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Un Alfonso Alcalde pensativo en esta foto familiar

 

El inédito recuerdo de Omar Lara sobre Alfonso Alcalde:
“Era la anécdota del mundo”

Por Javier García Bustos
Publicado en revista Guión Bajo, 13 de septiembre de 2021



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“Antenoche soñé con Alfonso”, escribió Omar Lara en un email fechado el viernes 23 de abril de este año. “De modo que no puedo decir no”, agregaba desde el sur el poeta y Premio Nacional Jorge Teillier 2016, ante la solicitud de responder algunas preguntas sobre Alfonso Alcalde para un artículo que saldrá en las próximas semanas sobre el autor de Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte, en la revista Dossier N°47 de la UDP.

“¡Ahhh, también fuimos vecinos en Bucarest!”, señalaba en otro correo electrónico ese mismo viernes, Omar Lara, autor de los poemarios Los buenos días, Papeles de Harek Ayun y Premio Casa de las Américas, sobre su vínculo con el escritor nacido hace un siglo en Punta Arenas, el 28 de septiembre de 1921, quien registró las voces populares en su narrativa, en títulos como Las aventuras de El Salustio y El Trúbico, y se obsesionó con capturar el mundo y la historia épica en el monumental poemario  El panorama ante nosotros.

A poco de comenzada la dictadura militar liderada por Pinochet, Alfonso Alcalde partió junto a su familia al exilio, en 1974. Primero vivieron en Buenos Aires, Argentina, y luego se instalaron en Bucarest. En la capital de Rumania coincidió con Omar Lara, quien estudiaba Filología en la Universidad de Bucarest. Allá, entre la nieve y el frío, ambos poetas se acompañaron, compartieron anécdotas, y caminaron entre largas calles oscuras, mientras recordaban el sur de Chile.

Después de un par de años en Rumania, donde Alcalde montaba improvisadas obras de teatro para la comunidad chilena, el escritor siguió su recorrido en el exilio y partió a Tel Aviv, Israel y, posteriormente, a Ibiza, España. Mientras, Lara, quien se había exiliado primero en Lima, Perú, estuvo casi una década en Rumania, para luego trasladarse a la capital española, Madrid.

Alfonso Alcalde regresó en 1979 a Chile, donde hizo labores como periodista, trabajó con Mario Kreutzberger, Don Francisco, haciendo guiones para el programa  Sábado Gigante, publicó algunos reportajes de investigación sobre crímenes policiales, mientras acumulaba cientos de páginas, apuntadas en su máquina de escribir, con libros inéditos. En febrero de 1980 lo entrevistaron del diario El Sur y Alcalde dijo “Soy autor de 26 libros que nadie lee”.

“Alfonso era conmovedor, dulce, con sus ojos alerta, atento a todo sin escapársele nada. Pero se le escapaba esa parte cruel y despiadada de la vida, donde hay que ser un pillín”

Pero, literalmente, comenzó a oscurecer en la vida del creador de la colección “Nosotros los chilenos” de la editorial Quimantú, producto de un glaucoma que lo dejó casi ciego. Alcalde ya no podía leer y poco es lo que escribía. Pronto llegó la depresión, su afición al alcohol, la pena y el olvido. Alcalde se instaló a vivir en lo que llamó “La galaxia de Tomé”, ciudad cerca de Concepción, donde se suicidó, en la pieza de una pensión, el martes 5 de mayo de 1992, a los 70 años.

* * *

Una semana después de la petición a Omar Lara, el 29 de abril, el poeta respondió las preguntas sobre su amigo Alfonso Alcalde, en un archivo Word, adjunto en un email, donde además agregaba la portada, aparecida hace algunos años, del número 33 de TRILCE.

La revista a cargo de Omar Lara estaba dedicada a Alcalde con textos de Cristian Geisse, Federico Schopf y Grínor Rojo, entre otros críticos y amigos. En el mismo correo electrónico, Lara escribió: “No estaba seguro de poder cumplir, es que no he estado muy bien. En fin, por el gran y dulce Alfonso”.

No pasaron tres meses de ese email, y la madrugada del viernes 2 de julio, comenzó a circular la noticia fatal. El destacado poeta, traductor, hijo ilustre de Nueva Imperial, formador de generaciones, promotor cultural, creador de Ediciones LAR y director de la revista TRILCE, Omar Lara, había muerto, a los 80 años, en Concepción.

Entonces quedaron las palabras generosas, el diálogo inédito de Omar Lara frente al recuerdo del amigo entrañable. Y ahora que ambos no están, bien valen unos versos de Alfonso Alcalde de Salmo de la ausencia:

“Descanse en paz, por último, este resto
de la vida, la pulcritud de su cansancio,
el uso detenido de la boca,
el adiós para siempre de su mano”.


* * *

A continuación, la escritura, la mano viva en el teclado, las palabras de Omar Lara sobre Alfonso Alcalde, después de vivir un siglo.

¿Qué labores hacía en el exilio Alfonso Alcalde?
Buscaba. Buscaba y esperaba. Por lo menos en Bucarest, donde coincidimos algunos meses. Alfonso llegó a Rumanía seducido por un presunto amigo que lo llamó, no lo recibió y lo abandonó. Hablo de un rumano, un individuo con poder social, político y profesional que al final lo dejó librado a su suerte. Acompañé varias veces a Alfonso caminando por las calles nevadas de la ciudad, entrando y saliendo de enormes y agitadas oficinas. Pero su anfitrión no aparecía y al final, cuando apareció, fue para ofrecerle una galletita a quién necesitaba un plato suculento, justo y merecido. Allí también nos perdimos y se perdieron a Alfonso Alcalde, uno de los escritores más decisivos de este tiempo, en cualquier parte del mundo. Acuérdate que ellos tienen a Panait Istrati.

¿Recuerda alguna anécdota que grafique su personalidad por esos años lejos de Chile?
Mira, creo que Alfonso todo era una anécdota. ¿Hay sentido de anécdota que signifique estar parado donde no debía estar? Pues Alfonso era la anécdota del mundo. Conmovedor, dulce, con sus ojos alerta, atento a todo sin escapársele nada. Pero se le escapaba esa parte cruel y despiadada de la vida, donde hay que ser un pillín y un astuto. Alfonso tenía la honestidad y la ingenuidad que a la larga hace doler. Claro, él se fijaba en todo. Recuerdo un viaje que realizó desde Bucarest a Bruselas (Bélgica). Regresó sorprendido por una manifestación de mujeres belgas que protestaban por los pollos que ofrecían en los supermercados, gordos y peligrosos por el exceso de hormonas. Esos pollos hicieron historia en todo el mundo y Alfonso fue testigo de las primeras protestas.

Alfonso Alcalde fue un autor errante y desarrolló varios géneros literarios. ¿Cómo era la relación con sus pares escritores? ¿Cree que su obra ha sido valorada?
Sus pares… me pregunto quiénes eran sus pares. Disculpa, sé quiénes eran: el payaso tal el payaso cual, el auriga Tristán Cardenilla, el Salustio, el Trúbico, el que le vende cigarrillos o la copa de vino que comparten, mientras Alfonso sobajea bigote y mejilla y sonríe como diciéndose y diciéndonos: no se compliquen, muchachos, estamos vivos y es hermoso. En cuanto a sus pares escritores no sé qué pasaba con ellos en ese tiempo de Alfonso. Sin duda que muchos lo querían y lo admiraban y otros, alguien me susurra, lo miraban con algo de desdén y de envidia por ese mundo endiablado y único que buscaba Alfonso y en el que de alguna manera vivía. Y en cuanto a la valoración por cierto que no, muchos ni saben quién es Alfonso Alcalde y otros tantos jamás lo han leído. Hablar del Premio Nacional de Literatura ya casi es un chiste por la forma y por los caminos. Las grandes editoriales están “tomadas” por los grandes tiburones, casi como en el fútbol. Alfonso estaba lejos de eso y cada vez lo alejan más. Es un tema ingrato éste, para Alfonso y los escritores en general. En lo personal lo quise, lo respeté y lo admiro. En 2012 le dediqué un número de la revista TRILCE, el 33. Pero a quién le importa TRILCE y su director es una revista invisible, como lo dije cuando agradecí el Premio Alonso de Ercilla que con tanta generosidad nos distinguió la Academia Chilena de la Lengua. Una revista invisible homenajea a un escritor invisible. No está mal.

¿Conserva en la memoria, Omar, la última vez que lo vio o conversó con él?
Ocurrió a fines de los 80 o comienzos de los 90. Todos andábamos un poco atarantados y semiperdidos. Yo mismo era un cesante más, entre miles. Nos tranquilizaba saberlo cerca, con amigos y una comunidad que lo quería, respetaba y cuidaba. Pero la procesión iba por dentro, como dicen, y una cadena de sucesos absurdos e inimaginables en lo personal y en la torpeza burocrática de este país tantas veces torpe y burocrática, lo llevó al suicidio ese 5 de mayo de 1992, en su Tomé del fin del mundo. Un poco antes nos habíamos encontrado en Concepción. Él, a la siga de unos papeles, yo también a la siga de unos papeles. Como siempre, fue un encuentro tranquilo, hablamos de mi hija rumana que nació justo cuando yo estaba en La Habana recibiendo el Premio Casa de las Américas. Ellos, Alfonso y Ceidy Uschinsky, fueron muy cercanos esos días. Son hechos para siempre.



 



 

 

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