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Rosas negras al almuerzo

Reynaldo Lacámara

 

 

 

 

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«Vivir es estar a solas con la muerte» nos susurró alguna vez Luis Cernuda en un intento, de escalofriante vigencia, por  acotar desde el discurso poético la pulsión primera de la vida como permanencia o porfía.

No es fácil resistir el escalofrío que provoca la constatación cotidiana de nuestra finitud… personal, colectiva, estética o emocional. Hay siempre algo o alguien que nos recuerda aquello que repetían en el oído de lo generales triunfantes a su regreso a la Roma Imperial: «Memento mori»… «Recuerda que morirás». ¿Remedio contra la soberbia o expresión de deseo?

Poco importa en realidad la razón de la advertencia, cuando la verdad es que la llevamos inscrita en cada recodo de nosotros mismos desde antes de nacer.

Por lo mismo la poesía, de un modo  cálido, pero inclaudicable, ha querido dar cuenta de ella a veces lentamente y en otras ocasiones apurándola de un sorbo… no sólo en la tinta o el papel, sino también en la sangre.

Así es como esta antología de Óscar Hahn nos invita a un recorrido por la muerte y las muertes… cotidianas y no tanto, heroicas y no tanto, multitudinarias y no tanto… Innecesarias, como toda muerte.

Asoman aquí los matices de la muerte con la fuerza de una imagen destinada, o condenada tal vez, a constituirse en reflejo, pero también en insinuación empapada de madrugadas o abrazos estériles. Algo así como «una piedra arrojada de canto» o el último café en alguna oficina de las Torres Gemelas aquella mañana de ese otro 11 de septiembre… también sangriento y atroz.

La vigencia que asoma en estos poemas de Óscar Hahn es cuestionadora y desafiante. Es aquella que incomoda a la hora del dinero plástico o los abrazos vía internet. Es el modo en que la vida se encarga de recordarnos qué hora es o entregarnos «una rosa negra» a la hora del almuerzo.

Para asomarse a estas páginas uno debe esconder relojes, espejos y fotografías, no por simple ejercicio devocional o esotérico, sino más bien como inventario de aquello que apura los minutos, las horas, los finales, hasta convertirlos en presente. Porque estos poemas son también la bitácora de un hombre de mil caminos en los cuales la vida y la muerte se le han ido revelando con todos sus pliegues y abismos.

Desde esos contornos la poesía de Hahn, en esta obra, no sólo plantea un discurso temático, sino ante todo una propuesta y un reclamo estético a favor de la vida, la belleza y el ser humano. Sólo así el revés de las cosas y los tiempos se torna legible desde la contingencia real y perentoria de una existencia finita, pero aún así rescatable como espacio, posibilidad y desafío.

Restituir al ser humano el asombro por la vida, supone devolverle el silencio ante la muerte, y el silencio puede ejercer su ciudadanía desde la palabra cuando el poeta logra traspasar la frontera del discurso para introducir al lector en una suerte de tierra prometida propicia al encuentro y la pausa entre el asomo a las cosas y el portazo final único, irrepetible y solitario.

Hahn nos invita a acompañarlo en este recorrido sin otra guía que  palabras y miradas para vencer «La suprema soledad» para intentar, con la porfía de siempre, bañarnos dos veces en el mismo río hasta quedar exhaustos, pero sonrientes.

Hasta convertir los pasos en promesas que duren algo más que una madrugada… hasta vivir y vivirnos.

Ninguna hora es demasiado larga para la prisa de respirar o mojarse el cabello por la mañana. Es todo cuestión de tiempo o de poemas.

Sólo eso.

Hay suficiente tiempo para perderlo cuando de vivir se trata, sobre todo si la muerte tiene tantas máscaras, tonos y celadas.



 

 

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Rosas negras al almuerzo.
"La suprema soledad", de Oscar Hahn.
Por Reynaldo Lacámara