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Realismo Chungo por Javier Milanca
Historias Bellacas, cuentos.
Por Omar Pérez Santiago
En Los Vilos el bus enfila hacia la cordillera de Lo Andes. Yo sólo espero una subida algo empinada pero constante hacia la sierra. Pero al llegar a Limáhuida debo pararme en el bus al subir la cuesta de Cavilolén de 10 kilómetros de largo, una de las más empinadas y más curvilínea que yo tenga recuerdo. La vista es cinerámica con los cerros y al fondo una cordillera galante. Y luego de esa subida espectacular y sorprendente, llegamos al Valle de Choapa y a la ciudad de Illapel, una ciudad isleña que parece vivir con otro ritmo y con otro movimiento.
Me ingreso en el hotel y voy a almorzar al frente, en el Maderos restobar. En el interior cuelgan unos cuadros de Manuel Alfredo Soto, unas imágenes de iluminación diaguita y cisura de cómics. Luego de comer vuelvo a cruzar e ingreso a la peluquería donde me dejo cortar el pelo por una morena afable. Así de simple y así de cordial transcurre este sábado en Illapel. La Plaza de Armas se ve algo descuidada y sus antiguos y elegantes faros de bronce han sido suplidos por feas y numerosas bombillas de feria. En una esquina hay, en cambio, una nueva casa de la cultura que podría enorgullecer a cualquier ciudad del mundo, donde se presentará el libro de Javier Milanca, Historias Bellacas. En el salón hay bastante gente, entre ellos la batería de escritores y escritoras de la zona.
Historias bellacas son cuentos sin grietas. Se nota desde el inicio que Javier se divierte escribiendo, no como otros que escriben para aburrirse. Son 19 cuentos cortos, concentrados, que hablan de seres algo perdidos, pero vitales. El narrador está concentrado en dos cosas. Las damas y los bares. Mujeres de todo tipo y estirpe, algunas reconocibles, circulan por los cuentos como, por ejemplo, Susy la meretriz, la Caracolera cubana, la bella de Cartagena, la inefable Juanita Chávez, la rubia de los barrios bajos, Scarlette, Betzabé la hija del pastor y la inolvidable Camboyana.
“La Susy no tiene en la memoria la cantidad de abortos que ha hecho y se ha hecho. Entre la cumbia de sus piernas pasó el amor fugaz y la pasión parrandera. Durmió de día y vaciló de noche.”
Y sobre la Camboyana cuenta como quedó después de unas fiestas:
“No encontró nunca sus calzones en el desbarajuste de soldadesca en que quedó convertida la casa después de la fiesta y tuvo que irse a capela, protegida sólo por la reciedumbre de un jeans que el raspaba como lija nueva”
Y otro tema preferido del libro son la historias de bar, como el primer cuento del libro “La noche sin voz” sobre un señor llamado Tiburcio Cañas, un borracho muerto caminando.
“Se le ocurrió sorprenderlos, apareciendo de sopetón y cantando La Joya del Pacífico con su canto lloradito. Saltó con su gracia saltimbanqui y entonó con todos sus pulmones ¡Eres un arco iris de múltiples colores…!”
Pero nadie lo sintió, ni siquiera lo miraron. Fue el Flaco Morales el que habló:
“El primer tema va a ser un homenaje a nuestro amigo cantante que está en otro mundo: Tiburcio Cañas”
De un carácter esperpéntico es el cuento El Ojo. Sobre un ojo que apareció dentro de una vaso.
Hay algo del retrato afectivo de personajes populares del escritor Osvaldo Soriano, sus narraciones sobre gentes tan entusiastas como perdedores. Hay en los cuento de Milanca una visión desgarrada, con humor, ternura, horror, desenfado verbal y léxico escatológico y cuyo tema central es el desamparo en el que mezcla temas de provincia y del folklore genuino y profundo. Una suerte de crónicas fragmentadas algo amargas, picantes y divertidas de gente y costumbres que el autor conoce bien y que recuerdan las influencias del premio Nóbel español, José Camilo Cela.
En el libro alguien dice que “a falta de París, siempre tendremos Illapel”. Me entusiasman estos cuentos pues los valen y son un verdadero aporte. Es sorprendente que en Illapel se escriba de un modo que pueda compararse a la mejor literatura nueva latinoamericana. Lo digo muy en serio. Los cuentos de Javier Milanca fortalece una nueva corriente que yo llamo Realismo Chungo, que propone los temas de la identidad en nuestras difusas sociedades populares y villanas, con logrado humor y punzante ironía.
Milanca de algún modo viene a cerrar y abrir círculos en los que la literatura se ha estado dando vueltas como la corriente de Mcondo que surgió en Chile con Alberto Fuguet y la corriente del Crack mexicano que surgió en 1996 con El manifiesto de Jorge Volpi, Ignacio Padilla y otros. Literaturas oficiosas, con formatos codificados, reelaborados, parodiados del pop y los medios de comunicación y con unas ganas de ser entendidos por las metrópolis. Literatura si nación, sin ubicación geográfica y con intentos de ser o creerse globalizada.
Milanca retoma realidades latinoamericanas fuertes, en ambientes de desecho, sobre personajes populares reconocibles en cualquier lugar de América latina, en esos suburbios de las ciudades, en la frontera de lo legal y lo bizarro, amantes de las madrugadas y secuaces de la noche. No es casualidad, quizás, que estos cuentos de Milanca aparezcan en el mismo momento en que se produce el crack del 2008, la caída mundial del capitalismo del desastre, como lo llamó Noami Klein. Milanca abre un nuevo círculo para presentar una realidad no presente en los medios de comunicación, realidad muy chunga, de mala calidad, difícil y enrevesada, que dejó el paso de la globalización.
La presentación del libro de Javier Milanca continuó en el Maderos restobar, donde yo ya había almorzado, con una tertulia con escritores y escritoras, una verdadera colmena illapelina telúrica, en esta ciudad isleña que para salir hay que volver a subir hasta la punta de la montaña.