Ese farol que alumbra mi escritorio
“El Rudo Alacrán de doble Aliento” de Marietta Morales Rodríguez
Por Omar Pérez Santiago
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La última gran liberación de energía poética en Chile ocurrió en la década del 50 del siglo XX, cuando sucedió un gran desplazamiento, fractura y reordenamiento de las placas poéticas. Efectivamente, se produce un terremoto, una revolución poética, cuando en 1954 Nicanor Parra publica su libro de tres partes, llamado “Poemas y antipoemas”, con la editorial Nascimento de Santiago. Desde entonces y por un largo tiempo sobre la Placa Parra se posicionan montes, valles y llanuras. Una revolución en las placas poéticas. La Placa Parra se desarrolla en América, aunque cohabitó con dos Placas o modos de producción poéticos, aparentemente sin peleas, aparentemente sin colisiones y sin discusiones. La poesía chilena vivió en un arco histórico de 50 años, con el dominio de la Placa Parra, pero con la latencia de otras dos placas geológicas más pequeñas, nacidas en esa época: la Placa Neobarroca de Enrique Lihn y la Placa Lírica de Jorge Teillier.
Enraizada en la corriente de la poesía lírica, Marietta Morales Rodríguez, en su segundo libro “El Rudo Alacrán de doble Aliento”, vuelve a la tierra, al rescate de los antepasados, a la familia, a la infancia. Es el pueblo y sus rostros carcomidos de pena, la mesa rodeada de hormigas, viajeros que no se detienen en un pueblo plagado de huesos rotos, cráneos de mujer, el cadáver de mujer, bicicletas oxidadas, viejos cines y volantines secos. El pueblo de casas coloniales y aromas de roble, un pueblo de pequeñas calles donde se espantan moscas y donde se encuentra el origen de una historia imaginaria, el eslabón perdido: la fiesta de los alacranes imaginarios.
"Es la hierba silenciosa que crece en la ventana rota”
En ese ambiente es natural que se castigue la frivolidad y la farándula.
También es la añoranza de los viajes hechos o por hacer. Es una flaneur o una transeúnte de un París ensoñado o quimérico y sus poemas lo contienen: café en París, cementerio en París, palomar en París, tres árboles frondosos en París, las calles de París. Viaje por la memoria de los poetas nostálgicos.
Un poema debe leerse. Perogrullada que no siempre se atiende. Un poema debe ser leído. De sus 88 poemas testimoniales o cronísticos el que más me gusta es “Espera Lárica”, viaje a la profundidad de la memoria, el mundo de los muertos, mezcla de arte poética y biografía, preservadora de un mito, una edad perdida, onírica y ensoñada: Es su padre poeta, la lluvia, el molino, el jardín, el camino y la sombra de la madre muerta. Un poema debe leerse. Lean el poema.
ESPERA LARICA
Tranquilo como el aire
vino desde su pueblo de la lluvia.
Lo oigo, lo siento, lo palpo, lo sueño.
Cálida con una caricia de niña traviesa.
El mar y el desierto
lo estremecen como una cuna medieval.
Lo palpo como un torrente de sangre.
Hace mucho frío.
Es el poeta. El poeta viene cansado,
es su fragancia a un viejo molino.
Es mi padre añorando un camino de bueyes,
un fuego de pastizales.
Es el silencio, El frío de la noche
se desliza por los árboles
y una lluvia de granizo lo agita.
Mi madre muerta abre el jardín
oculto de rosas,
ese farol que alumbra mi escritorio.
Lo beso y tiro sus barbas. El poeta llega.
Poeta taciturno, este es tu feudo
repleto de libros y papeles.
Te espero, yo soy la ira de tus huesos.