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Híbridas patagonias
Paganas patagonias de Óscar Barrientos Bradasic
(148 pp; Lom Ediciones 2018)
Por Aldo Astete Cuadra
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Paganas patagonias, tal vez, es de esos libros que todos deberíamos leer, lo digo principalmente por el componente o carácter territorial en el que Óscar Barrientos Brádasic nos sumerge. Es una manera exquisita de hablar de lo que nos rodea inmediatamente, de nuestro paisaje cultural, social, anecdótico, toponímico. Pasamos por Tierra del Fuego, Puerto Williams, Chelif, Villa Tehuelches, Punta Arenas, Puerto Natales, y un largo etcétera de lugares propios de la Patagonia o de Magallanes. Es ese color local con el que se pintan estos cuentos lo que también le permiten tener esa dosis de universalidad, la aldea saliendo al mundo, la particularidad transformándose en una generalidad. Este es claro uno de los elementos, es el sustento en el que transcurren las historias, los relatos, pero también me referiré al estilo o género o a la ausencia de él o su hibridación. Pues Óscar prepara una diversa mezcla de elementos que merodean en la fantasía, en el terror, inclusive en la ciencia ficción y que se emparentan constantemente con una cuota de surrealismo, de ambientes etílicos, ventosos, nocturnos. No sé por qué casi todo los relatos los imaginé en el día oscuro magallánico, en esa capacidad de vivir de noche, con fríos extremos, pero que se hacen cotidianos para aquellos que viven en el fin del mundo. La portada del libro para aquellos menos intuitivos puede pasar como si se tratara de un ejercicio político, pero el que en él esté el mariscal Tito, con la extinta bandera yugoslava y qué este titán de la historia sostenga un castor con abrigo nos da indicios de que algo anómalo sucede acá, de que entraremos en un mundo inexistente y que tiene mucho que brindarnos. Barrientos Brádasic sin entrar en el terror nos muestra un experimento horroroso con tintes bíblicos, sin profundizar en la ficción científica nos habla de un ciber ángel feérico de la muerte y de una maquinaria capaz de traer a los muertos a la vida para satisfacer su curiosidad. También la fantasía de seres cuasi míticos, legendarios interactuando con personajes patéticos. Surrealismo en el que un inanimado busto nos habla de sus pesares y sueños, un hombre caballo sembrando el terror en una domadura. Un poco de esto es lo que este autor patagónico nos muestra, sin embargo, una nueva particularidad emerge como una sirena de alerta, como un sino en sus personajes protagónicos. El profesor fracasado, el alienado por la educación, por su cercanía peligrosa con el alcoholismo, por su sempiterna posibilidad de ser feliz en las relaciones afectivas. Un personaje que se divide, se parte en pedazos de desazón, en que es imposible no empatizar y sentirse también un perdedor que intenta seguir aprehendiendo de lo mal que la vida lo trata, que se resiste a la maldad con la que dioses de otras épocas, a los que nunca rezaremos, y que insisten en doblar los rectos caminos de la virtud, pero que a pesar de ello se toman su tiempo para contarnos de qué va el pasar por las inhóspitas tierras del fin de nuestra geografía.