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NUEVA LITERATURA NORUEGA
Complacientes versus flagelantes

Por OMAR PÉREZ SANTIAGO
Revista de Libros El Mercurio, Viernes 14 de mayo de 2004

 

Entre generaciones. Autores de las últimas décadas discrepan respecto de los méritos y verdaderos aportes de la narrativa noruega.
Omar Pérez Santiago, escritor chileno residente por varios años en Europa ofrece un panorama de las letras noruegas y del debate protagonizado por sus narradores

Hace un tiempo, los escritores noruegos animaron una querella de varios meses. La disputa llevada a cabo a través de las páginas del "Dagbladet", un sólido diario de Noruega, se sostenía entre dos posturas: por un lado, la liga de los complacientes afirmaba que la última literatura noruega gozaba de muy buena salud, o mejor aún, que vivía una edad de oro. Por otro lado, la logia de los flagelantes refutaba esto diciendo que la literatura noruega de los últimos años era mediocre y anodina.

El complaciente principal era Tore Renberg, quien ha escrito sobre el tema de la familia en libros como Matriarcado (1996) y Mamá, papá, niño (1997), y sobre la intolerancia religiosa en Purificación (1998). En el rincón de los flagelantes estaba Ari Behn, un joven bohemio que en 2002 se casó con la princesa noruega Marta Luisa, la hija mayor del rey Harold V. Behn había publicado un libro de cuentos, Aburrido como el diablo, que vendió más de 80 mil copias. En 2003 publicó una novela con cierto ruido, en la tradición beat, Traspatio, donde describe las experiencias de un gay en la comunidad homosexual de Tánger. Una obra que le ha significado en 2004 recibir el premio "Autor del Año" de una importante revista de Oslo y el premio "Hetero del año" por Blikk Magazine, reconocimiento a los heterosexuales que han hecho algún esfuerzo por la comunidad gay.

Noruega tiene sólo cuatro millones y medio de habitantes, y uno de los más altos índices de lectura del mundo (un promedio de 47 libros por año). Tempranamente los escritores y la literatura jugaron un rol importante en esa nación, quizás por su necesidad de diferenciarse de los daneses y de los suecos. Por razones nacionalistas y de identidad, los noruegos respetaron a sus escritores. Desde su edad de oro, sus clásicos nacionales como Henrik Ibsen, Knut Hamsun y Sigrid Undset, son un sostén que inspira respeto. Los noruegos consumen mucha televisión, cine e internet, pero los libros siguen en el centro de la sociedad. Saben que durante las tres últimas décadas ha ocurrido un claro reposicionamiento de la literatura.

La narrativa de los setenta era comprometida y agitadora. Dentro de los escritores más prominentes destaca Kjartan Flogstad (1944). Ambiciosas novelas son Cara y sello y, últimamente, Paraíso en la tierra, sobre un chileno de Antofagasta que sale a buscar a su padre noruego. Son libros de alto vuelo político con un tono algo burlesco. Flogstad, que ha visitado Chile en varias oportunidades, estuvo en la Feria del libro de Santiago el año pasado.

En los años ochenta hubo una fractura. Fue un período teórico y reflexivo. La literatura se volvió hacia sí misma y adquirió un especie de autonomía. Fue una década de la apertura creativa y de caos fértil. El niño maravilla de esta generación fue Jan Kjaerstad (1953), quien se dio a conocer con su colección de cuentos La Tierra gira lentamente (1980). Culto, consciente del lenguaje y, a la vez, orientado hacia los medios de comunicación, Kjaerstad es bastante posmoderno a la hora de escribir sobre "lo noruego". La novela La gran aventura (1987) es la historia de amor entre un escritor noruego y una estrella de televisión. En 2001, Kjaerstad ganó el Premio Nórdico de Literatura, el más prestigioso del norte de Europa.

De lenguaje minimalista, concentrado y musical, Jon Fosse (1959) imita el carácter repetitivo y persistente de la conciencia. En Plomo y agua (1992) aparecen las palabras "piensa él" más de diez veces en cada página, técnica que perfecciona en las novelas sobre el pintor Lars Hertervig: Melancolía I y Melancolía II (1996). En los noventa, Fosse ha llegado muy lejos como dramaturgo. Es el autor, al lado de Ibsen, más representado dentro y fuera de su país. Sin ir más lejos, dos de sus obras ya se han estrenado en Chile: "Alguien va a venir", con Amparo Noguera, y "El Hijo", con Claudia Di Girólamo en el papel principal, ambas dirigidas por Víctor Carrasco.

En los años noventa apareció una generación más orientada a los mass-media: escritores que a la vez eran guionistas de cine y televisión. Al igual que sus pares de otras latitudes, escriben principalmente en primera persona, sus relatos son lineales y sin experimentos formales acerca de mundos interiores en crisis y familias fracturadas. Es el caso de Erlend Loe (1969), que en 1996 publicó Naif. Super, vendió casi 40 mil ejemplares y se convirtió en un autor de culto, principalmente entre los jóvenes. Indolente, ágil y autoirónico - al estilo de Douglas Coupland- , Loe habla de la cultura pop, la televisión, la música de moda e internet. También son los temas de Linn Ullmann (1966), columnista y crítica literaria del "Dagbladet", quien además es hija del cineasta sueco Ingmar Bergman y la actriz noruega Liv Ullmann. Hizo su debut con Antes que te duermas, irónica novela con una amplia galería de personajes sobre una familia destrozada. El libro ha sido traducido al castellano por Mondadori.

Otro rasgo de estos autores es que hablan de modo distante sobre la violencia sexualizada, al estilo de Bret Easton Ellis en American Psycho. Nikolaj Frobenius (1965) publicó en 1995 una novela macabra pero muy recomendada, con aire de reflexión filosófica sobre el humanismo y la historia de las ideas: La lista de Latour (traducida al castellano por ediciones B).

La polémica que atravesó todas estas generaciones empezó cuando Jan Kjarstad - el corazón de la literatura ochentista- afirmó que no era la crítica noruega la enferma, sino la literatura. El joven Tore Renberg tomó el guante y salió en defensa de su generación. Afirmó que la literatura de los noventa era tan fuerte que cegaba. Los escritores, según él, habían salido directamente a buscar lectores y para ello crearon una obra capaz de inquietar, compitiendo con las ofertas del cine y la televisión. Sus logros estaban a la vista, aseguró.

El optimismo de Renberg irritó al joven Ari Behn. De los escritores de los ochenta dijo que eran "muchachos muertos". De los setenta, afirmó que habían terminado en el infierno de los hechos, sin mayor fantasía. Y acusó a los más jóvenes de inclinarse ante los más viejos, sin buscar lo nuevo, convirtiendo a la literatura en una disciplina académica. "Se necesita más marineros, que aman la vida y la aventura, y menos estudiantes, que aman la muerte y lo triste", fue su retórica. Pedía una rebelión literaria.

Karl Ove Knausgard sostuvo una posición algo ecléctica, entre complaciente y flagelante, pero igual estaba maravillado por el alcance mediático que habían logrado los escritores de los noventa, y eso a él le parecía significativo, pues habían logrado poner la literatura en el centro del debate. Se habló, entonces, de flirtear con el comercio y de subvalorar la literatura. Y se acusó a los escritores de los noventa de engreídos, de no saber esperar el paso del tiempo, y de que, con uno o dos libros publicados, no tenían derecho a pontificar. La discusión derivó al rol de la crítica en Noruega y si debía ayudar a los escritores jóvenes o mantenerse independiente.

La disputa en sí misma refleja el vigor de la literatura noruega, pero además resume de manera notable los conflictos que la literatura y la crítica siguen teniendo en el mundo.


 

 

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Complacientes versus flagelantes,
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio,
viernes 14 de mayo de 2004.