“Este libro tiene una significación muy especial para mí por el tema antibélico, tan presente en mi poesía, y por ser una voz de alerta acerca de los peligros de la energía nuclear”, dice en un correo previo a esta entrevista, cuando se encontraba en Madrid afinando los detalles de la edición española de Reencarnación de los carniceros. Visiones de la era nuclear, que acaba de aparecer bajo el prestigioso sello Visor. El tono de Óscar Hahn (Iquique, 1938) en esas líneas es urgente. “Justo hoy día, el loco de Donald Trump anunció que se retiraba del tratado entre Estados Unidos y Rusia sobre proliferación de armas nucleares. En suma, nadie controlará a nadie, y que Dios nos pille confesados. Ante esta noticia, el nerviosismo de los españoles en las radios y en la tele fue muy notorio”, escribe, reportando una situación que le evoca las imágenes apocalípticas de sus propios poemas.
El primero de ellos es “Reencarnación de los carniceros”, escrito a los 17 años, y que ahora le da título a este volumen de 38 piezas seleccionadas de toda su obra, desde Esta rosa negra (1961) hasta Los espejos comunicantes (2015). Publicado por Raffaelli Editore, el libro también es novedad en Italia, y ya se está traduciendo al inglés, francés y alemán. “Lo que pasa es que ellos sienten que la temática que se pone en juego en los poemas los afecta directamente”, comenta ya de vuelta en Santiago.
Y aclara: “Al reunir estos poemas no me propuse hacer una antología. No se trata de ‘los mejores poemas de’. Lo que hice fue congregar textos que se fueron publicando a través de los años y que presentan distintas visiones de la era nuclear. Antes estaban como sumergidos y dispersos. Ahora que están juntos conforman una obra con identidad y personalidad propias”.
Poeta, ensayista y profesor emérito de la Universidad de Iowa —donde enseñó durante más de 30 años—, Óscar Hahn también publicó este año Palabras sin fronteras. Notas sobre poesía chilena (Tajamar Editores, 182 páginas), en el que reúne sus artículos sobre diez grandes de la literatura chilena: Carlos Pezoa Véliz, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Violeta Parra, Eliana Navarro, Enrique Lihn y Jorge Teillier. Y su obra es el objeto de estudio de otro libro reciente: La poesía de Óscar Hahn. Anacronía, fantasmas, visualidad, de Matías Ayala Munita (Ediciones U. Finis Terrae, 111 páginas).
Despertar a los dormidos
Más que una intención política, “porque esa palabra está demasiado contaminada y ha adquirido connotaciones negativas”, Hahn reconoce que el libro “tiene una posición ética frente a la guerra, y en particular frente a la posibilidad de una guerra nuclear que sería devastadora para la raza humana y para el planeta”. Para él, la poesía tiene un rol que cumplir en ese sentido: “Lo que el libro quiere hacer es despertar a los dormidos”.
—¿Cómo ve a los chilenos respecto de esta amenaza? ¿Están especialmente dormidos a pesar de estar tan conectados?
—Claro, lo que pasa es que los chilenos ni siquiera se imaginan de qué modo una guerra nuclear podría afectarnos. Aquí tenemos la idea de que, si pasa, va a pasar en algún lugar lejano, y solo nos vamos a enterar por la prensa. Eso pudo haber sido cierto durante la Segunda Guerra Mundial, pero ahora las guerras han cambiado radicalmente. Lo que ocurriría, entre otros fenómenos, es que el calentamiento global y el cambio climático se agudizarían drásticamente. Agrégale la posibilidad de un oscurecimiento permanente o de una serie de nubes radiactivas flotando sobre nuestras cabezas, y queda claro que no seríamos simples televidentes”.
—En “Vals de Santiago”, el único poema situado en un escenario chileno, lo que ha arrasado la ciudad no es una guerra nuclear, sino un “bosque depresivo”. ¿La depresión es una amenaza mayor acá?
—El poema describe algo así como la inminencia de un apocalipsis ecológico, que es producido por los altos niveles de esmog y que afecta no solo a las personas, sino también a la flora y a la fauna. Lo que se produce entonces es un verdadero caos de la naturaleza. Pero sí, se refiere a la depresión de los santiaguinos. Aquí hay una contaminación del aire y de la psiquis.
Óscar Hahn no solo es especialista en literatura fantástica —sobre la que ha enseñado y escrito libros—, sino que también en su poesía incorpora elementos que rompen con la realidad establecida. En su ensayo, Matías Ayala advierte que frente a ese despliegue de narrativas fantásticas “la persistente articulación de la violencia ha pasado desatendida” en los poemas de Óscar Hahn. “El libro de Matías Ayala es de lo más sólido y original que se ha escrito sobre mi poesía —afirma el poeta—. Y claro, él tiene razón. Ni siquiera yo mismo estaba muy consciente de ‘la articulación de la violencia’ en mis poemas, porque también privilegiaba la dimensión fantástica. Este libro le da la razón desde el mismo título”.
Es sabido que a Óscar Hahn los poemas se le aparecen. Y el primero fue precisamente “Reencarnación de los carniceros”. “Hasta ahora no he podido explicarme cómo fue que se me ocurrió, o si hubo algún hecho que lo puso en marcha. Se me apareció nomás. Y de ahí en adelante mis poemas siempre han sido como ‘apariciones’ que de pronto irrumpen y empiezan a tomar forma”, señala.
Y así como los fantasmas cobran vida después de la ruptura, en su poesía amorosa, en los poemas post apocalípticos surgen los mutantes. “La primera parte de este libro se ocupa de la guerra convencional, del lanzamiento de bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, y de otros temas bélicos —explica—. En la segunda, hay poemas que tienen que ver con el fin del mundo y con eventos post apocalípticos. Es aquí donde entran en escena los mutantes, que son consecuencia de mutaciones genéticas producidas por la radiactividad extrema”.
—En “El dios de la arena” aborda el calentamiento global. ¿Le parece tan grave y factible esta amenaza?
—Absolutamente. No solo el calentamiento global, también lo que se ha llamado “desertificación”, que es el avance implacable del desierto hacia zonas verdes. Y esto está pasando ahora mismo. Lo más triste es que es causado no solo por la sequía, sino también por la irresponsabilidad del ser humano.
La gran poesía chilena
En su calidad de ensayista, Óscar Hahn ha escrito acerca de otros autores chilenos y extranjeros. Con parte de ese material, más algunos textos inéditos, publicó Palabras sin fronteras, en cuya nota preliminar se hace cargo de responder “¿cuándo surge, no la poesía chilena, sino la gran poesía chilena, que no es lo mismo?”. Y explica: “La poesía chilena nace cuando nace la República de Chile. Pero, como el tiempo ha demostrado, esos poetas no consiguieron trascender. Yo creo que la gran poesía es aquella que es capaz de hablarle a cualquier época y a cualquier lugar, es decir, la que tiene una vigencia permanente. Yo digo que los que inician la gran poesía chilena son Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Pablo Neruda, y que la obra específica que inaugura la nueva poesía es Ecuatorial, de Vicente Huidobro. Ese libro fue publicado en 1918, es decir, hace más de 100 años; sin embargo, acaba de ser impreso por la editorial Visor de Madrid en un mismo volumen con Poemas árticos y Altazor”.
Sobre las razones que tuvo para incluir a estos diez poetas, con más de un artículo sobre algunos de ellos, señala: “Todos ellos habían formado parte de mis cursos de poesía en la Universidad de Iowa, así que estaba muy familiarizado con sus textos. Y eran los poetas que yo más releía. Que hubieran fallecido era importante también, porque quería decir que podía disponer de una obra conclusa y por lo tanto apta para juicios más o menos permanentes”.
—Llama la atención que haya considerado a Eliana Navarro. ¿Le parece que ha sido injustamente ignorada?
—Sin duda. Antes de publicar el libro yo había conversado con algunos profesores y poetas, y nadie sabía nada sobre ella. Me pareció que era un vacío que había que llenar, porque su poesía muestra una visión y un lenguaje distintos al de la vanguardia, y aunque escribe poemas que podríamos llamar “tradicionales”, no tienen nada de anticuados y aún son capaces de hablarle al lector actual.
—A siete de estos poetas los conoció y de algunos fue muy amigo. ¿Hay alguno al que eche especialmente de menos?
—A Enrique Lihn, desde luego. Tuvimos una relación muy cercana, no solo literaria sino también de amistad. Y él fue muy generoso, también. El libro Asedios a Óscar Hahn (Editorial Universitaria, 1989), que editó con Pedro Lastra, fue iniciativa suya. Imagínate, todo un libro sobre un poeta más joven y que además no era muy conocido. Fue una apuesta muy temeraria tanto de Enrique como de Pedro.
—Da la impresión de que con el que tiene más distancia es con Nicanor Parra.
—Fíjate que no. Antes del golpe pasaba metido en su casa. Después salí al exilio y lo vi muy poco. Pero cuando yo venía a Chile lo llamaba y me invitaba a almorzar. ¿Sabes lo que me escribió en la dedicatoria de Versos de salón (trae el libro): “Al formidable poeta que es Óscar Hahn, fijensé”. Nunca la cito porque ya sabes cómo es la gente. Y ahora que falleció, menos. Con él en persona la relación era muy buena. Cuando pasó el incidente de la señora Nixon la izquierda le dio la espalda y yo fui uno de los pocos que lo fueron a ver. Después aparecieron los “propietarios” de Nicanor y ellos eran una especie de aduana. Si hubo alguna distancia, ellos la crearon.
—¿Y reconoce alguna influencia de él en su poesía?
—Yo he dicho muchas veces que mi estética es pluralista. Del tesoro de la lengua española yo extraigo todo lo que me sirve, sin excluir nada. Entonces en mis poemas puedes encontrar el lenguaje formal, el informal, el literario, el barroco, el del rock, el del cine, el de la televisión y el de los lolos, por nombrar algunos. Por lo tanto, no integrar también elementos antipoéticos sería una contradicción.
—Volviendo a sus visiones nucleares, varios poemas de “Reencarnación...” tienen su origen en lo que pudo ver de cerca en Estados Unidos.
—Lo que a mí me perturbaba muchísimo era constatar esa especie de culto permanente que hay en Estados Unidos a las armas de fuego y a resolver los conflictos internacionales mediante la guerra. Yo vi en la televisión al canciller de Estados Unidos desplegar frente al Consejo de Seguridad de la ONU toda clase de “pruebas” de que Irak era un peligro para la humanidad porque poseía armas de destrucción masiva. Un grupo de inspectores viajó a ese país y no encontró nada. Pero el ataque se realizó igual. Después de la invasión tampoco encontraron nada. ¿Y qué dijeron las Naciones Unidas? ¿Alguien le pasó la cuenta a George Bush? El actual Presidente, Donald Trump, piensa, habla y actúa como si estuviera por encima del bien y el mal. Pero cuidado, China no es Irak y las actuales bombas nucleares, sobre todo las rusas, son mil veces más potentes que las de Hiroshima y Nagasaki.
Pensamientos no muy alentadores, que cierran esta entrevista. “Es cierto. Al final quedé asustado con tanto fin de mundo. Tendré que tomarme una taza de toronjil. En España des-cubrí que es súper bueno para relajarse”.
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y sus inquietantes visiones nucleares
Por María Teresa Cárdenas M.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 8 de septiembre de 2019