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LOS HIJOS DE PINOCHET O LA POESIA LÍQUIDA DE LOS 90

Por Omar Cid
Director Crónica Digital

 



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Los hijos de Pinochet

Volver a principios de los noventa, cuando la dictadura del general Augusto Pinochet,   entregaba el poder y se iniciaba lo que conocimos  como transición a la democracia, es un ejercicio de memoria histórica, volver a revisar la producción cultural de esos tiempos, es revivir las contradicciones de un periodo.

Cuando han pasado veinticuatro años, me parece importante (re) pasar, cómo asimilaron las nuevas generaciones de poetas ese proceso, desde esa perspectiva la contextualización y el análisis de textos  parecieran ser un método aparentemente confiable.

Uno de los primeros fenómenos culturales, de inicios de la década del noventa, viene impulsado desde el espacio de las editoriales, y se conoció como Nueva Narrativa, esa propuesta de Marketing literario, coincidió con el comienzo de la democracia y de los gobiernos de La Concertación[1].   La narrativa  entregó visiones tanto del pasado, como de los cambios abruptos de la sociedad. Alberto Fuguet, destaca con Sobredosis (1990) y Mala Onda (1991). Arturo Fontaine, en otro registro con Oír su voz (1993) logra una de las novelas más inquietantes sobre la dictadura[2].

Es curioso como la poesía, parece quedarse afónica, en este periodo histórico donde las contradicciones entre justicia y medida de lo posible; amnesia y memoria, acuerdo o conflictos sociales,  juegan sus cartas.

Los poetas de ese momento tienen como características, el haberse formado en el aparato educacional de la dictadura, además de publicar en la década de los noventa, así los clasifica Francisca Lange Valdés[3].  En la misma línea, algunos años después, Raúl Zurita lanza “Cantares. Nuevas voces de la poesía chilena” ambos textos tienen la ventaja de ir acompañados de una propuesta teórica y cultural, a diferencia de otras recopilaciones, como la de Francisco Vejar, que por esa razón son descartadas.  Zurita es más amplio, incluye 16 nombres más de los ya conocidos, sin embargo, concuerdan en el mundo y el imaginario en que han sido formados, son hijos de la imagen, de lo virtual,  desconfían de los proyectos sociales, viven en la auto-referencia, en una especie de narcicismo social, donde la palabra, es parte de un juego, de una apuesta.

“Yo vivía encerrado en un presentimiento,
yo sabía que mi abuelo iba a morir ese mes de diciembre.
No tiene olor a nada la muerte,
la muerte no tiene olor a nada ni se anuncia con rosas.”[4]

Para entender de mejor manera, esta diversidad de opciones estéticas administradas a través del lenguaje, es necesario comprender, los grados de complejidad de un país que de la mano de la transición política, se ve expuesto a todos los rigores de la sociedad de mercado, en su faceta neoliberal y globalizada, es decir, donde el concepto de ciudadanía se disemina y los espacios de convivencia y racionalidad social, van a ser marcados por el consumo[5].

En ese contexto, la opción de Javier Bello, al bautizar a un grupo de poetas como los “náufragos”[6],  para luego instalarlos en el mercado de la oferta cultural, a partir de su propia tesis[7], tiene que entenderse como el comportamiento natural, de alguien que incluso por sobre sus méritos académicos, se siente parte de una generación de emprendedores, una especie de Management cultural,  cuyo producto más preciado se llamó “poetas de los noventa”[8].

Otro elemento a considerar es el factor globalizador de la cultura, mientras en los años sesenta, setenta, los discursos nacionales y desarrollistas, se podían ver en pantalla, por medio del cine, reportajes.  Desde mediados de los ochenta el fenómeno globalizador trajo consigo, la deslegitimación del discurso de identidad, las fuerzas globalizadoras, han instalado en los mercados internos, tecnologías, modas, lecturas, estilos y estéticas, los poeta de los noventa al tener acceso a la web, al blog, al correo electrónico, desarrollan su propia individualidad en oposición a las costumbres y concepciones estéticas de los 80.

El irresistible proceso globalizador, la presión de las editoriales por moldear e interrelacionarse con los lectores, la instalación de discursos provenientes desde ámbitos disímiles, pero hermanados en la experiencia virtual, por medio del intercambio incansable y voraz de información, hace de esta generación de poetas, los portavoces oficiales de la vuelta al espacio íntimo, porque en su vida cotidiana no tienen carta de ciudadanía, porque el concepto ciudadano -en el mejor de los casos- es una abstracción que se mitiga en el acto simbólico de votar, cuestión a la que estos individuos diversos de mediados de los noventa, le niegan toda importancia[9].

 “De un audífono al otro
por azar, entre estaciones, te recobras
a la orilla de un recuerdo.
                                 Estribillos
de las olas que envuelven a diario
todo el éter, y la gente memoriza.
en la impaciencia del Metro”[10].

En la medida que la poesía de los 90, da cuenta del espacio íntimo, usa como modelo de proyección cultural “la casa de vidrio”[11] que se transforma en ícono del momento, para luego ceder su lugar, a los Reality.

El aparato discursivo poético deja de ser neutro, porque cualquier diferencia que pudiera existir entre lo público y privado como en los inicios de la modernidad, se liquida de golpe y en ese momento la literatura se reduce a una especie de sanación, donde el closet y el diván, se transforman en una experiencia liberadora.

“si te gusta te gusta
si no te gusta no te gusta no más
me dijeron que tenían razón y tenían razón:
ella es débil y blanca tú eres
pobremente oscuro y eso es todo cuanto hay
no en el fondo sino encima de la cama
cuando besas y te besa”[12].

En ese sentido entonces si aplicáramos la tesis de Arendt[13], sobre la supresión de lo que conocemos como espacio público y privado para hablar de lo social, los textos citados y otros del mismo tono, no tendrían otra importancia u otro fin que mostrarnos el cansancio vital, de un pequeño grupo de  jóvenes, pertenecientes a un sector social con inquietudes intelectuales.

 “Yo me lluevo, yo me trueno, yo relámpago, me tremo,
yo me cielo, yo me ocaso, me palomo, me carajo”[14].

Una de las constantes al escudriñar poemas y versos, es el agotamiento de la experiencia poética de un (yo) dolorido, desmesurado y emocional, que pretende expandirse, en un ejercicio enfermizo, donde el poeta se mira al espejo y pretende que todos los demás, sus lectores seamos el espejo mismo, allí la posibilidad de escapar o integrarse en los otros,  parece no existir.

Resulta paradójico entonces que a una propuesta escritural tan limitada, como la propia nariz, tenga en las palabras de Raúl Zurita,  una proyección de arte mayor.

La poesía líquida

 “Como una manera triste de predecir
miro el paso de las nubes sobre el puerto.
Sé que mi suerte no está
en ninguno de esos nimbos que regresan al mar
movidos apenas por el viento de la literatura.
“Profetizar me asquea” podría decir
y, sin embargo, allá va mi vida,
sobrepasada por pájaros que llevan
todo el tiempo del mundo entre sus alas”[15].

Otro de los elementos característicos de este conjunto de poetas, es el sentido de transitoriedad, de paso, no solo por la dimensión del viaje, sino porque su poder simbólico es restringido, incapaz de adquirir solidez, en ese aspecto, se trata de una propuesta escritural líquida[16],  escurridiza, simbólicamente débil.

La imagen más adecuada para este conjunto de voces, es la del muro tapizado de carteles de diferente índole, donde ojos, bocas, manos, colores se entrecruzan, como sabiendo que su destino no es otro que desaparecer, es lo que marca o limita a este conjunto de léxicos dispares, donde el valor étnico, las uñas pintadas, las lágrimas envueltas en una ventana, la mano que toca la pierna bajo la mesa, se disputan un muro cuya esencia es disolverse en el ruido, en las luces de la ciudad[17].

La poesía de los noventa, se manifiesta como una experiencia estética, donde la dimensión del acontecimiento, se vuelve adictivo, porque la fuerza del vacío supera el intento de suspensión de la realidad, y en el viaje, en el roce con lo perdurable, no existe otra posibilidad que repetir la operación, sabiendo que está condenada a desaparecer, porque tampoco se está dispuesto a un esfuerzo superior de construcción simbólica.

“No sería mejor que olvidáramos
A la vaca semiológica que pasta a la deriva
Sudor rocío que nos entumeció los huesos sesos”  [18].

Resulta llamativo constatar, cómo un grupo de jóvenes seleccionados y concertados, para irrumpir en la escena poética en tiempos de la transición política, lejos de la inocencia e introducidos de modo rápido y eficiente en las reglas del juego del mercado, ocuparon con una facilidad que impresiona, el espacio generado desde las aulas universitarias. Si la década de los 80, perteneció a Los prisioneros, la de los noventa, es la de La ley. Si los escritores de los ochenta, generaron espacios de resistencia, los de los noventa, en su aparente fragilidad y renuncia a toda rebeldía, construyeron las redes necesarias y los canales precisos, para conseguir sus objetivos.

La generación del 90, es entonces en poesía, lo que las editoriales elaboraron como construcción de mercado y que conocimos como “Nueva narrativa”.  La diferencia se da en que los primeros, son producto del mercado, mientras que los segundos, son parte del tubo de ensayo de la academia.

El error de las compilaciones, elaboradas desde mediados de la década en discusión, radica entre otros, en su apresuramiento, en su falta de distancia histórica, para ser más precisos,  recién hoy se podría empezar un trabajo serio de recopilación, cuyo objetivo debiera ser, abarcar la producción poética de pos-dictadura y la extensa transición que termina, con los cuatro años del gobierno de Sebastián Piñera.

Los trabajos analizados son pálidos intentos, demasiado anticipados, donde un pequeño grupo de avezados jóvenes, pretenden irrumpir en la historia de la literatura, ingresando por la ventana o gestionando desde sus redes de apoyo, una pequeña plaquita con su nombre, en los archivos de alguna biblioteca pública.

Sin duda los llamados náufragos, como los incluidos por Zurita, llevan una pequeña ventaja comparativa en relación a otros poetas del mismo tiempo, sin embargo, de ese número de “escogidos” ni siquiera me atrevo a pronunciarme -por dos o tres- que tengan la fortuna de permanecer, los demás, por más artículos especializados donde sus nombres aparezcan, invitaciones y premios que reciban, no hay caso, la historia y el olvido, son crueles, especialmente con los poetas.


 

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NOTAS


[1]   Camilo Marks. Canon Cenizas y diamantes de la narrativa chilena. Noviembre de 2010. Ramdom House Mondadori. Pág. 183

[2] Ibid.Pág.184-185. 

[3]Diecinueve poetas chilenos de los noventa.” J.C. Sáez Editor.  Junio del 2006. Pág. 11

[4] Ibid.  Javier Bello. Poema La jaula de la verdad.  Pág. 55

[5] Néstor García Canclini. “Luego, debemos admitir que en el consumo se construye parte de la racionalidad integrativa y comunicativa de una sociedad”. Consumidores y ciudadanos conflictos multiculturales de la globalización. Editorial Grijalbo. 1995. Pág.45.

[6] Expresión usada por Javier Bello para bautizar a los integrantes de esta diversidad de poetas.  Los náufragos:
http://www.uchile.cl/cultura/poetasjovenes/naufragos1.htm

[7]    Javier Bello. Poetas Chilenos de los Noventa. Estudio y Antología. Tesis para optar al grado de Licenciado en Humanidades con mención en Lengua y Literatura Hispánica. Universidad de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades, Departamento de Literatura. Santiago de Chile, 1995.

[8]   “Hoy, con 20 años de producción de libros, textos críticos, docencia, traducciones, premios,  diríamos que todos tienen una poesía notable, pero  muy diferente una de otra; sin embargo, se sigue hablando de “la poesía de los 90”. En común tienen su infancia vivida en dictadura y que la mayoría tiene estudios universitarios, que trabajaron y compartieron en el taller que el poeta y profesor Andrés Morales dirigió en la carrera de Literatura de la Universidad de Chile, aunque algunos vienen de la Católica y de otras carreras, no sólo de Literatura”.  Entrevista Radio Tierra.  Javier Bello. 7 de nov. 2012.

[9] “Si combinamos la población no inscrita con los votos nulos/blancos y las abstenciones, el número de chilenos que no ha emitido votos válidos ha aumentado significativamente desde 1988. Mientras esa cifra llegó al 10,9% en 1988, el 41,8% de los chilenos mayores de 18 años prefirió no inscribirse en los registros electorales o, estando inscritos, optó por no votar o votar nulo/blanco en las parlamentarias del 2001. Esa cifra fue la más alta desde el retorno de la democracia en 1990”.  Patricio Navia.  Participación electoral en Chile, 1988-2001. Revista de Ciencia Política Santiago. V.24. 2004

[10]   Andrés Anwanter. Del texto Embarcaciones.  “Diecinueve poetas chilenos de los noventa”. Francisca Lange Compiladora. Junio 2006. Pág.30

[11] Proyecto realizado por arquitectos de la UC y que se implementa el 25 de enero del año 2000, con apoyo del FONDART, una estudiante de teatro realizó todas las actividades que una persona común y corriente realiza en su casa,  en este caso una de 4 por 2 metros y de vidrio, provocando un fuerte impacto público.

[12] Alejandro Zambra. Del Texto (1). Diecinueve poetas chilenos de los noventa. Pág.401

[13]    “La evidente contradicción de este moderno concepto de gobierno, donde lo único que el pueblo tiene en común son sus intereses privados, ya no ha de molestarnos como le molestaba a Marx, puesto que sabemos que la  contradicción entre privado y público, típica de las iniciales etapas de la Edad Moderna, ha sido un fenómeno temporal que introdujo la completa extinción de la misma diferencia entre las esferas pública y privada, la sumersión de ambas en la esfera de lo social” .   La condición Humana. Editorial Paidós 1993. Pág. 74.

[14]   Rafael Rubio. Del texto Yo me todo. Cantares nuevas voces de la poesía chilena. Raúl Zurita compilador. Editorial LOM. 2004. Pág. 169

[15] Jaime Huenun. Diecinueve poetas chilenos de los noventa.  Pág. 175

[16] “Estos artistas de la era líquido moderna, por el contrario, se centran en acontecimientos pasajeros:
acontecimientos de los que, de entrada, se sabe que serán efímeros. Saben que el arte como acontecimiento, no ya el arte como obra, concluirá pronto” Zigmunt Bauman. Arte Líquido Ediciones Sequitur.2007. Pág.42

[17] “vemos, en definitiva, unos carteles que luchan por hacerse un hueco y que consiguen dejarse ver destruyendo el sitio de otros carteles: tiras de papel, frases inacabadas o frases sin inicio, bocas abiertas que nada anuncian, caras con un solo ojo o una oreja”. Zigmundt Bauman. Ibid. Pág. 38

[18] Damsi Figueroa. Convite. Cantares. Nuevas voces de la poesía chilena. Raúl Zurita. Editorial LOM. 2004. Pág.187.





 



 

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