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Óscar Hahn
APARICIONES PROFANAS
Hiperión, Madrid, 2002
Por Julio Espinosa Guerra
Publicado en el número 3 de la
revista de poesía “La Estafeta del Viento” de Casa de América,
2003)
El chileno Óscar Hahn (1938) es uno de los poetas
latinoamericanos más importante de las últimas décadas.
Sólo en su país cuenta con el mérito de ser el
eje de unión entre dos “generaciones poéticas”, la del
’50 – con Enrique Lihn y Jorge Teillier a la cabeza –y la del ’60
– a la que pertenecen Gonzalo Millán, Cecilia Vicuña,
Omar Lara y él mismo, sólo por nombrar a unos pocos–
al publicar el año 1961 Esta rosa negra, libro ganador
de uno de los concursos de poesía de referencia a nivel nacional
y en el cual, a pesar de la precocidad, ya deja en claro sus influencias
clásicas y el tema de la muerte, que junto al del amor serán
las piedras basales de toda su poética, junto con la preocupación
por el lenguaje.
Desde ese lejano 1961 a la fecha de publicación de Apariciones
profanas han pasado exactamente cuarenta y un años, Hahn
ha publicado dos de sus últimos títulos en España
(Tratado de sortilegios, Hiperión, 1992 y Versos
robados, Visor, 1995), se ha convertido en un poeta de referencia
obligada y su vida, por qué no decirlo, le ha hecho convivir
con la muerte, cuestión que queda patente en el conjunto de
poemas aquí reseñados. Porque si bien desde siempre
había tocado el tema de forma obsesiva, varios críticos
e investigadores de su obra veían cómo en sus últimos
poemas se volvía, un poco más optimista, optimismo entonces
cercano al cristianismo y que en este libro pasa a ser un escepticismo
rayano a la postura Sen de la dualidad y complementariedad de los
opuestos. Pero el libro aquí tratado es mucho más que
esta dualidad.
Antes que todo, me gustaría detenerme un momento en una de
las características fundamentales de la poesía hahniana
(término tan adecuado como al hablar de la poesía de
parra utilizamos el adjetivo “parriana”), específicamente en
la peculiar utilización del lenguaje. A todos los que nos hemos
detenido a alguna vez a leer sus textos, desde Arte de morir
(Hispamérica, Buenos Aires, 1977) en adelante, no ha dejado
de llamarnos la atención la convivencia de términos
y ritmos clásicos con el vocabulario urbano y popular. Es quizás
éste uno de los logros y legados más importantes de
su poesía, puesto que conforma un todo armónico y demuestra
que lo clásico no es ajeno a lo contemporáneo. Así
estructuras como el soneto se llenan de actualidad, muy bien reflejada
en “Arte poética” (p.55): “La puta madre de mi poesía/
la frígida la virgen la caliente/ la que me pone cuernos en
la frente/ la que aprieta los muslos a porfía// y no me suelta
lo que yo querría:/ la flor de su hermosura irreverente/su
corola que late noche y día/ envuelta en llamas y rocío
ardiente// La que me engaña con cualquier vecino/ con Rilke
con Pessoa con Vallejo/ la que traza en los astros mi destino// La
beata la agnóstica la impía/ la que pinta mis labios
en su espejo/ la puta madre de mi poesía”, que además
me da pie para señalar en Hahn a uno de los sonetistas más
notables del mundo hispanoamericano.
Pero esta misma “Arte poética” también está
llena de otra de las características del nuevo libro: una mirada
escéptica, mas no lacrimosa, sino llena de una tragedia mirada
con los ojos del buen discípulo, del buen aprendiz de la vida
y la muerte, como quien dice “esto es terrible, pero es lo que hay”,
como señalan los últimos versos del poema “Palabras
de un fantasma anterior
a su nacimiento”: “…/Bienvenidos hermanos fantasmas/ aquí
están los espectros de los que aún no han nacido/ sincérense
con nosotros/ dígannos si valió la pena nacer/ dígannos
si la vida tuvo algún sentido/ o si ser o no ser da exactamente
lo mismo” (p.23). En todo caso, a pesar de intentar mirarlo de
la mejor forma, la incertidumbre por el sentido o sinsentido de la
vida, por el absurdo, al fin de cuentas, es oscuridad y cuerda que
ahoga, aunque esté predispuesto a seguir caminando sin luz
y a seguir viviendo hasta ser ahorcado, como lo demuestran “Reflexiones
de un sobreviviente” (p.31) e “Hilo” (p.32).
Esta misma preocupación por el sentido y sinsentido, que es
una dualidad, nos lleva a otra (preocupación y dualidad): la
obsesión por lo permanente y lo efímero y cómo
se crea un diálogo de interdependencia entre ellas. Sin duda
Hahn profundiza en la relación entre la vida y la muerte, volviendo
sobre sus pasos y con las experiencias de su madurez poética
y existencial. Queda patente su preocupación en poemas como
“Hombre con quitasol” (p.14), “Hueso” (p.20), “El cuerpo le pregunta
al alma” (p.35), pero hay uno poema que quiero destacar, donde este
diálogo queda aún más patente, no existiendo
una diferencia clara entre el ser y el no ser, porque ambos están
contenidos el uno en el otro. En “El doliente” (p.21), Hahn plasma
con agudeza y gran sensibilidad el ying y el yang de la vida, sin
referirse a ningún ente todopoderoso, ni representante del
bien ni del mal, más que la existencia misma, que es un todo:
“Pasarán estos días como
pasan
todos los días malos de la vida
Amainarán los vientos que te arrasan
Se estancará la sangre de tu herida
El alma errante volverá a su
nido
Lo que ayer se perdió será encontrado
El sol será sin mancha concebido
y saldrá nuevamente en tu costado
Y dirás frente al mar: ¿Cómo
he podido
anegado sin brújula y perdido
llegar a puerto con las velas rotas?
Y una voz te dirá: ¿Que
no lo sabes?
El mismo viento que rompió tus naves
es el que hace volar a las gaviotas”.
Partiendo de este texto, podemos decir que surge una vertiente ya
tocada tangencialmente por el poeta, pero que esta vez se hace más
evidente: cierto panteísmo contemporáneo, en el cual
no hay más razón de ser que la naturaleza misma, tanto
en cuanto “naturaleza”, tanto en cuanto “existencia”. Eso se repite
en más de un poema ya nombrado y en otros como “Nada más
que hacer” (p.34) y “Violín” (p.50).
Otro de los temas que se profundizan en este libro es el de la permanencia
del ser después de la muerte, que no es lo mismo que la permanencia
de todo lo que es, sino y en este caso de lo que no es. Esto se ve
en “Loco amor” (p.17), “Los fantasmas de Lisboa” (p.47) y, especialmente,
“Mirando por la ventana” (p.54). En ellos el amor triunfa sobre lo
efímero y la permanencia de lo material o de lo que no es.
Nuevamente aquí estamos frente a un poeta clásico, pero
también al poeta totalmente partícipe de un siglo veinte
lleno de incertidumbres, sin dioses ni profetas, como el mismo señala
en la página treinta y uno, y que busca con desesperación
una respuesta al absurdo.
Hay otras características en la poesía de Hahn que van
más allá (o más acá) de su temática
principal, pero que ayudan a buscar respuestas o, más que respuestas,
salidas, puertas de escape, como son su ejercicio de natación
por las “playas del inconsciente”, reflejado en un excelente poema,
“Autobiografía del inconsciente” (p.43) y la cita a otras vidas,
ese escudriñar en otras existencias que también da respuestas
a la propia, como “Anotaciones en el diario de Rimbaud” (p.24) y “Autorretrato
de Van Gohg” (p.48), además de la utilización constante
de intertextualidades e interreferencialidades, que vuelven su poesía
una relectura de otros, donde el otro llega a ser su propia escritura,
para hallar nuevas interpretaciones.
Por último, señalar que Óscar Hahn coquetea en
su escritura con la muerte, pero es un poeta de la vida. Se trata
de lo que nos dice en su primer poema: “…//La muerte es una buena
maestra/ cuando te habla al oído y se retira”.