Melancolía de la jarana infinita
Carl Michael Bellman
Por Omar Pérez Santiago
Hace 270 años, un 4 de febrero de 1740, nació en Estocolmo, Carl Michael Bellman, el mayor genio literario sueco, poeta tan vigente, tan vivo y tan dominante hoy, que lo escuchan y lo aplauden las chicas y los chicos en cualquier concierto de rock, en cualquier fiesta universitaria, o cualquier celebración de la empresa o fiesta familiar. El inevitable paso de los siglos lo ha mejorado, y, como los grandes vinos de guarda, mantiene su estructura y su fuerza, su frutosidad y su cuerpo, que demuestran la salud de la planta.
Estocolmo tenía 72 mil habitantes en 1740, olía mal y las enfermedades llevaban muy directamente a la muerte. De hecho, la madre de Carl Michael procreó 14 hijos, 7 de los cuales murieron de niños. Estocolmo era un puerto activo y había cerca de 900 bares, un alto consumo de alcohol y una extensa prostitución. Bellman tiene descripciones realistas de la vida de esos pobres y dignos seres, y los personajes principales de sus poemas y canciones son precisamente dolidos alcoholizados y meretrices. Bellman no moraliza, no los mira desde arriba, al contrario, escribe con compasión y simpatía y con su trasfondo de dolor, vacío y frustración; pues sí, la intensa tristeza y la dulce miel de la melancolía en la fiesta urbana.
Bellman da confianza, por que no dudaba y por que sus obras están probadas. Su energía, su irresistible felicidad poética, su fuerza mística aun hace temblar las paredes.
Escribía con envidiable liviandad, libre de convenciones y muy vivaz sobre dos cosas lucidas y cardinales para un humano: primero, la alegría del festejo y, segundo, la angustia, ay, la zozobra de la muerte (“púrpura y oro muta a jirones y basura”). Es decir, dos cosas básicas: la felicidad y la brevedad de la vida.
Su padre era abogado y Carl Michael recibió una buena educación, aprendió alemán y francés, las artes literarias y comenzó a escribir cartas, poesías y a traducir salmos. A los 17 años publicó dos libros con sus traducciones. A los 18 años ingresó a la Universidad de Uppsala, aunque la mayor parte del tiempo allí, tal como ocurre hasta hoy con ciertos estudiantillos, lo usó para ser animador de parrandas. Ese hábito continuaría a través de los años: irse de juerga con peculio prestado. Una vez sus deudas lo llevaron a huir a la vecina Noruega. A los meses es indultado, aunque el banco descubrió un hoyo financiero pues varios de los funcionarios se habían prestado dinero para irse de fiestas con el ameno Bellman.
Bellman, un significativo pilar artístico, se movía con su cítara desde los bares a los salones de la aristocracia, allí había patees de aves, papas cocidas en salsas, verduras guisadas, frutas secas y pescados frescos muy bien aliñados, acompañados de vinos importados, cervezas y aguardientes, mientras él declamaba y cantaba sus melodías.
Bellman publicó 82 parodias a la Biblia, las llamadas Epístolas de Fredman, su alter ego, y publicó además las Canciones de Fredman, una antología de sus mejores y más populares canciones. Se afirma que sus melodías a menudo era prestadas y reelaboradas, de operetas y canciones populares.
En 1772 el rey Gustaf III da un golpe de estado contra el parlamentarismo. Bellman había compuesto Skal Gustaf (Salud Gustaf) que se transformó en un popular himno real. Gustaf III era un mecenas cultural y creó la Academia Sueca, la Academia de la Música, el Teatro Real, el Ballet real y Bellman fue un predilecto. Pero, el 16 de marzo 1792, el rey se dirigió al Teatro Opera a un fiesta de máscaras, caminó por el salón y un hombre enmascarado y vestido de negro sacó una pistola y le disparó en la columna. Bellman amaba a su rey y su desaparición le debe haber dolido. El juglar se había quedado sin su protector. Bellman continúa su vida del mismo modo. Un poeta no tiene alternativa, su pasión lo arrastra y no puede rendirse. Su economía empeora y sus deudores no lo perdonan y lo acosan y termina en la cárcel, en una galera fría en un país frío, donde enferma y muere a sus 55 años en 1795.
Pero la muerte y el paso del tiempo no han importado. Con certeza se puede decir que Carl Michael Bellman está intensamente presente y, por ejemplo, Ve como nuestra sombra, la Epístola Nr 81, la interpreta a coro con el público joven, entre muchos otros, el rockero Joakim Thåström y la banda metalero While Heaven Wept.
En esta Epístola, Bellman construye roles, fiel a su estilo, y aquí están su amigo Movitz, y la gruñona y sedienta Lövberg, a quien van hoy a enterrar y que no presionará la uva ya más. Bellman usa el modo presente y comienza normalmente con un llamado imperativo, en este caso: “Ve”, y también usa motivos de la antigüedad, como el griego Carontes, el encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado a otro del río.
Ve Como Nuestra Sombra
Ve como nuestra sombra, ve Movitz mon frere!
Como la tiniebla la circunda,
Como una pala de púrpura y oro se altere
Y mute a jirones y basura.
Carontes saluda desde tumultuoso río,
Y el sepulturero da tres paladas con brío,
La uva tú ya no afanas.
Por eso, Movitz, ayuda a poner el frío
Mármol sobre nuestra hermana.
La campana atrae la campana mayor,
El organista con flores en el portal;
Y con los niños y su rezo cantador,
Bendice este lugar.
En el camino al templo de la ciudad
Pisan las hojas amarillas de las rosas,
Y fragmentos de palos y maderas
Hasta que la larga y enlutada comitiva,
Llora y profunda se inclina.
Y a descansar de riñas y fiestas fue,
Tu mujer, la gruñona Lövberg;
Allí, hacia la hierba larga y delgada,
Aún tú miras atrás.
Ella hoy de Dantobommen se separa,
Y con ella la picaresca extraña;
Quién llenará la botella.
Sedienta era ella y resediento yo soy;
Sedientos todos.
(Versión del sueco: Omar Pérez Santiago)