Poesía soundtrack
La llaga enjaulada de Miguel Bórquez
Por Oscar Barrientos Bradasic
. .. .. .. .. .. .. .
Una familia de indígenas patagónicos observa recostados en medio del coirón un computador como si el precioso amuleto de la modernidad le estuviese comunicando al mito sus más rotundos designios, con la oscura voluntad de suplantarlo o transformarse en un solo gran misterio.
Este podría ser el punto de partida para abordar los textos de Miguel Bórquez, joven autor natalino que nos entrega su Poesía soundtrack[1]. De esta manera, Bórquez también se hace cargo de una tradición magallánica por donde han circulado nombres como los de Rolando Cárdenas, Marino Muñoz Lagos, Astrid Fugellie, Aristóteles España, Juan Pablo Riveros, María Cristina Ursic, Christian Formoso, Jaime Bristilo, Cristian Soto, Niki Kuscevic y específicamente en Puerto Natales Pedro Paredes, Hugo Vera, Claudia Aguilar, entre otros. Caja de resonancia polifónica y heterogénea en la producción poética del fin del mundo.
Por ello, el poeta Bórquez apela a las pistas musicales, a la cristalería secreta que se remueve en las catedrales de la ausencia. Quizás porque entre dientes susurra un canto o porque las imágenes se suceden desde el abordaje fotográfico, el estertor de un verso que cierra su promesa de patentar la realidad como uno más de sus rostros. “Con mamá en el cajero automático esperas tu mesada/ entre botones/ formularios/ extintores y reflejos/ mientras mamá te habla me observas sin querer/ bajo tus lentes de miope hada,/ encantada y malagueña, diría redonda confusión del dante”
Leer Poesía soundtrack es asistir a una tentativa de voluntad textual, siempre en función de una estética minimalista, porque los versos parecen todo el tiempo denunciar que el paradigma de la verdad abarcadora está severamente desprestigiado. Por eso, estos poemas se adentran en el disco duro de la melancolía o de una soledad por momentos fantasmal.
La experiencia del amor, también leída desde la órbita de la inmediatez nos comunica un espacio de niebla y ausencia “lo que aún no habita ya es de ruinas,/ o del terror la magia,/ o del sudor al extrañar la periodicidad del cielo, su llaga enjaulada/ yo amo lo que existe sin contradecir sus huellas,/ lo que se inquieta cuando todos duermen,/ lo que menstrúa sin jamás parir”
De manera especial el dolor existencial es la primera advertencia que el poeta pacta con nosotros, el abismo irremediable, la llaga enjaulada, la ola que rompe, el olvido, los castillos de naipes construidos hermosamente con el simple afán de derribarlos y volverlos a construir.
Afortunada y singular la propuesta de Bórquez desde lo que significa asumir una tradición poética y reformularla bajo el lente de nuevos afluentes, en una mirada no por intimista menos urbana, la resaca de lo vivido como señalaría Vallejo, pero a su vez la constatación de un mundo que se va extinguiendo hasta solo dejar los rastros del crepúsculo.
De ahí que podemos esperar buena poesía de este autor, sumergirnos en la señalética de una ciudad que erige sus ruinas como monumentos al desasosiego, acaso la finalidad última para transitar con la desesperanza en el equipaje y convencernos que cada poema constituye la triste sinfonía de un carnaval pagano o en palabras del poeta “van los carros del carnaval/ van los carros del carnaval oscuros de sin oros, úteros usados/ algunas luces en la mugre, la calle bories/ resplandece en su miseria y los monos rotos fumigan el reclamo:/ no existe testimonio más triste que el ayer”
Siempre curioso y difícil la experiencia del primer libro. Se cruza un umbral de donde rara vez se vuelve y donde no todos pasan la prueba. En este sentido, el trabajo de Bórquez se empodera del viaje del lector y construye su historia personal de la tristeza contemplativa, de los momentos que ingresan a la moviola siempre extraña del recuerdo.
[1] (Puerto Natales, 2009. Autoedición)