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Omar Lara, FUGAR CON JUEGO, Ediciones LAR, Madrid, 1984.

Por Víctor lvanovici

Publicado en El Espíritu del Valle, N°1, diciembre de 1985


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He intentado demostrar en otra oportunidad(*) cuál es la funcionalidad del motivo del Viaje en la poesía de Omar Lara: la de colmar, mediante el autoconocimiento, el esquema ontológico de origen vallejiano, del poeta —ser concreto y precario— instaurándose como epifanía del Tránsito.

Veo confirmada esta hipótesis, que en su momento revestía un carácter en cierta medida provisional en las páginas de Fugar con Juego, publicado recientemente en Madrid.

Siguiendo la misma idea, se puede vislumbrar ahora un desarrollo del Viaje-Tránsito a escala de un auténtico principio estructurante de la poesía de Omar Lara, principio que adquiere las características de lo que, en la terminología de Gilbert Durand, suele llamarse un trayecto antropológico: ...el incesante intercambio que se produce al nivel de lo imaginario entre las pulsiones subjetivas y asimiladoras y las intimaciones objetivas que emanan del ambiente cósmico y social.

En un poema que el presente volumen retoma de El viajero imperfecto, el autor esboza con gran precisión imaginística el sentido (simbólico) de su ensueño:

He hecho un hoyo en la tierra
allí estaremos protegidos de las lluvias
del viento.

Al confort meteorológico (cuyo tinte afectivo se transparente traiciona en el adjetivo protegidos) complementan las pulsiones asimiladoras. Asi estaremos en el rumor exterior, en el olor exterior y en las formas vegetales. El mundo exterior —el viento, los rayos— es, pues, reducido a sus metonimias eufemizantes (el rumor y el olor) y puede ser así asimilado al reino de las formas vegetales, esto es, a los virtuales moldes de lo increado La cavidad protectora encuentra su doble —diríase casi pleonástico— en una especie de lítote metonímica— las vasijas de barro que contiene, además de los alimentos (frutas) y líquidos (licores ardientes) esenciales, posibles de transubstanciación eucarística, también el elemento primordial de la vida: agua de mar. Una interpretación arquetipal de dicho simbolismo se nos impone de por sí ya que el esquema descendente en el espacio significa descenso temporal, el hoyo en la tierra, la guarida fresca y tibia no es otra cosa que el útero de la Madre Gleba. Ya que, por otra parte, esta pieza es un poema amoroso, el Eros se convierte aquí en misterio, en hierophania, en descenso a los orígenes donde la vida y la muerte, el ser y la nada son lo mismo.

No obstante ello, la dulce voluta descendente parecida a un seno materno o telúrico, comprende en su centro, igual que la curva de un Concepto barroco, un objeto innominado, intimación objetiva del ambiente cósmico, que no es otra cosa que el Tiempo.

Por consiguiente, el ensueño regresivo y el misterio erótico se vuelven a su vez expresiones del anhelo del principio del placer de anular del Tránsito el principio de la realidad, de instaurar el goce en la duración constante de la eternidad.

A dicha expresión optativa obedece gran parte del repertorio gestual de la poesía de Omar Lara. En el estudio que citaba anteriormente he señalado, por ejemplo, que el gesto indicativo poseía múltiples funciones, entre las cuales esencial me parecía la de instaurar los objetos familiares en una luz más fresca de la percepción. Dicha enajenación (la ostrannenie, en los términos de los formalistas rusos) puede igualmente ser un resultado del Tránsito, de la distancia objetiva que el exilio hace mediar entre el sujeto y el objeto, y entonces la indicación viene a ser especialización del Tiempo, intento de detener el universo familiar. En el presente libro nos enfrentamos con una radicalizacion de dicho gesto, mediante el motivo recurrente de la foto y la tarjeta postal, o simplemente del recuerdo. Sobre el plano mental, el gesto indicativo se convierte en raccourcis de la memoria, en buceos del recuerdo en el flujo del Tiempo, para de allí pescar momentos remotos de gran carga afectiva. Llave de este proceso que vence el Tránsito y simultaneiza el transcurrir, es la sensación evocadora, de manera que el recuerdo describe verdaderas trayectorias proustianas:

He sentido a medianoche el olor de la
madera podrida de Boroa...
Son las llaves para abrir una puerta...
He sentido el galope, despierto
a medianoche por la lluvia imprevista...

(LLAVE DE LA MEMORIA)

Pero más que al autor del Tiempo perdido, este movimiento recuerda a otro gran poeta de la memoria, Kavafis, por obra de cierta circularidad de la sensación:

He robado así otra adivinación de mi tierra
otro golpe de aroma funesto

(IDEM)

Al final de su trayecto, impulsado por la sensación, el recuerdo encuentra, como referencia, constante, nuevamente la sensación. Pues cualquier intento de trasladarse de la misma a niveles más complejos de la representación, revela otra vez la acción destructora del Tránsito, operada sobre el propio reino de la memoria, como ocurre en los siguientes versos, de incuestionable timbre kavafiano: Y vuelven a ordenarse las figurillas gastadas y estropeadas.

Todas las pulsiones asimiladoras que hemos examinado hasta aquí nos mostraron siempre que el reverso de las imágenes surgidas de la ensoñación de la intimidad es la sorda amenaza de la intimación objetiva, el rumor de los pesados galopes del Tiempo. Recorriendo el trayecto antropológico en sentido inverso, conforme al postulado metodológico enunciado inicialmente, veremos que estas imágenes ambivalentes se convierten en jalones constantes opuestos al Tránsito en emblemas de la constancia del Tránsito. La ansiedad relacionada con las terminaciones temporales parece ser un dato ontológico de los viejos lugares, una perpetuidad más fria que el delirio la regresión eufemizante viene a figurar la caída en la nada interior, de modo que la epifanía de la intimidad se convierte en una epifanía del vacío: una cabeza echada sobre un libro o un niño o sobre su propio pensamiento que lo tira hacia abajo; incluso la guarida subterránea del Eros aparece como sórdido lugar de acecho del fondo de una alcantarilla. Y he aquí al propio ser precario, al sujeto, ya totalmente presa del Tránsito, e intimándolo, esta vez él, en un desesperado anhelo, a arrancar las precarias anclas de la constancia.

y aquí están mis mejillas
el polvo de mis mejillas
para que el viento azoyt
para que el viento azote
en tu nombre y el mío
nuestro pobre recuerdo

(HIJO)

Porque en nuestro siglo, testigo de tantas traiciones y tantos crímenes la nostalgia y la esperanza son trampas, y la desesperación se llama Lucidez. Nur um der Hoffnungslosen willen -escribía Walter Benjamín al iniciarse la era fascista- its uns die hoffnung gegeben. Sólo gracias a los desesperanzado nos es dada la esperanza.

 

(*) Prólogo a El viajero imperfecto, ed bilingüe rumano-español. Ed. Univers. Bucarest, 1979


 



 

 

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