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A BORDO DE UNA INTENSA MENTIRA NOVELESCA
"Que algo quedará", de Jorge Goyeneche (Piedra de Sol Ediciones, 2011)

Por Óscar Barrientos Bradasic

 

 

 

 

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Dice Foucault en su siempre actual Historia de la locura que una de las medidas que se implementó para deshacerse de aquellos a quienes denominaban “locos”, consistía en embarcarlos en un navío y abandonarlos a la deriva. Poco o nada se supo del destino de estas personas que enfrentaron los vientos salados del mar y también los vientos de las geografías alienadas que albergaban sus laberintos mentales. He llegado a concebir la novela como un artefacto que se liga, en ocasiones,  a ese navío sin destino tripulado por hombres que ya no están en la realidad. Es la sensación que me queda después de leer Que algo quedará (Piedra de Sol Ediciones, 2011) del escritor platense Jorge Goyeneche.

En su novela funciona el enajenamiento en el sentido más literal del término, es decir, hacerse ajeno.

Si Enrique Lihn en su antologado cuento Huacho y Pochocha construye la historia de una pareja proletaria en torno a referentes imaginarios, Goyeneche en su novela cede el timón a un narrador que le entrega a la ficción el cetro de la real, no entendido como lo absoluto, sino en tanto operación simbólica capaz de patentar las paradojas que ofrece la contemplación y el ejercicio de la escritura.

Con este novelista nos acostumbramos el quiebre prosístico y la metalepsis, no un narrador que todo el tiempo se encuentra prestigiando lo que está diciendo. Allí, en esa zona nebulosa y frágil que es la construcción novelesca,  Jorge Goyeneche se la juega por hacer de la incertidumbre narrativa un puente mecano, una diestra maquinaria de incertidumbres, un Deus et machina. Goyeneche, de manera magistral, logra que la autobiografía sea una caja de resonancia donde conviven varias voluntades y tradiciones.

De esta manera, Riki, el personaje que colecciona y se solaza en la enciclopedia de lo inútil parece de pronto representar la cháchara interminable, la discursividad corrosiva, el triunfo del significante por sobre el significado. En su antípoda, Marigé, tan historizable como ficticia, se arroja en las selvas de la ausencia, mientras el narrador reconstruye la historia de la violencia en Guatemala. Personajes que se internan en la realidad con el dispositivo de la novela o de los relatos que estallan como bombas en el lomo de lo documentable. Montar y desmontar, la utilería textual y el vértigo que conlleva las transformaciones alegóricas. El juego borgiano, a fin de cuentas, sugiriéndonos que todo autor inventa a sus precursores.

En tiempos como los que corren, donde todavía cierta narrativa se esmera en adoptar la actitud de depositaria de verdades o de contenidos ontológicos, la novela de Goyeneche apuesta por el diseño conjetural de escritura. La prosa está allí dispuesta para desdibujar anales y documentos, para observar cómo la ficción absorbe lo real a la manera de una niebla definitiva, la unión de los contrarios como diría patafísicamente Jarry.

¿Cuál es el sentido de la novela? A esta pregunta sólo podemos agregar nuevas preguntas. La mantención del conflicto parece ser el credo irrenunciable. Probablemente tripular el navío de la enajenación tiene que ver con eso, olvidar el destino del viaje y dejar que los personajes dialoguen con el poder de sus sombras o de sus pesadillas. Que algo quedará  es una novela notable que se impregna en la retina del lector dispuesto a embarcarse en la perplejidad escritural.



 



 

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"Que algo quedará", de Jorge Goyeneche (Piedra de Sol Ediciones, 2011)
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