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Saltar al agua y caer al hielo
[a propósito de John Berryman]

Por Oscar Hahn
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 6 de Julio de 2014


 



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"John hace clases en la Universidad de Minnesota, que está más o menos cerca de acá. Podríamos ir a verlo", me dijo Marin Sorescu, el gran poeta rumano al que conocí en el Taller de Escritores de la Universidad de Iowa en 1971. Estábamos hablando de John Berryman. Habíamos leído hacía poco su libro The Dream Songs y lo considerábamos todo un descubrimiento. "Yo pensé que era profesor aquí, en esta universidad", le dije a Marin. "Bueno", dijo él, "fue profesor en Iowa hace años, pero le pidieron la renuncia". El hecho me llamó la atención, así que le pregunté a Paul Engle, director del Taller, si sabía lo que había pasado. Me contó que después de una discusión con una colega, John Berryman se había ido a un bar donde bebió más de la cuenta. Tarde en la noche volvió a su departamento. Como no pudo encontrar la llave, trató de abrir la puerta a empellones y puntapiés porque necesitaba ir al baño. Atraído por el bullicio, apareció el conserje. John le suplicó que usara la llave maestra, pero el hombre se negó y llamó a la policía. El poeta salió furioso a la calle y se alivió de su problema cerca de la entrada del edificio. Justo en ese instante llegó un radiopatrulla y se lo llevó preso. Días después las autoridades universitarias le pidieron la renuncia. Episodios como el descrito, que no eran infrecuentes, dejan la sensación de que Berryman se pasaba la vida luchando con sus demonios interiores y que muchas veces perdía la batalla. Y así sería hasta el final de su existencia.

Esta figura mayor de la poesía norteamericana nació en Oklahoma en 1914, hace justamente un siglo. Su vida y su poesía quedaron marcadas para siempre cuando a los 11 años fue testigo presencial de la muerte de su padre, que se suicidó de un balazo en el antejardín de la casa familiar. Berryman terminó refugiándose en el alcohol. El libro que lo llevó a la fama fue The Dream Songs, que consta de 385 "canciones". Berryman sostiene que no es una colección de poemas independientes, sino que debe ser leído como un solo poema largo, construido a la manera del Canto a mí mismo de Whitman. La voz que dice los versos es un personaje inventado por el poeta y que se llama "Henry". También aparece "Mr. Bones", que representa a la muerte. John Berryman, igual que Robert Lowell y Sylvia Plath, fue adscrito por la crítica a la tendencia conocida como "poesía confesional", pero él se negaba a reconocerlo. Esta corriente floreció en Estados Unidos en los años 50. Le da una gran relevancia al yo biográfico del autor, y desde esa perspectiva poetiza problemas personales y experiencias vividas, algunas de ellas "vergonzantes" y que generalmente se mantienen en la privacidad. Sospecho que Berryman inventó a Henry justamente para no usar el pronombre "yo", que suele asociarse con la persona del escritor, y evitar ser encasillado con los poetas confesionales. Pero para los que conocen su biografía es muy difícil no considerar "confesionales" las siguientes palabras que pronuncia Henry: "Piedad, padre mío, no aprietes el gatillo / o toda mi vida sufriré de tu rabia / matando aquello que tú empezaste". Lo que le da un sello propio a The Dream Songs es el uso de un lenguaje muy audaz, en el que, como dice David Perkins, "la dicción se vuelve loca". Emplea arcaísmos, slang , frases infantiles, inglés literario y coloquial, errores gramaticales, palabras de la cultura negra, latín macarrónico e interjecciones. Esta promiscuidad verbal dificulta a veces la comprensión de los poemas, pero cuando da en el blanco produce textos impactantes.

En enero de 1972 me encontré con Marin Sorescu en el lobby del edificio Mayflower, que era el lugar donde alojábamos los poetas invitados al Taller. "Pasó algo malo", me dijo. "¿Te acuerdas que no hace mucho estuvimos hablando de John Berryman?". "Claro, y hasta planeábamos ir a verlo a Minneapolis". "Así es", dijo él, pero ya no podremos visitarlo porque se murió". "¿Se murió? ¿Estaba enfermo?". "No, Óscar, se suicidó. Se tiró de un puente. Y lo peor es que el río estaba congelado, duro como piedra, así que se estrelló contra el hielo". Fue inevitable para mí recordar unos versos que escribí muchos años antes de conocer siquiera la existencia de John Berryman. Dicen, refiriéndose a los muertos: "Y lejos de los dóndes y los cuándos / ya van con un inmóvil movimiento / cayendo en aguas duras cuerpos blandos". Solo que en el caso de Berryman la dureza del agua no fue ni una metáfora ni un símbolo, sino la más cruda realidad.



 



 

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Saltar al agua y caer al hielo.
[a propósito de John Berryman]
Por Oscar Hahn
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 6 de Julio de 2014