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          -Sobre Rémoras  en Tinta, de Oscar Barrientos-
            Alquimia  ediciones, 2014. 80 p.
        Por Guido  Arroyo González
         
        
          
            
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        Toda  publicación tiene un relato. El de  Rémoras  en Tinta  nace con una llamada del escritor Marcelo Mellado, diciendo que  era necesaria mi presencia en el primer encuentro del colectivo literario Pueblos Abandonados, que era preciso  reunirnos en Llo-Lleo para debatir y programar una operativa para la literatura  de provincia, que era urgente conspirar contra el aplastante centralismo santiaguino.  Respondí: allí nos vemos, Marcelo, y luego colgué pensando que Mellado tenía o  tiene toda la razón. Hace un par de años gran parte de la literatura chilena  cree que la frontera Norte-Sur de Chile fija sus límites entre Plaza Italia y  el Drugstore. El paisaje de la periferia capitalina emerge como excepción  cliché, y el de provincias se anula como si las densidades sociales que allí se  producen no fueran posibles, seguramente porque para la cultura santiaguina la  provincia siempre ha sido un lugar utilitario para el descanso, la extracción  productiva o, lo que es parecido, la contemplación bucólica. No existe la  necesidad de comprender la provincia, de descifrar el tono de sus vientos  aunque sea.
         No recuerdo haber asistido a otro encuentro literario  donde ningún escritor considerara importante leer sus textos. El ego patético,  hipertrofiado del autor, no operó en el brazo literario de los pueblos abandonados. Nos dedicamos a  discutir ciertas temáticas junto a los escritores Mario Verdugo, Damaris Calderón  y el propio Óscar Barrientos entre otros. Debatir y poner en acta ciertos  puntos, como la necesidad de crear polos autónomos culturales, donde importara  una soberana raja las novedades de Santiago, coartar que los debates académicos  capitalinos permearan lo que sucedía en provincia, y pensar formas de  intervenir en los recursos culturales, casi siempre utilizados por operadores  políticos chantas instalados en las municipalidades, para que efectivamente  recaigan en desarrollo de la zona y no en proyectos privativos.
         Esa fue la  tónica que dominó la jornada. Entrada la tarde se hizo un asado, por alguna  razón de identidad chilensis todo termina en carne recocida sobre la parrilla.  Con Óscar comenzamos a hablar largo de algo que no recuerdo. Fue un diálogo  fluído hasta que llegamos a Jorge Torres y sus Poemas Encontrados y otros pre-textos. Un libro raro, experimental,  compuesto únicamente por recortes de prensa, que efectúa un relato agudo sobre  la dictadura, sobre Pinochet diciendo en Inglaterra que odiaba las poesías,  sobre cómo la prensa que hoy hace pauta encubría el operar de la DINA y la CNI.  Este libro de Torres, que por las razones antes mencionadas se ha leído muy  poco, es decir, cada veinte tesis cualqueristas sobre La Nueva Novela de Juan Luis Martínez, nace un nuevo lector de ese  libro que lo relee hasta el hartazgo; fue el punto de partida de estas Rémoras.  Óscar me contó, sin ningún horizonte editorial, los poemas que escribía  influenciados por ese libro, el tono crítico y algunas de las noticias que allí  aparecen. Lo escuché atento, imbuido por varias copas de tinto, y seguimos  profundizando el asunto, pasando a otros temas, otros debates. La última escena  de la jornada es ver al compañero Marcelo guardando unas bolsas, escondiendo  las dos o tres botellas que quedaban, pidiendo a viva voz que no nos cayéramos  al frasco, que este era otro tipo de encuentro literario, y así partimos,  cerrando el preuniversitario a medianoche, pero un poco antes nos dimos un  abrazo con Óscar cómplice, creo que él dijo: la hacemos. En ese entonces el  libro se llamaba Recortes y Rémoras.  Y era otra cosa, algo diferente de lo que presentamos hoy.
        
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        Rémoras en tinta se afilia a una breve tradición de obras poéticas que intervienen el discurso de  los periódicos -siempre evanescente-, que la retórica sociológica post Mc Luhan  suele llamar mass media. Por un lado  está la fórmula para escribir un poema dadaísta: recortar palabras del  periódico, ponerlas en una bolsa, agitarlas, pegarlas en orden aleatorio en un  papel y el resultado de ello sería el poema. Algo parecido hacían en los  cincuentas Nicanor Parra, Alejandro Jorodowsky y Enrique Lihn, ordenando las  palabras para construir frases hilarantes, en unos textos que llamaron  Quebrantahuesos. Estos registros, unidos por el carácter lúdico, son las  primeras relaciones explicitas entre poesía y prensa escrita. Por otro lado  tenemos el libro: Epígrafes para la  lectura de un diario, del escritor italiano Valerio Magrelli, quien  escribía poemas en base a noticias matutinas, construyendo una suerte de diario  de vida problemático. De forma similar más acá de la cordillera, podemos  encontrar libros como Criminal, de  Jaime Pinos o Amarillo Crepúsculo, de  Andrés Andwandter, donde se agregan noticias contingentes: abuelos que mueren  abandonados por sus hijos, o el patético Piñera errando en todos, o casi todos,  sus comentarios. La afiliación de Rémoras  en tinta con estos libros resulta más evidente, pues el entramado literario  se basa en interpelar la realidad homogénea de la prensa, esa mediación que  hilvana las partituras de la realidad triste que suele acontecernos.
        
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        Para los cualqueristas académicos, podría decirse que los  poemas de este libro deben ser leídos como artificios retóricos intratextuales,  que mediante la referencia despliegan una poética corrosiva. Pero decirlo en  esos términos sería una pelotudez, pues lo más interesante de Rémoras en Tinta radica en la capacidad  crítica que se exhibe, porque tanto los poemas como las noticias aisladas minan  la página de alegorías. Por esta razón Rémoras  en Tinta podría emparentarse con los object trouvés que realizaba Duchamp,  con la diferencia que el contenido discursivo es eminentemente político y  retiniano, es decir, que interpela el músculo dislocado del ojo. El acto algo  Kraussiano de capturar una noticia rara, perturbadora, se vuelve vital porque  lo que imaginamos siempre es al sujeto recortando y guardando la nota donde un  militar impune hace públicos unos manuales de tortura, o surfeando horas en  internet para enterarse que una pareja española adopta un brócoli japonés como  hijo. Son estas notas las que van arrinconando al sujeto, situándolo en los  extramuros de los suplementos mercuriales, y que dispuestas en el libro operan  como textos literarios autónomos en relación al poema. No hay entonces una  ilustración de un discurso a otro, sino una fusión de ambos donde el propio  sentido es el que estalla. El lector, si podemos imaginarlo, atraviesa las  páginas como si se tratara de un campo minado, o como si los poemas fueran  efectivamente peces que pueden aferrarse al otro organismo, ese mamífero  ballenero que lee.
        
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         En el fondo del entramado de estas Rémoras en Tinta subyace un debate punzante. Es la condición de  fragmentación generada por los mass media, lo que es continuamente interpelado.  En particular la postmodernidad, aquel concepto que acuñó Lyotard para  referirse al sistema educativo canadiense, y que para muchos pareciera ser un  dogma eclesiástico. Barrientos dice en un poema homónimo: “Esa necesidad  majadera/ de morder todas las frutas/ como buscando el gen de la historia  universal/ en la cabeza de un alfiler” (10), aludiendo de forma directa a la  pretensión cientificista de una sociedad que intenta cada vez más volverse  homogénea, normalizando cualquier diferencia, haciendo del lenguaje una moneda  de cambio como sugiere otro poema basado en un recuerdo pedagógico  cualquierista (cito): “Todo lo que no tiene nombre no existe/ sentenciaba mi  profesor de semántica/ dibujando un círculo imperfecto en la pizarra./Desde  entonces las palabras fueron ratas/ que debimos clasificar en jaulas” (20).
         Esta condición transversal, quizá crítica, se gráfica en  el exotismo que cualquier producto adquiere hoy en día, ese acercamiento  hipsterista hacia la cultura mapuche (cito): “No sería extraño que en el caldo  del mudai/ escuchemos ese disco duro increpándonos”. La salida a estos  derroteros, tan cercanos hoy en día, pareciera ser adquirir una postura estoica  ante el lenguaje, erradicar toda inocencia y volverse adicto a la mordacidad.  Suena tremendista pero se trata de dialogar sin ataduras, como cierra el bello  poema-homenaje titulado: Buscando a Jorge  Torres en el Mapa -quizá el texto más intenso del libro-: “más allá de lo  aciago/ transita lo inexorable/ y en eso nos enseñó a todos,/ a dialogar con la  muerte en una mesa de madera” (58). Quizá estas Rémoras en Tinta puedan sintetizarse como el intento de ese  diálogo, confrontacional, con la prensa escrita. Si los medios hoy contienen  los vientos de una época, este libro intenta traducirlos, y parafraseando otro  título de Barrientos: El viento siempre es un país que se fue.