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Poesía silenciosa y pintura que habla

Por Óscar Hahn
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 4 de agosto de 2013



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¿Ha escuchado usted alguna vez la palabra "écfrasis"? Es uno de esos vocablos de las clases de Castellano que nos complicaban la vida cuando éramos jóvenes e indocumentados, como diría García Márquez. La menciono ahora porque tiene que ver con el tema de esta nota. Se llama "écfrasis" a la representación verbal de una representación visual. Por ejemplo, versos inspirados en alguna pintura. En el poema "Mirando a la Gioconda", la poeta mexicana Rosario Castellanos se dirige a la Mona Lisa en estos términos: "Y tú sonríes misteriosamente/ como es tu obligación. Pero yo interpreto". Y de eso se trata. No sólo de describir el cuadro con palabras, sino, sobre todo, de revelar la mirada personal del poeta. Dice Plutarco: "La pintura es poesía silenciosa, y la poesía es pintura que habla". Digamos entonces que, en estos casos, la labor del poeta es darles voz a las imágenes pictóricas. Hay incluso libros completos de poemas dedicados a ese vínculo. Entre ellos destacan A la pintura, de Rafael Alberti, y Las musas inquietantes, de Cristina Peri Rossi.

En este matrimonio entre la poesía y las artes plásticas a veces ocurren "chascarros", como se dice ahora. Manuel Machado, hermano del gran poeta Antonio Machado, se inspiró en la pintura que hizo Diego Velázquez del rey Felipe IV. En su poema, don Manuel destaca que el rey está "de negro hasta los pies vestido". En el último terceto alude al guante que el monarca sostiene en su mano ("un guante de ante", dice). El problema es que Manuel Machado confundió dos pinturas de Velázquez: el retrato del Infante Carlos y el retrato del soberano (ambos están en el Museo del Prado). Carlos, hermano de Felipe, es el que sostiene "un guante de ante". El rey también tiene algo en su mano derecha, pero es un papel y no un guante. Estuve en el museo y pude comprobarlo yo mismo. Para algunos críticos no sería un chascarro, sino un gesto de audacia, de irreverencia. No me parece. Manuel Machado era bastante conservador estéticamente hablando. También políticamente. Fue panegirista del dictador Francisco Franco, al cual le dedicó varios poemas, entre ellos "Al sable del Caudillo", mientras su hermano Antonio agonizaba en el exilio. Dice una de sus estrofas: "De tu soberbia campaña/ caudillo noble y valiente,/ ha resurgido esplendente/ una grande y libre España". En esa "grande y libre España" medio millón de presos políticos estuvieron en campos de concentración. No creo que don Manuel en algún momento haya tenido un súbito impulso transgresor que lo llevó a trasladar el guante de un cuadro a otro, como una especie de Marcel Duchamp sevillano. Quizás sufrió una ilusión óptica o lo traicionó la memoria. Vaya uno a saber.

"Paisaje con la caída de Ícaro" es una extraordinaria pintura de Pieter Brueghel, el artista flamenco del siglo XVI. Ha inspirado varios poemas, pero hay uno que me interesa en particular: "Museo de Bellas Artes" del poeta inglés W. H. Auden. El cuadro tiene que ver con el personaje de la mitología que quiso volar y fabricó unas alas cuyas plumas estaban unidas con cera. Desoyendo el consejo de Dédalo, que era su padre, se acercó demasiado al sol, la cera se derritió, las plumas se despegaron e Ícaro se precipitó al mar, encontrando la muerte. De esta leyenda griega, en el cuadro sólo aparecen las piernas del joven antes de hundirse totalmente en el agua. Nada más. La mayor parte de la tela la ocupa un soleado paisaje bucólico, un campesino con un arado, un par de personajes más y un navío a punto de partir. Para Auden ese contexto es emblemático de la indiferencia de los seres humanos ante las tragedias que viven los demás. Dice dolidamente: "El arador habrá/ oído el chapuzón, el grito desamparado;/ pero para él no era una falla importante; el sol brillaba / tal como debía, sobre las blancas piernas que desaparecían en el agua verde./ Y la nave costosa y delicada que debe haber visto algo asombroso, a un muchacho cayendo del cielo,/ ... zarpó tranquilamente". En suma, aquí ha pasado todo, pero los personajes se comportan como si no hubiera pasado nada. Lo dijo Brueghel con su pincel hace ya varios siglos y lo pintó Auden con su pluma hace unos pocos años. Pero no nos engañemos, cosas como esas no sólo ocurren en la pintura y en la poesía. También suceden en el mundo real. Quizás porque, a veces, todos nosotros somos Ícaro y, a veces, somos el insensible campesino del cuadro.




 

 

 

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Por Óscar Hahn
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 4 de agosto de 2013