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Último poema de Octavio Gallardo o la huella de una pulsión
MAGO Editores, 2016
Por Salvador Gaete
Presentación realizada el 19 de julio de 2016 en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende
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Ignoro si Último Poema es un buen título para un libro, desde el primer día me resultó un nombre incómodo, excesivamente romántico, una provocación innecesaria para quienes día a día se apostaban abrumados en la sala de emergencia, una mueca siniestra. Creo que siempre es más fácil convivir con la propia muerte, es aquello precisamente lo que vuelve a Último Poema un libro inquietante, el hecho de asistir al sin sentido de otro y descubrir el vacío propio. Comprendí que el libro entero trataba de la incomodidad, del malestar y que la muerte aparecía en el horizonte como alivio de esa tensión incesante, de aquello que nos impide alcanzar la felicidad. Último Poema es el relato poético de lo que podríamos denominar una pulsión oscura.
Último poema es también la historia de una fractura anterior, de una herida íntima e inconfesable alojada en la prehistoria del ser. El poeta esconderá las señales que revelen el verdadero sentido del libro a través de artilugios propios de los laberintos de la mente: paisajes inexistentes que disfrazan la ausencia de espacio y de tiempo, pues aunque Octavio Gallardo nos proponga un viaje hasta el país de los cielos blancos, hasta el lugar sin escritura, símbolo de muerte, esconde un viaje de retorno, pues qué otra cosa puede ser la muerte si no retornar, volver a un estado originario, salir de la nada para volver a la nada. Gallardo ve como su pulsión lo conduce hacia atrás, lo sienta en el diván de Freud para que broten casi espontáneas imágenes deformadas de su infancia: “jugué a las cartas con las patas colgando en la/ vereda al centro del barrio/ así la casa se me fuera alejando hasta las/ constelaciones, estaría al centro/ de todo; un hedonista que se ha quedado en el beso/ de su madre”. Gallardo deja huellas en medio del paisaje onírico, esto permite que todo el poemario esté impregnado de una tensión inquietante, como si quisiera ser descubierto, como si en la confesión de su secreto estuviera la clave de su sanación. Por eso la pulsión de muerte se funde con la pulsión erótica, es una mujer la que lo lleva hasta el país de la muerte, un fantasma, un ánima sin nombre que se autodenomina “la desaparecida” ¿será otra vez una alusión de su infancia?
La culpa presente en todo el poemario a través de frases como: “fue en el páramo que me negaste” o “soy la que te besó y luego te negó”, revelan antecedentes de abandono, amor y castigo se suceden una y otra vez como una reiteración incesante desde una época temprana, como un marca que obliga al sujeto a ponerse en riesgo una y otra vez reiterando el episodio traumático, a veces invirtiendo los roles. Dice Gallardo: “me haré cargo de tu existencia total/ como un padre, porque así te trataré:/ con extrema fineza.” Lo que intenta en este cambio de roles es entregar el cuidado de manera desmedida como compensación de la carencia originaria. Aunque Freud define esta típica inversión como: “Si yo fuese el padre y tú el niño, yo te trataría mal a ti”. De ahí se entiende la frase de carácter represiva: “me haré cargo de tu existencia total”. Es de esta forma, explica Freud, que el impulso de destrucción se vuelve contra sí mismo.
Si bien concibo Último poema como un valiente sondeo en la intimidad más secreta del poeta, esto no me resulta inconciliable con la mirada que Gallardo hace de la dictadura militar, lo que le da al libro una contundente carga social. Si el leit motiv del poemario es la carencia, las necesidades primarias no satisfechas en la infancia, o la violencia del desarraigo, no es de extrañar que el personaje central se sienta identificado con la imagen de una mujer víctima de la represión: “yo soy la que probablemente lanzaron al mar/ envuelta en una bolsa de oro” nos dirá el poeta, fundiendo en una misma imagen el trauma de infancia con el trauma sufrido por el país. En ambos casos la libertad ha sido coartada, el objeto de felicidad ha sido suprimido violentamente, el apetito ha sido castigado severamente y ha dejado una fractura. Se ha impuesto el padre con la nueva normativa y la pulsión erótica ha sido frustrada, el impulso de muerte o de destrucción nacido primeramente para conquistar el objeto de deseo se vuelve contra sí, erotiza el dolor, lo vuelve deseo “echas de menos una lengua pura/ que te lama las piernas./ No lo reconoces porque estás acostumbrada a este/ desierto/ y confundes amor con soledad”. Infancia y dictadura son lo mismo para el hablante, y no existe frontera precisa entre su carencia individual de infancia y la vigilancia militar: “En cambio tú/ que tuviste una infancia helada,/ y fuiste sobrevolado por docenas/ de helicópteros militares”. Ambas facetas, la social y la individual están unidas por la figura del padre represor, figura que solo aparece en el texto como amenaza de reemplazo por parte del hablante en la voz autoritaria que sentencia: “me haré cargo de tu existencia total”
Último poema puede ser leído tanto como un viaje en círculos hasta la muerte, o como un texto de sanación, es la historia de una fractura muy personal que a la vez es compartida por toda una generación nacida entre helicópteros. Último poema se mueve como el niño en el columpio de la muerte, entre el impulso del eros y el impulso de destrucción, la adoración de lo ambivalente que busca fusionarse en un acto de transformación.