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Explicación de todos mis tropiezos
Óscar Bustamante, Sudamericana, Santiago de Chile, 1995.
Por Luis Riffo*
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La novela cuenta la historia de Carlos Overnead, que fracasa inevitablemente en cada intento de armar su vida. Hijo de un terrateniente empobrecido, sus tentativas difícilmente se inclinarán hacia la recuperación de la riqueza familiar perdida, poseído como está por sueños de elevación espiritual que, aparte de su esnobismo, encierra buenas intenciones, como su deseo de convertirse en intelectual. Lo atractivo del relato es que los anhelos del protagonista tropezarán sucesivamente con los escollos del dinero, el matrimonio, el trabajo y, en fin, de una vida no muy diferente a la de cualquiera de nosotros. Es, en cierto modo, la desventura del hidalgo de La Mancha trasladada a los aún más hostiles terrenos de las ciudades contemporáneas.
La narración atrapa por su agilidad, por el entramado aparentemente digresivo que enlaza diversas situaciones del pasado y del presente vividas por el personaje, estructuradas en la forma de una novela epistolar. Cinco cartas dirigidas a un primo benefactor –cuyos esfuerzos por salvar a nuestro héroe serán inútiles– van hilando una extensa explicación de los errores en que recae el narrador. El lector, por su parte, se deja atrapar fácilmente en un juego de emociones que lo distancia y lo acerca al personaje, porque puede ver en él todo aquello que desea y rechaza de sí mismo: la persistencia de los sueños y el pecado social de la inadaptación. Por supuesto que en ello se deja ver la secuela romántica del hombre singular enfrentado a la siniestra maquinaria del mundo.
El tono general de la novela nos recuerda, por un lado, las cartas que Colón escribía a los reyes con el fin de conseguir auxilio económico para continuar con su delirante empresa. Por otro lado, el Lazarillo de Tormes, que relata sus desdichas matizando hechos que mueven a risa, compasión o desprecio.
Los méritos de esta obra se sostienen no sólo en la azarosa sucesión de desaciertos acertadamente vinculados, sino sobre todo en el encadenamiento de las palabras y lo que ellas configuran. Destacamos en especial la humanidad de este Carlos Overnead, cuya caída nos parece semejante a la que estamos expuestos diariamente, como si un abismo acechara los bordes de nuestras tareas cotidianas.
*Reseña publicada originalmente en 1995, en “La valija cultural” de El Mercurio de Valparaíso.
