mastica dientes de sol, dientes cargados de sueño”. El poeta como naturalista, como clasificador de especies abriéndose paso entre las selvas del lenguaje, el desarticular de la inercia.

la cinemática de la liebre se estudia con un hilo
que sostengo entre mi ojo izquierdo
y el espacio vacío después del salto del animal
un nudo marca la distancia
pienso repetir el gesto
pero la velocidad no se mide con los dedos

no se le pegan cardos a las liebres
vadear a los zorros en la estepa
hace que la geometría del movimiento
tenga ángulos rectos
no cavan madrigueras
los lebratos nacen desprotegidos
la cinemática no es una ciencia exacta

De su voluntad creativa se desgranan múltiples paradigmas estéticos. En Isla Riesco la  poesía está llamada a reconstruir el cuerpo de la fundación, con los fundamentos que entrega la zoología fundida con el apetito del constructor. El arquitecto, el naturalista y el poeta son tres rostros de mismo argumento. Todos apuestan por el rito de la representación.  De esta manera, en el poema  “bartolomé gonzález(km. 37 sur, isla riesco)” la casa es la isla misma, el recodo en medio de la confusa geografía meridional destinado a erigir el establecimiento de una historia que se expandirá por generaciones.

construiste la casa principal
sobre la columna de las focas
cierro los ojos
veo tus manos clavar los huesos
tu boca decir
ésta es la foca más grande
mira sus cicatrices
sus heridas son las vetas de esta casa
la madera se encaja entre las vértebras
la grasa del animal se coloca sobre las tablas
el resto del cuerpo se desecha
veo tus manos tomar sus intestinos
el olor atrajo a las gaviotas
aleteabas tú también para alejarlas
pero eras uno solo contra el hambre
los pájaros quebraron las ventanas
lloraste con el vidrio entre los pies

De ahí que la configuración de este espacio siempre en amenaza de ser arrasado incorpora una innegable reflexión ¿Se puede huir de una modernidad que enarbola como blasón la amnesia? No lo sabemos a ciencia cierta. Lo real es que la modernidad no puede huir de la historia, no puede obliterar por completo el paso de la fundación. Allí está el poema para registrar ese aserto al cristalizar en el acto evocador el afán compensatorio del pasado.

Los poemas de Mariana Camelio Vezzani trabajan en esa dirección y construyen sus certezas sobre la base  de aquella contemplación del hecho creativo, en el marco de una especulación inteligente y laboriosa. Crea sus imágenes y formulaciones incorporando el territorio en el despliegue de sus palabras y acuñando, por cierto, un revelador universo simbólico. Eso que lo que la buena poesía logra: amalgamar los paisajes y los tiempos.



 

 

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