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Vicente Huidobro: las cartas sobre la mesa

Por Óscar Hahn
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 13 de octubre de 2013



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En estos días, revisando algunos textos de Huidobro con motivo de celebrarse el centenario de La gruta del silencio y Canciones en la noche, releí el libro Vicente Huidobro. Correspondencia con Gerardo Diego, Juan Larrea y Guillermo de Torre (1918-1947). La cuidada edición tiene el sello de la Residencia de Estudiantes de Madrid y fue preparada con ejemplar acuciosidad por el crítico italiano Gabriele Morelli.

Por razones de espacio no puedo abocarme ahora a las cartas de Huidobro a Gerardo Diego y Juan Larrea. Voy a remitirme solo a los intercambios epistolares con Guillermo de Torre, que se extienden entre 1918 y 1922.

Al principio, Guillermo de Torre muestra en sus misivas una admiración ciega hacia el poeta, rayana en la idolatría. Si uno ignorara que el crítico está hablando en serio, pensaría que el siguiente fragmento es una parodia de la prosa cursi y amanerada. Dice comentando algunos poemas de Huidobro: “Sentí el tremante deseo de remontarme hasta las antenas que coronan señeras la nave siempre en ruta de mis inquietudes auscultativas, y lanzar hacia los confines algunas palabras de omnirrítmicas remembranzas y prismáticas inquietudes”.

A medida que el insaciable ego de Huidobro va creciendo, exige más y más reconocimientos incondicionales de su corresponsal y de los camaradas literarios de este, lo que termina por antagonizar a De Torre, que va pasando paulatinamente de entusiasta admirador a fastidiado detractor. Huidobro se considera el inventor absoluto de la nueva poesía y no permite que nadie le arrebate ese título. A pesar de que un grupo de poetas españoles lo reciben como un maestro, equiparando su visita a España en 1917 con la que hizo Rubén Darío en 1892, esto le parece poco, e igual arremete contra ellos en párrafos como el siguiente: “Estoy asqueado de la conducta de esos literatillos de vuestra tierra para conmigo y no quiero saber nada de lo que pase allá”.

Y los acusa de querer “robarme lo que era mío para ponerlo en la cabeza de Apollinaire, de Reverdy o cualquier otro imbécil”. ¿Qué era lo que esos “literatillos” españoles querían sustraerle? Bueno, nada menos que la corona de soberano de las novedades poéticas, mediante el supuesto subterfugio de lanzar un movimiento español llamado Ultraísmo, que relegaba al Creacionismo de Huidobro a un segundo plano. Lo que Huidobro no entiende o no quiere entender es que en la llamada poesía de vanguardia hay varios movimientos que surgen casi paralelamente o con pocos años de diferencia: el futurismo, el dadaísmo, el surrealismo, el cubismo literario y otros más, por lo que pretender que el creacionismo es la fuente de todos los “ismos” habidos y por haber es objetivamente inexacto.

Este culto a la originalidad, a ser absolutamente el primero, lo llevó a realizar algunas acciones dudosas. Por ejemplo, cuando publica Altazor en 1931, incluye dos veces en el texto la fecha 1919, tratando de deslizar la idea de que lo había escrito o por lo menos iniciado ese año. Lo que, comprobadamente, no fue así. ¿Por qué lo hizo y por qué 1919? Creo que no es irrelevante señalar que en 1920 se publica la novela Alsino, de Pedro Prado. ¿Quién es Alsino? Es un joven del campo chileno al cual le crecen alas. Como Ícaro, pertenece a la especie de los humanos que pueden volar. Para Huidobro habría sido intolerable que los críticos lo acusaran de plagiar a Pedro Prado y es por eso que, aunque Altazor aparece en 1931, subraya en el poema: “Soy yo que estoy hablando en este año de 1919”.

Algún tiempo después, uno de sus mejores amigos, Juan Larrea, diría en una carta al crítico David Bary: “Desde que empecé a tratar a Vicente el 21, no recuerdo haberle oído hablar de Altazor en términos memorables, como solía hacerlo de otras obras suyas”. Lo que aumenta la sospecha de que en 1921 el ahora célebre poema no existía, y menos aún en 1919.

La última carta de Vicente Huidobro en este epistolario está fechada el 24 de septiembre de 1947, es decir, unos pocos meses antes de su muerte. Proclama Huidobro en forma desafiante: “El nuevo ser nacerá, aparecerá la nueva poesía, soplará un gran huracán y entonces se verá cuán muerto estaba el muerto”. ¿Cuán muerto estaba? Ni lo estaba ni lo está. Los egos pasan, pero los poemas quedan. A pesar de las varias heridas autoprovocadas, Vicente Huidobro sigue siendo una de las voces más vivas de la poesía contemporánea.



 



 

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