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Dos lecturas opuestas y necesarias
El ferrocarril invisible y La prosperidad reclusa

Por Alfredo Herrera Flores


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No hay mayores coincidencias entre los escritores Enrique Rosas Paravicino y Orlando Mazeyra Guillén, más bien hay muchas divergencias y oposiciones muy fáciles de reconocer. El cusqueño Rosas Paravicino (1948) y el arequipeño Mazeyra Guillén (1980) solo comparten el origen surandino, su clara pasión por la narrativa y la latente posibilidad de consolidarse como cabecillas, adalides, de sus respectivas generaciones literarias. Casi al mismo tiempo, han publicado dos interesantes libros, El ferrocarril invisible (Editorial San Marcos, 2009) y La prosperidad reclusa (Cascahuesos Editores, 2009), respectivamente.

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Rosas Paravicino

Ya reconocido como uno de los narradores representativos de la literatura andina, o neoindigenista, de la generación del setenta, Enrique Rosas vuelve con este conjunto de relatos que, sin salirse del patrón temático y ambiental de sus anteriores libros, experimenta con personajes urbanos de un Cusco cuyo supuesto cosmopolitismo lo convierte en una urbe ambigua y desordenada.

La historia de una mujer rifada por su padre y que finalmente concreta su venganza contra él y el hombre que la tiene como su propiedad, envenenándolos a ambos al mismo tiempo, recuerda una historia real que muchos cusqueños aún la cuentan en conversaciones de club social o de cantina, así como la de un muchacho venido de un pueblo a la ciudad y que por su dotes de charanguista termina enredado en extraños amoríos con una extranjera, es también, ahora, historia de todos los días en el Cusco urbano.

En estas, y en la mayoría de los relatos, es la ciudad la que se convierte en la protagonista de las ficciones, una ciudad que no acaba de despercudirse de la influencia pueblerina de las ciudades de la sierra, cosa que además no es para nada negativo, sino todo lo contrario, pero que, en el caso de este imán turístico, se encuentra en la histórica encrucijada de dar pasos definitivos para consolidarse como una ciudad moderna, en servicios y en actitud social.

Hay otros relatos que merecen atención en este libro y son los que de una u otra manera asumen el tema de la violencia interna que vivió el país, lo que además ya es una constante en la narrativa que se escribe en los principales focos culturales del país y que se ha trasladado a la narrativa limeña con fines más comerciales que literarios, políticos o sociales. Esas historias, con más peso de realidad que de ficción, con el paso del tiempo y la fragilidad de la memoria colectiva, parecen ser, más bien, una invención, una quimera, una buena mentira urdida por la ingeniosa creatividad de los artistas.

El relato que da título al libro, El ferrocarril invisible, es una excelente muestra de cómo se teje una historia sin dar muchos rodeos a la anécdota ni sacrificar el fino y alegórico uso del lenguaje, combinando también el sentimiento andino de los protagonistas en un ambiente urbano, con sus males y desarreglos, en el que no dejan de aparecer terceros personajes, como los turistas, tan desorientados como todos aquellos que se ven envueltos en la confusa y enigmática ruta del ferrocarril a Machu Picchu.

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Mazeyra Guillén

El segundo libro de este joven narrador reúne 23 relatos con una personalísima carga de violencia urbana y reflexión existencialista, un tono que nos lleva directamente a poner atención más en el autor que en el trasfondo de sus historias.

En una ciudad como Arequipa, ya metropolitana y encaminada a un futuro de caos urbano propio de aquellas urbes que se han hecho ganar por el crecimiento demográfico y la necesidad de servicios, la soledad es más dramática, la frustración puede tener desenlaces fatales y el infortunio será una constante entre los jóvenes, Mazeyra logra retratar esas primeras manifestaciones de la desgracia humana, del naufragio personal y el desengaño social.

Lo personajes de La prosperidad reclusa, incluido el propio autor como tal en varias de las historias, están envueltos en dos redes casi imposibles de desenvolver, sus propias vidas y la vida de la ciudad, en la que finalmente son anónimos y excluidos. Esas dos tramas, como dos telarañas que se superponen, marcan el ritmo de la lectura y transmiten en el lector el pavor al fracaso.

Hay en el cuento que presta el título al conjunto, una reflexión del autor sobre la necesidad de salir, de escapar, de buscar un resquicio por donde escurrir el alma para no terminar abatido por el peso de la realidad, y sus personajes tienen en la literatura una esperanzadora rendija:

«–¿Por qué lees tanto? –le pregunté el día anterior a su segundo intento de suicidio.
–Para salir de esta mierda –me dijo sin sacar los ojos de las páginas del libro.
–¿Volverás a intentarlo?
–Ya no –mintió mirándome de reojo, sabía muy bien que me refería al suicidio–. Estoy leyendo Los miserables. Me tomará al menos una semana terminar.»

Prosa dura y directa, humor sarcástico, ambiente sórdido, dudas existenciales, son algunos de los elementos que ha utilizado Mazeyra para ilustrarnos sobre ese drama humano se escurre por las páginas de este libro, a pesar de que en varios pasajes se nota aún la mano joven del autor, y que seguramente se irá afianzando mientras siga ensayando la mejor manera de retratarnos.

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Epílogo

A pesar de que a primera vista pareciera que estos dos conjuntos de relatos van por caminos diferentes, finalmente se unen, por medio del lector, en un punto común: la encrucijada de la condición humana. A Rosas Paravicino hay que leerlo, ahora, en función del conjunto de su obra, mientras que a Mazeyra Guillén se le deberá poner debida atención porque de seguro nos sorprenderá con una obra también coherente y aleccionadora.

 

 

 

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Dos lecturas opuestas y necesarias.
"El ferrocarril invisible" y "La prosperidad reclusa".
Por Alfredo Herrera Flores.