Republicanos en Chile y en España
Por Omar Pérez
Me escribe Luisa Maria Miralles desde Barcelona para contarme que el fin de semana visitó Toulouse, ciudad que fue sede del Gobierno republicano en el exilio y domicilio de la mayor concentración de refugiados españoles tras la Guerra Civil.
Para entender cabalmente eso, debo retrotraerme muchos años atrás.
Luisa y yo éramos dos jovencitos que caminaban por Santiago, desde la escuela de Ciencias Políticas (Cipol) de la Universidad de Chile, en la calle Triana de Providencia, hasta su casa en los alrededores de la Avenida Matta con Vicuña Mackenna. Allí conocí a su madre Quiteria y a su padre Isidro, republicanos españoles.
Allí en esa casa, España era un suspiro. Me da triste emoción acordarme de cómo vivía ese Isidro su exilio.
Isidro fue anarco sindicalista, secretario del departamento de agricultura del Consejo de Aragón y cuando fueron derrotados los republicanos españoles por el fascismo, él se quedó en las guerrillas de Los Pirineos. Al iniciarse la segunda guerra mundial, se sumó a la resistencia francesa. Cayó preso y lo internaron en un campo de concentración alemán. De allí logró escapar. Isidro entró a liberar París, junto a cientos de españoles, antiguos miembros del Ejército Popular Republicano.
Por amor a Quiteria, Isidro llegó a Chile y aquí en el nuevo mundo nació Luisa Maria, mi amiga de juventud.
Un héroe, un hombre valiente en una casa de Santiago. Con el tiempo, uno aprecia más a los corajudos, que no esquivan su destino, cuando los llama.
Era una época dura y negra para nosotros también. Nosotros éramos una hueste de Cipol, resistentes a la dictadura chilena. Imaginativos y audaces, pero desarmados. Entonces empiezan a caer (José Bomcopte, Jaime Caldés: muertos. Luego es Héctor Reyes y otros varios, que pasaron largo tiempo en la cárcel)
Un día de esos muere Franco en noviembre de 1975 y Luisa, un tiempo después, llegada la democracia en España, ella acompaña a sus padres de retorno a Zaragoza.
Años después, un día me tocó a mí. Rodearon mi casa en la madrugada. Yo ya estaba avisado y pasé muchos y tensos meses clandestinos.
Unos años después, a comienzo de los años 80, iniciando mi exilio, llegué a Zaragoza, donde visité a los padres de Luisa.
El viejo combatiente había sufrido un ataque y estaba inválido. No podía hablar. Se emocionó con mi visita y me empezó a mostrar viejas fotos, que guardaba en unas cajas de zapatos, de su época de resistente. Me habló a media lengua de sus camaradas muertos en la batalla, o que nunca volvieron del campo de concentración. Mientras su esposa intenta distraerlo con recuerdos más floreados.
Recuerdo que fue un día muy conmocionado en Zaragoza. Desgarrador, emotivo, lúcido, conmovedor. Me pareció que yo era un estereotipo, adquirí conciencia que yo era una capa más de ese exilio. Contemplo en Isidro, mi futuro. Allí también pensé en Luisa y curiosamente, en mi propia hija, Claudia, que nacería en el exilio y que ahora, (qué singularidad) vive también en España.
Luisa María, espíritu migratorio, jardín errante, ahora me escribe y me cuenta que busca con ansias reconstituir la historia de sus padres. Va a la búsqueda de su propia historia también. Busca la convicción expresiva para hablar también de su Chile, de nuestro Chile, y sé que, versátil y talentosa, está encontrando esa voz.
Luisa me habla de unos textos de la Gabriela Mistral sobre la guerra civil española recién publicados, "Almácigo". En su blog, Luisa ha publicado este poema de Gabriela Mistral a Guernica, que ahora yo, por mi parte, reproduzco aquí:
Árbol de Guernica
Volverá a ser verde y ancho
el roble, el roble nuestro.
Mordido de la metralla,
no del rayo de los cielos,
volverá a brotar contadas
una hoja por cada Euskaro
y será a la semejanza
nuestra y tierno.
Mientras, andamos errantes
sin criar roble en otros suelos,
con un gajo sollamado
que se aprieta contra el pecho.
Volverá a ser en Euskadia
el abra, el árbol y el ruedo
del corro de manos dadas,
y el himno al Dios verdadero,
confesado y silencioso
como la encina sin viento.
Los heridos y aventados
y los que a mitad de ruta
dizque se quedaron muertos,
todos volveremos, todos,
el árbol, al ruedo.
Mientras tanto parecemos
casa en noche de saqueo.
Y desvariados que dicen
en refrán “Guernica” y “fuego”.
Sigue entero y da, mascado
en un brote verde
un sabor de salmuera que resbala
si lo muerden niño o viejo.
Y con él, caído el sol,
comulgan y esperan ellos.
Mientras tanto caminamos
tocando a puertas de acero
de los que han la libertad
y siguen sordos y ciegos.
Crece con nuestras fés
y voluntades y tuétanos.
Crece al día y a la noche
aunque le den pez y fuego
y aunque zumben su despojo
alguaciles y patán ebrio.
Mientras tanto le rezamos
sobre el jergón a dos leños:
el de Cristo y el de Ignacio
entrecruzados y ardiendo.
Por islas, por archipiélagos,
al asar pez y catar
vino bárbaro tenemos
sobre nosotros la sombra
del buen roble que da silbo y oreo.
Cortados como la sarta
y la madeja,
escupidos en la noche tártara
partida del bombardeo,
cada uno caminó
cargando flor y madero
cortado de él y llevándolo.
Mientras que cortamos el aire,
en la lengua sin orígenes
decimos el Padrenuestro
y el roble allá lo corea,
fiel, hirviendo y recto.
Gabriela Mistral