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«la literatura es como un rÍo. El problema que yo veo ahora con los narradores es que no saben dÓnde estÁ el rÍo ni quÉ recodos tiene ese rÍo.»

Por Orlando Mazeyra Guillén

 

 

 

 

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El narrador guatemalteco Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 1921- Ciudad de México, 2003) alguna vez confesó que su ideal último como escritor consistía en ocupar algún día en el futuro media página en el libro de lectura de una escuela primaria de su país. El peruano Oswaldo Reynoso (Arequipa, 1931) hace suyas estas palabras y sabe que lo ha conseguido. Sin embargo, no fue nada fácil, pues cuando publicó Los Inocentes no fueron pocos los que pidieron que le quitaran el título de profesor. Y, además, quisieron prohibirle el ingreso a cualquier colegio. En más de una entrevista contó que lo acusaron —algunos lo siguen acusando— de ser un corruptor de menores, de emplear un lenguaje procaz, que hablaba mucho de sexo. El tarabilla aprista «Javier Valle Riestra, en una sesión del municipio cogió mi libro y dijo que debía impedirse su lectura y que parecía escrito por un podólogo, o sea, con los pies, y que había que cerrar el bar Palermo porque ahí se reunía gente de mal vivir, cuando todos los que nos reuníamos ahí éramos poetas».

ABIMAEL GUZMÁN[1], ¿UN HUMANISTA?

«En esa entrevista para un blog del diario Perú21, en primer lugar me preguntan: ¿usted lo conoció a Abimael Guzmán? Sí, lo he conocido en Arequipa y en Huamanga. ¿Y cómo era? Le respondo al periodista: yo con él hablaba de literatura, pues él conocía bastante de literatura, sabía mucho de música, le gustaba, por ejemplo, Vivaldi, Mozart, también leía muchos libros de filosofía. Era un humanista.»

—¿No le parece que bajo ese concepto también podríamos decir que Hitler era un humanista? A él le gustaba mucho la pintura y se dice que los nazis exterminaban a los judíos escuchando a Wagner, ¿escuchar música clásica los convierte en humanistas?
—Pero lo que yo estoy diciendo sobre Guzmán es que yo lo conocí como humanista. Ahora, yo ya no me hago responsable de lo que él hizo después.

—Debe entender que muchos esperamos que usted, como un escritor representativo de la generación del cincuenta y que además admiramos su obra, condene enfáticamente todo lo que hizo precisamente después Abimael Guzmán que, entre otras cosas, fue un genocida.
—Para mí, Sendero Luminoso está dentro del proceso histórico peruano, no lo podemos desligar del proceso histórico.

LA «HISTORIA SECRETA» DEL PERÚ Y LA HIPOCRESÍA

—Es obvio que ya forma parte de la historia del Perú. Pero de una parte negra de nuestra historia, por eso creo que hay que asumir una postura clara: condenarlo, rechazarlo…
—No. Yo no condeno ni estoy de acuerdo. Es un proceso. Y yo creo que, de acá a cincuenta o noventa años, habrá la suficiente serenidad para juzgar estos acontecimientos históricos, ¿no? Por otra parte, desde el colegio nos han enseñado que el Perú es un país pacífico y eso es mentira. Eso es totalmente falso. Durante la colonia hubo grandes levantamientos indígenas que rechazaban la cultura dominante. Entonces no nos enseñaron a nosotros la verdadera historia del Perú. Yo, en secundaria, simplemente aprendí que hubo un determinado número de virreyes… y que un virrey había mandado a construir un puente y que otro virrey había mandado a construir una plaza de toros. Son trescientos años, ¡trescientos años de dominación! Trescientos años de gran exterminio de la raza indígena. Eso no nos lo enseñó nadie. Luego viene la emancipación. Gran parte de los ejércitos de los españoles estaba formado por nativos peruanos, o de lo que vendría a ser el Perú. En realidad, era una guerra de emancipación comandada por los criollos que habían gobernado el Perú a nombre de España y ahora querían gobernar a su nombre. Y luego vienen las guerras de los generales: cada general armó su propio ejército y se disputaban las riquezas del pueblo. Los Gamarra, Los Santa Cruz, Los Salaverry… generales que combaten entre ellos hasta la Guerra del Pacífico. ¡La Guerra del Pacífico fue un desastre, una masacre! Y durante el siglo XX se producen una serie de levantamientos en todo el Perú. En los años treinta, el Apra toma Trujillo[2], Cajamarca y Huamanga: los apristas masacraron a policías y luego fueron a matar a militares en el Cuartel de Artillería de Trujillo. Se bombardea Trujillo. Después el ejército captura a los apristas y fusila a miles de apristas y también a no apristas en Chan Chan. No nos olvidemos tampoco de la rebelión de los marinos (Guerra civil peruana de 1856-1858). La guerrilla de Luis de la Puente Uceda, fundador del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), la guerrilla de Héctor Béjar, la intentona revolucionaria del poeta Javier Heraud y, finalmente, el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) y Sendero Luminoso (SL). Entonces, en conclusión, toda la historia del Perú está jalonada por grandes rebeliones e innumerables matanzas, ¿no? Lo que pasa es que esa historia es una «historia secreta». Hace poco, que he estado en Pucallpa, me han dado un libro que todavía no he terminado de leer, pero hay documentos que indican que la Fuerza Aérea de Panamá exterminó etnias en la Amazonía, bombardearon el Perú. ¡Todos esos documentos se ocultan! ¿Por qué no salen a la luz?

—Pero la violencia venga de donde venga hay que condenarla, ¿sí o no?
—Un momentito. La violencia surge cuando no se han resuelto problemas importantes y hay conflictos terribles. La violencia no viene del aire, la violencia se forma. Una persona es violenta porque ve que sus derechos son vulnerados. Hay un caldo de cultivo, porque estoy seguro que si un terrorista va a un distrito como San Borja o La Planicie y dice: «¡vamos a tomar las armas!», lo sacan a patada limpia. Pero si va a un terreno donde hay grandes problemas, como la Amazonía o la sierra, la cosa será distinta. Entonces hay que plantearlo esto desde el punto de vista de un proceso. Y ésta es una sociedad hipócrita. Yo estoy en contra de que a los niños se les enseñe a tomar un arma y a matar como actualmente ocurre en el VRAE. Pero, ¿quién reclama? ¿Quién sale a dar la cara? Los que permiten que la televisión sea una escuela de violencia en el Perú. ¡Es una sociedad hipócrita! Que la gente no se rasgue las vestiduras: si acá en la ciudad, que se supone que es gente civilizada, y vive gente con cultura, se permite que los niños vivan en un ambiente de violencia y que manejen armas virtuales, con juegos que busquen matar al enemigo, y que todos los días por los canales de televisión haya muertos y sangre,  noticieros que se regodean enseñando sangre… entonces esa sociedad debe protestar, así como protesto yo porque a los niños se les enseña a matar, debe protestar contra este modelo organizado exactamente para inculcar la muerte y la violencia.

HAY QUE SER TOLERANTES…

—Sobre su último libro, En busca de la sonrisa encontrada, usted me comentaba que muchos amigos suyos —que leyeron las primeras versiones—, hablando por lo bajo, decían «bueno, pues, hay que ser tolerantes»…
—Lo que quiero aclarar  también es el uso que muchos le dan a la palabra «tolerante». Ahora está de moda decir: «hay que ser tolerantes». La palabra tolerante de acuerdo como lo define el diccionario de la Academia. Y, ojo, que no digo «Real».

—¿Y por qué no dice «Real»?
—Porque Real viene de la realeza, de la monarquía, ¡quiere decir que todavía no nos hemos independizado de España!

—Pero ellos, los españoles, todavía tienen un rey que caza elefantes…
—Para nosotros no es «Real». El diccionario de la Academia dice que hay tolerancia cuando hay poder. Cuando uno se siente superior al otro y deja pasar lo que le molesta del otro: entonces es tolerante. En el Perú lo que debe de haber no es tolerancia sino respeto: respeto al otro. El que dice «hay que ser tolerantes» se cree superior al otro.

—¿Siente que no respetan a su nueva obra?
—En el Perú debemos aprender a respetar en todo aspecto. Respetar al otro. En relación a las declaraciones que yo di sobre Abimael Guzmán, luego entré a internet y hay un señor (Gustavo) Faverón…

—Que ha escrito positivamente sobre su obra en un ensayo[3] que apareció en la revista Hueso Húmero
—Ese señor dijo que por qué se había hecho tanto escándalo por las declaraciones de Iván Thays [4] porque dijo que la comida peruana es indigesta y no me hacían escándalo a mí. Entonces a mí me preguntan sobre eso y yo les digo lo siguiente: «miren, cuando leí las declaraciones de Thays y supe del cargamontón que le hicieron, yo salí en defensa de Thays porque hay que respetar la opinión de un escritor, él sabrá por qué lo dice, hay que respetar las ideas del otro, ¿por qué todos vamos a pensar igual? Si a él le parece que la comida peruana es indigesta, allá él». Entonces, ¿qué pasó? Lo llamaron traidor a la patria. Incluso salió un pobre infeliz que se autodenominó el mejor cocinero de ceviche del Perú…

—Javier Wong…
—Salió con un cuchillo, a decir: «¡ese hijo de puta!», amenazante. Y luego publican fotografías de Thays con un parecido a Oscar Wilde y le dicen: «maricón de mierda». Luego el conductor del programa La noche es mía le pregunta al público: «¿quién conoce a éste?» ¡Nadie!, responden todos. «Entonces es un desconocido». Yo he salido en defensa de Thays. No es posible que se diga tanta barbaridad. Y luego me entero de que se quejan de por qué le hacen escándalo a él y no a mí [5].

—Y Thays ha llegado a deslizar en las redes sociales la idea de que hay muchos escritores gays homofóbicos y que una muestra de eso es su novela En octubre no hay milagros.
—Eso pasa por no saber leer. Por lo siguiente: la novela En octubre no hay milagros no es una novela homofóbica, sino una novela contra el poder. Ahí hay dos tipos de relación homosexual: la relación de poder, del dictador, del tirano con el joven que se rebela; y la otra relación homosexual es la del profesor. La de don Manuel con Tito es una relación de poder; en el otro caso, el caso del profesor, es una relación de amor.

—A qué se refiere cuando habla de los escritores «transgénicos»…
—Un alimento transgénico es aquel elaborado artificialmente en un laboratorio. Y hay escritores elaborados artificialmente en «laboratorios». Pero felizmente en las provincias del Perú está apareciendo el verdadero movimiento literario: por ejemplo, en Chimbote hay un gran escritor Fernando Cueto que acaba de ganar el Copé con la novela Ese camino existe, Óscar Colchado con Rosa Cuchillo y su última novela Hombres de mar, también los escritores de Huánuco, Pucallpa, Tarapoto, Iquitos, Arequipa que no se conocen en Lima, pero que están innovando la literatura peruana actual. Entonces Lima se está quedando atrás, porque Lima es la misma cantaleta de siempre. Hay periódicos que antes tenían una página entera dedicada a la cultura, ahora la han eliminado y han puesto espectáculos y más deportes. En las provincias se está dando el gran renacimiento de la literatura peruana. Recordemos, también, que Octavio Paz decía que una persona culta e inteligente era capaz de escribir un buen poema o un buen cuento, pero eso no era arte, sino artificio.

—¿Y cómo accede usted a la llama creadora del arte?
—Los antiguos griegos llamaban a eso las musas. Así le llamaban a la inspiración.

—¿Y Oswaldo Reynoso dónde encuentra la inspiración?
—En la vida intensa y la cerveza.

MONTERROSO Y LA INMORTALIDAD

—Yo sé que a usted la idea de vencer a la muerte como que no le quita el sueño y también desconfía de todos los premios literarios porque piensa que son amañados. Sin embargo, justamente a un narrador universal como Augusto Monterroso, lo condecoraron en España con el premio Príncipe de Asturias, y él en su discurso de aceptación del lauro, confesó: «mi ideal último como escritor consistía en ocupar algún día en el futuro media página en el libro de lectura de una escuela primaria de mi país».
—Suscribo exactamente lo mismo.

—Monterroso añade: «Acaso esto sea el máximo de inmortalidad a que pueda aspirar un escritor».
—Exactamente. Yo estoy totalmente de acuerdo.

—Lo que pasa es que usted ya lo consiguió. Además muchos afirman que, después de Vargas Llosa y Bryce, el autor más leído en las escuelas del Perú es Oswaldo Reynoso.
—Cuando yo escribí Los Inocentes pidieron que me quitaran el título de profesor. Y querían prohibirme el ingreso a cualquier colegio. Y me acusaron de corruptor de menores. Y te cuento que tengo un relato que quise incluir en El goce de la piel pero desistí, tampoco lo puse en mi último libro. Es un relato sobre mi infancia en Arequipa y ocurre precisamente allí (señala con cierta malicia la Catedral de Arequipa) porque yo fui monaguillo. Seguramente lo incluiré en otro libro.

—¿Qué significa para Oswaldo Reynoso la ciudad de Arequipa?
—Arequipa para mí significa una infancia muy hermosa. Y una adolescencia también hermosa, sobre todo por el ambiente familiar, pero hubo autoridades que luego del levantamiento del cincuenta lo llevaron preso a mi padre acusándolo de espía chileno y eso lo dañó mucho, lo hizo sufrir y morir sin patria.

¿DÓNDE ESTÁ EL RÍO?

«Alrededor de mis libros discurren conflictos fundamentales, pero yo no soy quién para explicarlos porque hay escritores que escriben algo y luego escriben otro libro para explicar lo que han escrito. Entonces el que encuentra los conflictos que yo planteo, que los encuentre; y el que no los encuentra, pues es problema de él. La literatura no nace con un autor, la literatura es un proceso, es como un río. El problema que yo veo ahora con los narradores es que no saben dónde está el río ni qué recodos tiene ese río y desconocen la obra de los narradores fundamentales. Yo me he encontrado con narradores que creen que han inventado el mundo».

—Justamente Monterroso ironizando dice: yo aprendí a ser breve leyendo a Proust.
—¡Claro! Yo te puedo contar una anécdota de Monterroso con Bryce. En un congreso literario Bryce tomó la palabra y respondiendo a una pregunta dijo: «yo escribo, escribo y escribo». Luego Monterroso toma la palabra y dice: «yo, al contrario de mi amigo Bryce, corrijo, corrijo y corrijo» (ríe). Ahora, Bryce cuando apareció fue novedoso, tiene picardía y todo eso, pero es muy descuidado. Demasiado. En un solo párrafo utiliza demasiados adverbios terminados en mente.

—Para evitar eso se puede utilizar las herramientas de un procesador de textos. ¿Usted no le opone resistencia a la tecnología, verdad? Usa la computadora, el correo electrónico, etcétera…
—Todo depende de cómo se utilice. Yo me pongo a escribir en la computadora, alrededor de una hora, luego le saco una copia, imprimo. Después en la noche corrijo con lapicero y al día siguiente, con esa corrección, vuelvo a la computadora y hago las correcciones en el archivo.

—¿Cuál su música favorita al momento de escribir?
—Depende de mi estado de ánimo. Me gusta mucho Vivaldi, Mozart, Beethoven.

EL TRASLADO

«Eleodoro Vargas Vicuña se murió el 10 de abril, el día de mi cumpleaños. Él era mi compadre, yo fui padrino de su hijo. Ese día yo recibí una llamada en la mañana y una voz me dijo: cuida tu cuerpo como si fuera un templo. Me repitió esa frase como tres veces y yo no sabía quién era. A la media hora recibo otra llamada, era la hermana de Vargas Vicuña que me informó: hace media hora Eleodoro ha muerto y lo vamos a velar en el hospital Rebagliati. Yo le dije que Eleodoro se merecía otro tipo de despedida y de inmediato hice llamadas para que lo velaran en el Museo de la Nación y, al día siguiente, el dueño de una empresa de transporte puso un microbús para llevar el féretro a Tarma y, así, partimos en caravana. Llegamos a eso de las seis de la tarde a Tarma, donde había una delegación que le había preparado una capilla ardiente en el local del municipio, luego llegó una comisión de Acobamba que dijo que Eleodoro debía ser enterrado en Acobamba. Lo llevamos y lo velamos en Acobamba en una capilla muy pequeña por la cantidad de gente que fue, entonces lo llevamos al municipio y después a la sala principal, antes lo habíamos velado también en un club, de ahí lo trasladaron a la iglesia y finalmente al cementerio que queda en una pendiente. En medio de la pendiente hay un descanso donde se hizo un homenaje final, luego yo ya no pude subir. Pero cuando ya lo estaban poniendo en el nicho apareció un sobrino para cumplir con una vieja promesa del bar Palermo: ponerle dos cervezas de trago. Y el sobrino nos dijo que Eleodoro había pedido que lo entierren en la punta del cerro. Y por fin lo enterramos. Después, cuando ya regresábamos, yo en ese entonces tomaba ron, estábamos con Maynor Freyre tomando ron, y cuando estábamos llegando a Lima no sé cómo me acuerdo repentinamente de mis años en Arequipa, habíamos formado el grupo Avemur con Aníbal Portocarrero, cuando conocí a Eleodoro en la Plaza de Armas, y me dijo: mira lo que acabo de escribir. El cuento se llamaba El traslado y empezaba así: cambiamos de lugar aún después de muerto… Y entonces llegando a Lima yo les digo a todos: recuerdo que en la Plaza de Armas de Arequipa, Eleodoro me leyó ese cuento, El traslado, que aparece en su libro Ñahuin y comienza con esta frase: cambiamos de lugar aún después de muerto: el hospital Rebagliati, el Museo de la Nación, el club de Acobamba, el municipio, la iglesia, la mitad del cementerio, el nicho y por último la punta del cerro».

LA HOMOESTÉTICA

—Martín Adán es su gran referente.
—Me impresionó La casa de cartón, yo aprendí a escribir con La casa de cartón. Y luego leí su poesía que en ese entonces no comprendía mucho. Aparte de Martín Adán yo siempre recomiendo que lean a Arguedas, a Valdelomar. Ahora, respecto a Martín Adán, sobre mi último libro, a mí no me agradan las calificaciones que han hecho algunos. Dicen que es un libro homoerótico. Porque lo erótico es la exaltación del sexo. A mí me parece que es un libro homoestético porque no hay ninguna descripción o escena sexual.

—¿Homosensual tal vez? —pregunta Carlos Bellatín.
—Ho-mo-sen-sual —silabea Reynoso—. Salud por eso: ¡homosensual! —y chocamos nuestros vasos de cerveza.

—Bueno, yo como lector quizá esté equivocado, Oswaldo. Pero como que intuyo que no pisa el acelerador a fondo porque todavía se siente atado de pies y manos por la sociedad en la que vive, yo lo noto así como lector, ¿qué piensa al respecto?
—Sí —asiente convencido—, es muy difícil romper eso.

—¿O sea no se atreve a reventar, a explotar todo en su narrativa sobre las relaciones homosexuales? —pregunta Carlos Bellatín.
—No. Yo lo quiero dejar así en mi narrativa. Porque lo otro es pasar a otro tipo de cosas. Por ejemplo, Miguel Gutiérrez dijo que yo debería escribir una novela sobre la homosexualidad. Pero a mí me parece que ya es un tema muy trillado, manoseado. Y porque además no lo siento.

—Pero precisamente ha criticado a aquellos que han abordado con superficialidad el tema de la homosexualidad. Usted, en cambio, lo haría con belleza, profundidad, hondura…
—No creo. Ya no. No puedo ya. Es muy difícil. La Arequipa de mi juventud fue una sociedad muy conservadora, demasiado machista…

—¿Esa Arequipa de su adolescencia donde un viento feroz quiso apagar para siempre la llama de la lámpara de Aladino que ardía en su piel?
—Es muy difícil —reitera y uno puede reconocer el desaliento en su voz, sentimientos encontrados, recuerdos dolorosos o quizá sólo un ligero malestar. ¿El malestar que nos produce el Perú? Siento que ya fueron suficientes preguntas, al menos por hoy.

Ahora es mejor apurar el vaso de cerveza y repetir aquella frase de Eleodoro Vargas Vicuña: ¡Viva la vida, carajo! El amigo del alma de Oswaldo Reynoso que —contó alguna vez Edmundo de los Ríos—, aunque nacido que La Esperanza (Cerro de Pasco),  gustaba en provocar llamándose arequipeño. Ese mismo que, a pocas horas del irreversible final, le dijo al autor de En busca de la sonrisa encontrada: «¡Gracias, compadre, por haberme enseñado a reír de la muerte!»

Plaza de Armas de Arequipa, abril de 2012.

 

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ENLACES

[1] Abimael Guzmán (Mollendo, Arequipa, 1934) líder y fundador de la organización terrorista peruana Sendero Luminoso. Según el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), «el Partido Comunista del Perú, conocido como Sendero Luminoso (PCP-SL), es una organización subversiva y terrorista, que en mayo de 1980 desencadenó un conflicto armado contra el Estado y la sociedad peruana. La CVR ha constatado que a lo largo de ese conflicto, el más violento de la historia de la República, el PCP-SL cometió gravísimos crímenes que constituyen delitos de lesa humanidad y fue responsable del 54% de víctimas fatales reportadas a la CVR. En base a los cálculos realizados, la CVR estima que la cifra total de víctimas fatales provocadas por el PCP-SL asciende a 31,331 personas».

[2] Según el historiador aprista Hugo Vallenas Málaga, «la revolución trujillana del 7 de julio de 1932 es reseñada en forma defectuosa por diversos científicos sociales que los estudiantes peruanos consideran confiables y objetivos. Por ejemplo, Julio Cotler, Aníbal Quijano, Alberto Flores Galindo y Manuel Burga, han coincidido en mencionar este importante movimiento social liderado por el aprismo como un “alzamiento” o una “rebelión popular”, pero no una revolución en el sentido moderno y profundo de la palabra. Con esto pretenden decir que fue un acto de insurgencia popular aislado, sin perspectivas políticas y sin organización partidaria».

[3] Gustavo Faverón señala en un fragmento de su ensayo El amor es un dios materialista: sobre El goce de la piel de Oswaldo Reynoso: «(…) De acuerdo con un proceso que se ha vuelto constante y creciente en el trabajo del autor arequipeño, en El goce de la piel las cosas están dichas con una suerte de lirismo callejero, que no teme lidiar con el problema de buscar un estatus poético para el idioma a veces sucio y destemplado de la calle. A diferencia de muchos autores realistas posteriores, de aspiración más o menos marginal, algunos de los cuales escriben tras su huella (Sergio Galarza, por ejemplo), en Reynoso esa lengua se vuelve conducto para reflexiones que trascienden la frontera intelectual de la cantina y la tropelía esquinera. Reynoso no rehúye su compromiso autoimpuesto de pensar nuestra cultura, o ciertos aspectos de ella, a través de la palabra de la pandilla de barrio, del lumpen carcelario, de las esforzadas y más o menos móviles clases populares, y, por supuesto, de la intelectualidad desplazada fuera de los grandes circuitos de transmisión ideológica de nuestra sociedad. Si cuenta historias de marginales, lo hace sin renunciar (¿por qué habría de renunciar?) a una intención canónica: no habla desde el centro, pero habla hacia el centro».

[4] Iván Thays, en su blog Vano Oficio del diario El País, escribió: «(…) Mis restaurantes favoritos son de los de pasta y creo, honestamente, que la comida peruana es indigesta y poco saludable. Casi sin excepción se trata de un petardo de carbohidratos al cubo, una mezcla inexplicable de ingredientes (muchos de ellos deliciosos en sí mismos, hay que decirlo, pues los insumos son de primera calidad) que cualquier nutricionista calificado debería prohibir».

[5] Gustavo Faverón, en un post titulado Ceviche o muerte, venceremos, escribió en su blog personal: «Ok, es oficial. En la sociedad peruana si un escritor como Iván Thays declara que la comida peruana le parece indigesta, lo que sigue es una catilinaria de ataques, agravios, insultos y desplantes. Pero si un escritor como Oswaldo Reynoso declara públicamente que Sendero Luminoso no fue un grupo terrorista, que sus acciones no fueron negativas para el país y que Abimael Guzmán es un humanista, al 99.99% de los peruanos le importa un reverendo pepino».



 

 

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Entrevista a Oswaldo Reynoso.
Por Orlando Mazeyra Guillén