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Luis Omar Cáceres. El ídolo creacionista
(Ediciones Lastarria, Santiago, 2014)
Por María José Cabezas Corcione*
Publicado en
Revista Agua Tinta Año 2 N°17, septiembre de 2016
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“Entonces canto a mis límites, mi alegría desbordada
como un collar de olvido en la extremidad de un verso;
contra el rumbo de la noche voy ganando hojas de plata,
y he de estar dormido cuando todas me pertenezcan.”
El ídolo creacionista
Este poeta cauquenino que nace el mismo año que Pablo Neruda (1904) deslumbra en muchos aspectos, tanto por su biografía como por su reveladora obra. Ya en su adolescencia estaba interesado en tratados de música, armonía, estética avanzada y crítica literaria. Comienza sus estudios de violín a los 13 años, sumado a la lectura y escritura de poesía.
Dentro de la agitada época de 1925 hasta 1931, fue mentor y portavoz de numerosos sindicatos en Santiago y San Antonio, lo que hizo que su figura fuera admirada y respetada.
En 1934 publica su único libro, Defensa del ídolo. Esta obra no estuvo libre de polémica pues se hizo conocida primeramente por la existencia de tres prólogos de diferentes autores (Pablo de Rokha, Ángel Cruchaga Santa María y Vicente Huidobro) y uno más, del propio Cáceres. El definitivo fue escrito por Vicente Huidobro y sería el único texto de este tipo que el autor dedicó a un poeta. Luego se conocería el famoso episodio de la quema de sus libros, el mismo día de su publicación en el patio de su casa.
Luis Omar pasó por momentos de intensa amargura y desesperación al no encontrar la palabra exacta que pudiera nombrar el lugar de la poesía. Los pequeños rayos de comprensión sobre su proceso poético y existencial lo hicieron deambular por distintos postulados y prácticas metafísicas con el único fin de comprender su estado: “Los jóvenes que verdaderamente odiamos el pasado y el presente, a fuerza de amar el porvenir, lograremos, si no alcanzar, por lo menos preparar, aquel vasto equilibrio que habrá de liberar a la humanidad, haciéndola revelarse a sí misma en su esencia más íntima”.
A través de sus cuadernos, se observa cómo el poeta irá develando las inquietudes en aspectos ontológicos, como la estructura y significado de la realidad y el sentido último del ser. Leyó a los orientales, se inició en prácticas de metagnomía (estudio de la clarividencia), metaloterapia, psicología del misticismo, teosofía, alfabetos rúnicos, psicoanálisis, biorritmos, entre otros temas que van iluminando su búsqueda de lo inconsciente. Un hombre con intensa curiosidad por explorar lo recóndito de las energías físicas y espirituales. Un poeta que se sumió en demasiadas luchas por defender algo en lo que él creía fervientemente: “Definir por medio de la expresión de mis estados interiores la verdadera situación de mi yo en el espacio y en el tiempo (…). Una nueva modalidad éticoestética debe alcanzar, necesariamente, aquel que parte en línea extrema de sí mismo”.
Intentó buscar el lugar de la poesía a través de la imagen de un ídolo en transformación constante dentro de un espacio que no puede definirse; como frontera hacia las formas del inconsciente, desentrañando todas las etapas del proceso de ascenso y descenso por una ruta incierta.
Teófilo Cid lo recordaba de la siguiente manera: “Era distinto. Era lo que se llama un animal de la luna, y, si así no se llama, así debiera llamarse (…). Cuando se le enterró en el panteón general alguien dijo: –Ha muerto el último bohemio”.
Eduardo Anguita intentó definir su poética. “Llegó hasta la obsesión en su afán de precisar la forma concreta con que veía, por ejemplo, a un espectro, escindido su cuerpo fantasmal a la manera de una palabra”. Cáceres sin descanso intentaba unir estos mundos invisibles a través de la cadencia y delicadeza con que leía sus versos o tocaba su violín. La atmósfera del lugar se invadía por un extraño suceso de velos e intuiciones: “Tenía una manera extraña de recitar, de pronunciar las palabras, saboreándolas, paladeándolas casi”, señalaba Miguel Serrano.
Un poeta que desafió su presente y buscó el significado de la realidad a través de la consonancia de hilos invisibles hablándose al oído, su actitud fue “la de aquel que fue demasiado lejos en el corazón de los hombres y en su propio corazón; la de aquel orgulloso de las soberbias esperanzas que, de súbito, creyendo disponer del universo en una enumeración insólita, tropieza, en cambio, con la omnipresencia lacerada de su propio yo, mientras un índice de revelación señala esa fijeza con su fuego individual”, en palabras de Cáceres.
En los versos que siguen, se percibe cómo el poeta intenta habitar el dolor de la palabra albergando el deseo de tocar el silencio.
Yo soy el que domina esta extensión gozosa,
el que vela el sueño de los amigos,
el que estuvo siempre pronto,
el que dobla esa fatiga que adelgaza todos los espejos.
Ahora sorprendo mi rostro en el agua de esas profundas despedidas,
en las mamparas de esos últimos sollozos,
porque estoy detrás de cada cosa
llorando lo que se llevaron de mí mismo.
Y amo el calor de esta carne dolorosa que me ampara
la sombra sensual de esta tristeza desnuda que robé a los ángeles,
el anillo de mi respiración, recién labrado…
Es todo cuanto queda, oh ansiedad (…).
El itinerario de Defensa del ídolo es el anhelo por encontrar el lugar verdadero, una verdadera identidad. Cáceres ambicionó hallar el eco de sus súplicas –que se repetirán interminablemente en el vacío de las palabras– y logra concebir un conocimiento poético en la conformación y evolución del ídolo que quiso defender. Al emprender el proceso de despojo o abandono de lo experimentado, alcanza una nueva forma de re-conocerse.
El transcurso de este viaje, desde las tinieblas de lo innombrable, radica en una búsqueda de la constatación de su doble. A este lugar como ruta o estado, Cáceres le llamó ídolo. Sin embargo, la frustración por no poder dar una respuesta a través de su condición mortal, desencadena el vértigo de la caída, la transformación de humano a animal poético que olfateará los “rincones latentes”.
Luis Omar Cáceres se instala como un continuador del Creacionismo de Huidobro. Un importante ícono literario con una autoconciencia admirable y que puede ser develado únicamente a través de su lectura y rescate. Un poeta que descubrió lo inabarcable de la soledad. Su biografía, teñida de retazos incomprensibles y aún no resueltos, construyó un mito y un desafío para el estudio de su obra, que, escrita en un desesperado intento por cifrar lo ignoto del oficio poético, muestra una búsqueda auténtica por comprender la soledad de las palabras y la suya propia.
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*María José Cabezas Corcione. Poeta chilena nacida en 1982, magíster en Literatura de la Universidad de Chile y licenciada en Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales. Es autora de los libros Oscurece al fin (autoedición, Santiago, 2008), Confabulación crítica. Asedios a Juan Luis Martínez (Ediciones Tácitas, Santiago, 2009) y Luis Omar Cáceres. El ídolo creacionista (Ediciones Lastarria, Santiago, 2014).