Gorda infeliz
Novela de Manuela Gumucio
Por Omar Pérez Santiago
Manuela Gumucio es una periodista que a los cincuenta años publicó en el 2005 su primera novela, Once mil vírgenes, (Alfaguara).
En la novela de 162 páginas, es sobre una gordiflona llamada Beatriz y de 50 años, que cuenta en primera persona que está infelizmente casada con un médico perteneciente al rubro de los trabajólicos, a quien Beatriz ya no ama. Beatriz justifica su obesidad diciendo cándidamente que su vida no tiene mayor sentido. La mofletuda es una metedora de patas en recepciones sociales de su marido, pero ella valora esas imprudencias como un alto y valioso inconformismo heredado de su madre.
Mientras tanto, Beatriz se dedica a cuidar viejas familiares seniles: Olga, la madre de un amante, con el que Beatriz tuvo su único hijo, a la tía Chofa y finalmente, a su propia madre
De niña, Beatriz estudió en las Ursulinas. Dice una leyenda que Santa Ursula defendió a once mil vírgenes. De allí el mal nombre del libro. Beatriz afirma que vivió su paso por ese recinto como si fuera campo de concentración. Beatriz fue criada por una madre-niña, una dueña de casa que recalca su aparente estirpe y su mal hábito de decir frases epatantes –normalmente excrementosas, ligadas a la caca y el poto- y tratar a los demás de arribistas y siúticos. Esa madre, tal como ocurre con los arribistas - era una arribista y siútica ella misma, aunque pobretona. Así las cosas, los niños en esa casa tenían pocas habilidades sociales. Su hermano, por ejemplo, se cagaba en el bus escolar. Y su padre, que no estaba casi nunca en casa, aunque los pocos momentos con él parecen placenteros.
De adulta, la periodista Beatriz se enamora de un compañero de trabajo y la arribista de su madre lo considera poca cosa. Aunque Beatriz es ya adulta y profesional, los padres la mandan becada a París, como si fuera una mocosa, en una especie de escurridero de la clase alta. Allá se encuentra con su amiga-enemiga Trinidad, a quien Beatriz ama y odia, sin que se entienda por qué. Los encuentros continúan al regreso. Trinidad parece más seductora, más hábil socialmente y más integrada al mundo. Pero Beatriz la cataloga de manipuladora. Quizás la única explicación de esa mala onda, es que con Trinidad, Beatriz compartirá amante, Bernardo, un dirigente de un llamado “partido de la revolución”. Con engañifas, Bernardo entra y sale de las camas de sus pródigas “ayudistas”. En una de esas cachas, Beatriz queda preñada. Nace el niño, pero ya hay un golpe militar y ella se refugia en una embajada con su crío y viaja a París. En París Beatriz conoce al médico –que a los 50 años ya no ama- y se casa con él. Bernardo muere. No se cuenta ni cómo ni donde.
Esa es toda la historia de la infeliz Beatriz, una corta historia de banalidades, con personajes de cartón, contada sin oficio.
Un buen novelista ve a sus personajes, sus trajes, sus atuendos y sus muletillas. Esos personajes ficticios son creíbles por lo misteriosos y fascinantes. Una novela no es la vida –es la vida pensada. El mundo de la novela es el de la imaginación y también es el mundo de la estética – personajes retratados en una escena. El escritor de novelas es un inventor de personajes de ficción –máscaras- que actúan en escenas.
Sin embargo, Manuela Gumucio supone que le basta nombrar sus personajes. No hay sustancia. Por ejemplo, sobre Bernardo, uno de esos amantes, no hay ninguna imagen, ni escena que lo retrate de modo particular. No hay eventos. Ni siquiera su muerte, que no se cuenta. Y así todo lo demás.
John Banville -un real novelista- dice que le interesa menos la realidad que el artificio. A Manuela Gumucio parece que no le interesa el artificio. Tampoco ella se demuestra, en esta novela, capaz de sumergirse en su propia realidad.