Tu interior
Fuimos entrada para la imaginación. Parte por parte hasta el tuétano. Así rasgo tus besos. Ganarte desde la espalda es mi razón. Un flamante ruego que impulsa mi canto. Tajante abres mi cuerpo y descubro estancias, llamas, la práctica de un arpegio otorgado por tu sangre. Apenas tanteo tus ojos. Profundo, el calor celeste es acción no teoría.
Sabiduría
Háblame desde tus entrañas. Dirigido y envuelto por tu savia rodéame hasta lo permitido. Eres tierra, eres madre, eres el amor entretejido que capturó viejos consejos. Eres la amonestación que orientó sus cariños en remanso. Eres la voz que lleva al carruaje. El goce del vientre que vuelve a mi canto parte del cielo. Eres conexión, entraña y victoria.
Rastro en tu piel
La luz besa el despliegue de fichas que sorteas como amante. Por ti pierdo cuatro letras al sostener tu cuerpo. Por ti gano tu pestañear cuando ríes, la sonrisa valiente que mancilla mi sombra. Nuestra segunda cita son arpones de espigas que lamen el rastro de otra piel. Una vez más barajamos otro juego. Uno más.
Armazón volteado
Bebí de tu piel nocturna. Su sabor infiel me fue concedido en el acto de mi canto. Era Perfume agreste que llega y se va entre lágrimas. Penumbra cautiva, quemazón de una esperanza benigna. Tierra que me hace llegar su soplo. Sangriento rostro del desierto.
Tragos amargos
Las rocas del mar conocen tu cintura. Abren caminos entre huellas de arenas que finas tocan mis pies. Inhalo tu fragancia incandescente que desaloja la corrosión de mis huesos. La costanera bordea nuestra mente. Para nosotros es una hiedra ficticia de colores. En las rocas que conocen tu cintura aguardo con paciencia la soledad que acrecienta mis expectativas. Soy el recuerdo cautivo de la penumbra.
Tarde de perras
No hablemos más de congojas. La pobre canción que interpretas a ratos es una zamba desigual que vive de tu crudo lamento. En vano aprietas el sol para esa búsqueda sin amor. Solo hay esos regresos a camas vacías, la matanza con el puñal del maltrato, el sonsonete terrestre de la vida acorazada. Lo único que tengo es seguir cantando. Vivir otra tarde desenfrenada. Naufragar sobre los años.
Fuga
Seguirte como brasas que anudan mi cuerpo. Otra mística por cambios de colores. Sabor a un rescoldo de pureza que pesquisa mi nombre. La trova ceremonial es un corazón paciente que se vuelve caudal. Acrecienta el alba y hasta mi guerra busca tu paz. La seducción del canto es milagro que tecleo para sentirte. Sabrás como la vida queda perpleja hasta la muerte. Atardece. Y las horas son eternas por el palmoteo que llega de tu amor. Dolor gustoso del olvido. Idioma confidencial. Variante de unas manos que se expanden al ritmo de la luz. En verdad no existe la obscuridad ni rastros del temor.
Alarde
Mi sudor arrancaba el alma de una extraña promesa. Una palabra gélida que golpeo con su duro hablar. Mirar la ausencia era trastocar nuestros latidos una y otra vez. Esa dulzura mustia imposible de saciar impide que lo bello deje de ser amado. Drama en cuya cúspide ya no queda nada, ni placer, ni presencia, ni noche. Solo la crudeza de palpar lo que el agua derrama sobre una piel herida. Agrestes, nuestros pasos no nos llevan a ningún lugar. Ser feliz es el latido de una roca muda.
Vientre de víbora
Recogí tus palabras como veneno de un naufragio. El espanto dentro de lo que conozco. La sinceridad de la sed con la que el océano revuelve mi paladar como vientre de víbora. El sabor de este presente es la puerta mal cerrada de una llave oculta que me quema. El mar es fuerte en su abrazo. Derrama sus caudales y convierte a mi corazón en gotario de ceniza. Recoger esas palabras es alumbrar las huellas de un fuego impaciente. Una voz que sobrevuela el desastre de mi sangre.