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Antartinautas del futuro

Por Óscar Barrientos Bradasic



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Siempre resultará fascinante e inabarcable estudiar las representaciones mitológicas que los hombres de tiempos antiguos urdieron antes que naciera la ciencia como espacio de verificación y sistematización. Hay quienes arrojan los mitos al baúl de la falsedad incluyéndolos en el terreno de la superstición y la errata intelectual. No obstante, el gran antropólogo Lévi-Strauss sostiene que los mitos y las fabulaciones de épocas pretéritas trabajan con binomios axiales en la existencia de los hombres, tales como creación-destrucción, vida-muerte, dioses-hombres y que su profundización aporta la necesidad de reconciliar esos binomios, para exorcizar la angustia.

De ahí que la representación de la Antártica, como un espacio remoto donde el mundo parecía terminar para luego reaparecer convertido en una nueva y colosal realidad es un tópico que aparece en las primeras cosmogonías del pasado. Los griegos, grandes observadores de las estrellas, solían apuntar a la Osa Mayor y Osa Menor como puntos cardinales en el oficio del navegante y también como una cosmovisión a la cual podían acceder los que vivían en la mitad superior de la tierra. Atribuían el rol de Gran Osa a la Ninfa Calisto, representada como una cazadora al servicio de Artesima, mientras que la Osa Pequeña sería su hijo Arcas, patrono de los arcadios. Estas dos constelaciones significaban para los griegos el referente circumpolar, siendo la primera arktikos, «cerca de la Osa» y antarktikos "opuesto a ártico”.

Más allá de la alegoría, estas consideraciones fueron fundamentales para entender la existencia de un lugar tan lejano como la antártica y dichas nociones no fueron ajenas a navegantes y geógrafos. Ya Ptolomeo en el siglo II d. C advierte la idea de masa terrestre en el extremo austral y la dibuja en sus mapas.

Es seguro que los hombres que se arrojaron en descubrir el límite meridional también viajaban con mapas inspirados en algunos supuestos mitológicos.

Surge entonces un nuevo concepto, el de la Terra Australis Nondum Cognita. El mito fue cediendo paulatinamente con las exploraciones de navegantes que zarparon desde las más lejanas latitudes del globo hasta los mares cercanos al gran continente del fin del mundo. De ahí la circunnavegación de James Cook en 1772, que logró cruzar el Círculo Polar Antártico. El testimonio de su viaje y sus cartografías nos ha legado una épica de la aventura, aportando algunos datos cruciales en el plano de la ciencia, pero también cargado de imaginación e ímpetu naviero. Quiero decir que nuestros navegantes del pasado viajaban con el equipaje de alegorías fantasmales que traía la civilización desde lejanos tiempos.

Hoy, la Antártica ya no es un mito, sino una preocupación fundamental para científicos de todo el mundo y un epicentro de una discusión geopolítica global, siendo la mayor reserva de agua dulce del mundo, una importantísima fuente de minerales y el lugar donde habita una flora y fauna que siempre arroja nuevos desafíos de investigación.

Se abre también un flanco importante para que los artistas y estudiosos de las ciencias sociales estudien los imaginarios y construcciones filosóficas del continente blanco.

¿Es para los magallánicos un mito? Es curioso que nos encontremos tan cerca de un territorio del que se elucubraba desde épocas inmemoriales y que, por momentos, lo sintamos tan distante. Sin embargo, estoy seguro que hay habitantes de nuestra región para los cuáles hablar de la Antártica puede resultarles tan ajeno como si mencionáramos a Mongolia o el Amazonas. No obstante, ninguna región en el mundo puede afirmar que tiene a su haber los dos puertos antárticos por excelencia, la puerta de entrada a ese mundo.         
Nosotros mismos, somos parte de ese mito. Vivimos en el territorio donde terminan las Américas y desafiamos con nuestra vida cotidiana el castigo de los elementos, descendemos de hombres y mujeres que atravesaron océanos para emplazar ciudades en el extremo austral.

Somos parte de la Terra Australis Nondum Cognita.

¿Estamos llamados a ser los Antartinautas del futuro?

A 1200 kilómetros de Punta Arenas se alzan las catedrales del hielo de un territorio gigantesco que fue soñado por los hombres del mundo antiguo. Quizás el enorme desafío de nuestra época signifique convertirnos en los nuevos exploradores de los tiempos globales, sintiendo al continente blanco como parte de nuestras motivaciones fundamentales. La educación y la cultura son ejes en esa discusión.

Las enormes potencialidades en investigación, turismo, educación y desarrollo científico nos obliga como ciudadanos a abandonar la idea de una antártica abstracta para abrazar una oportunidad concreta de ampliar nuestros horizontes hasta derroteros insospechados y siempre sugerentes.

La Antártica es la prueba viviente de que los miedos de las deidades antiguas y los mapas de la imaginación pueden ser superados y que el esfuerzo de los hombres por abrir las rutas de las geografías más hostiles y confusas forja un sueño del cual somos herederos. Es posible también también que ser los Antartinautas del futuro conlleve revisar algunos entrañables oficios del pasado: El cartógrafo que diseñaba e imaginaba las rutas y el explorador que se adentraba en los mares reales, sin otro equipaje que su sabiduría y valor, para fundar los paradigmas de un mundo que se ensancha.



 



 

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