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Sobre dioses y monstruos

Por Óscar Hahn
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 01 de junio de 2014





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¿Cuántos chilenos saben quién es Frankenstein? Sin duda, muchísimos. ¿Cuántos han leído la novela Frankenstein o están informados siquiera de su existencia? Sin duda, poquísimos. Pues bien, sucede que la autora fue una chica inglesa de 21 años, cuyo nombre era Mary Shelley. Esa novela, publicada en 1818, es la fuente de todas las películas habidas y por haber acerca del tema, desde la primera, filmada en 1910, hasta la de 1994, con Robert De Niro, pasando por la versión canónica de 1931, dirigida por James Whale y protagonizada por Boris Karloff. Whale también fue el director de la memorable secuela La novia de Frankenstein, en la que uno de los personajes brinda por "un nuevo mundo de dioses y monstruos".

¿"Dioses"?, los científicos del futuro. ¿Monstruos?, sus horripilantes engendros. En términos actuales, podrían ser la clonación humana, la adulteración genética o los virus zombi, entre otras aberraciones. En cuanto a la monstruomanía fílmica, parece no tener fin. En estos días se exhibe la deplorable cinta Yo, Frankenstein, basada en la novela gráfica de Kevin Grevioux. Mención aparte merece Carne para Frankenstein, el bizarro film semiporno en 3D, producido por Andy Warhol, que, entre otras delicatessen, incluye vísceras que simulan saltar de la pantalla.

En la novela de Mary Shelley, el monstruo no tiene nombre ni apellido. El narrador alude a él como la criatura, el demonio, el espectro, la cosa, el ser, el ogro o el miserable. Frankenstein es el apellido del doctor. La imagen del personaje que se instaló en el imaginario colectivo proviene de la película de 1931. En la noche de Halloween, todos los que se disfrazan de Frankenstein se ciñen, sabiéndolo o sin saberlo, a la personificación de Boris Karloff. 

¿Cómo fue que se gestó la novela? En 1816, los poetas ingleses Lord Byron y Percy B. Shelley, acompañados de sus respectivas parejas y de John Polidori, médico personal de Byron, fueron a veranear a Suiza y se hospedaron en una casa junto al lago Ginebra. Mary había sido amante de Shelley desde los 17 años. En las noches se reunían alrededor del fuego y se entretenían leyendo cuentos de fantasmas. Lord Byron propuso que, como divertimento, todos escribieran un relato de terror. Pues bien, de esa simple reunión de amigos surgieron los dos personajes fantásticos de mayor impacto en la literatura mundial, en el cine, en la televisión y en la cultura pop: Frankenstein y el Vampiro. Mary Shelley, que adquirió el apellido al casarse después con el poeta, tuvo un sueño ("Vi con los ojos cerrados, pero con una aguda visión mental", dijo ella), y de ese sueño salió la trama central de la novela Frankenstein o el nuevo Prometeo. Pero, oh, sorpresa, el personaje del Vampiro no fue aportado por ninguno de los talentosos poetas presentes, sino por el doctor Polidori. 

Aunque Frankenstein fue escrita por una mujer (cuya madre era una conocida luchadora por los derechos del género), algunas feministas han calificado la trama de "machista". Se fundan en el hecho de que el proceso biológico natural, en el que la mujer tiene un rol decisivo, es reemplazado en la novela por la fabricación de un ser que es animado mediante la electricidad, con total prescindencia de la mujer. Lo que no ocurre ni siquiera con la fecundación in vitro , en la que el vientre femenino es insustituible. 

Sin embargo, otros han aducido exactamente lo contrario. El hecho de que el "dios" Víctor Frankenstein no hubiera podido crear un ser humano normal, sino un monstruo, dejaría en evidencia su fracaso. Dicho en otras palabras, querer excluir a la mujer es contra natura; el resultado siempre será un grotesco humanoide. En suma, lo que llevó a cabo el médico a través de la ciencia y la alquimia fue una empresa fallida y denigrante para las ambiciones hegemónicas de los varones, dicen los que sostienen la posición contraria a la de las feministas. 

Pero el tema Frankenstein, casi 200 años después, sigue haciendo noticia. Sucede que los manuscritos originales de la novela han sido digitalizados recientemente y puestos a disposición de los lectores en internet. Uno puede ver no sólo las correcciones que realizó Mary Shelley de su puño y letra, sino también las sugerencias que le hicieron algunos familiares; entre ellos su esposo, el gran poeta romántico Percy B. Shelley. Por eso, ahora podríamos repetir la célebre frase de la película de 1931 y aplicarla al libro de Mary Shelley: "It's alive! It's alive!". 



 



 

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Por Óscar Hahn. Revista de Libros de El Mercurio.
Domingo 01 de junio de 2014