Facsímil hallado en una biblioteca
Por Óscar Hahn
Revista de Libros de El Mercurio, 26 de febrero 2012
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En los años 80, antes de que mi alergia al polvo de los libros antiguos me ahuyentara de mi trato con ellos, solía visitar la biblioteca de la Universidad de Iowa, alrededor de la medianoche. El recinto es un edificio de cinco pisos, abierto al público hasta las dos de la mañana. Me gustaba ir tarde en la noche, porque acudía mucho menos gente que durante el día, y además había un ambiente como de claustro medieval o de biblioteca visitada en algún sueño. Recorría los pasillos que hay entre las largas filas de estantes, mirando los lomos de los libros, como lo haría una cámara cinematográfica que realizara un "travelling".
Una noche, mis ojos se detuvieron en el lomo de un volumen que decía Flor de enamorados. Lo saqué y me puse a examinarlo. Era la reimpresión facsimilar de un cancionero publicado en 1562 por la Casa Claudi Bornat de Barcelona. El texto original se encuentra en la Biblioteca Universitaria de Cracovia y contiene diversos géneros de poemas del siglo XV y principios del XVI, escritos en catalán y en castellano medieval, entre ellos, villancicos, lamentaciones, diálogos pastoriles, romances, y hasta un par de sonetos. Provienen de manuscritos inéditos o de la tradición oral. Ignorante de la lengua catalana, solamente pude leer los poemas escritos en castellano antiguo, aunque no sin ciertas dificultades.
Después de muchas horas de trabajo, conseguí poner en castellano moderno los poemas que me interesaban y actualizar la ortografía. Aunque habían sido escritos y reescritos por una serie de poetas anónimos, tuve la extraña sensación de que mis versiones eran como borradores de poemas míos. "Imaginemos que es así", pensé. "Entonces, tendría que adaptarlos a mi propia poética". Y eso fue lo que hice. Las composiciones del cancionero se transformaron en pre-textos de los textos que finalmente elaboré. Algunos poemas sufrieron cambios significativos y otros sólo alteraciones mínimas. Días después me comuniqué con el hispanista norteamericano Elias Rivers y le envié mis transcripciones. Rivers me respondió diciendo que lo que yo había hecho era sumarme a la cadena de poetas que desde la Edad Media habían estado interviniendo los poemas de Flor de enamorados.
Me gustó esa observación. Subrayaba que ese libro era un río alimentado por muchos afluentes. La frase de Lautreamont: "La poesía se hace entre todos" quedaba confirmada al pie de la letra. Demostraba, por otra parte, que la poesía no nace por generación espontánea ni del cero absoluto. Cada poema carga con un pasado y se relaciona con una tradición, a veces para ignorarla u obliterarla, y otras para recrearla e insuflarle un nuevo aliento. Lo que hice fue, en efecto, una recreación, en el sentido de volver a crear, pero también en el de gozar o disfrutar, porque la artesanía de esta labor fue un juego gozoso. No el goce de los juegos de azar, sino el de los niños que juegan en serio, porque se creen el cuento.
Quizás lo que me atrajo de estos poemas fue que en todos ellos el sentimiento amoroso aparece como "mal de amor". Aquí el amor es una dolencia, en el sentido médico y espiritual del término; una enfermedad que, en palabras de San Juan de la Cruz, sólo "se cura con la presencia y la figura". Pero cuando el objeto de nuestro deseo se muestra esquivo o indiferente, el mal de amor se intensifica como mal, y el amante desdeñado pasa del elogio a la lamentación, del sentimiento al resentimiento.
En el siglo XXI nada ha cambiado. Idénticas tribulaciones han venido reiterándose a través del tiempo, no sólo en la poesía, sino también en la música popular: boleros, tangos, rancheras, rock and rolls o raps repiten los mismos temas de amor que poetizaban los trovadores medievales. Porque como dice Barbra Streisand en "As Time Goes By", "el claro de luna y las canciones de amor nunca pasan de moda"; tampoco "los corazones llenos de pasión, celos y odio"; "un beso todavía es un beso; un suspiro todavía es un suspiro".