Votaré Apruebo con el corazón.
El corazón lleva algo indócil, un aire que siempre sopla.
No tengo dudas. Leí la Nueva Constitución y es un avance.
Incorpora las demandas de los estudiantes que despertaron Chile y de las mujeres, el motor de los cambios.
No tengo ánimo revanchista. Prefiero la alegría.
Pero antes de olvidar, creo que es bueno recordar.
La sangre. La violencia. Los crímenes de odio.
Fines de los años 70. Mientras 4 o 5 designados escribían su constitución, una madrugada una tropa, unos groseros armados asaltaron la casa de mis padres. Venían por mí y buscaban a mis compañeros de la universidad o amigos del barrio, disidentes de la dictadura.
Secuestraron a mis padres y a mis hermanos en el hogar.
Se llevaron como rehenes a mi papá y mi hermano menor, casi un niño.
El torturador se llama Nelson Lillo, un tipo en extremo vulgar, un sociópata condenado por el magistrado Carroza.
Mi evocación de aquellos días son las emociones dolorosas y enfurecidas de miles de chilenos. En todo Chile. Dormir una noche en una casa y a la siguiente, en otra. Y luego, el exilio.
Mientras, unos pocos altisonantes escribieron la constitución de Pinochet que permitió que un petit grup se hiciera multimillonario.
La plutocracia, como la llamó el cronista Jenofonte, hace 25 siglos.
10 o 15 plutócratas mezquinos poseen más que todos los chilenos juntos.
No son ricos gracias a la innovación o el esfuerzo.
No.
Es la usura.
Con usura las grandes farmacéuticas nos han robado.
Con usura las mineras, la ley de pesca, las AFP, las Isapres.
Con usura, el agua.
Y luego, vinieron esos políticos corruptos que aman el dinero más que a su mamá.
Con un whiskey se ponen sentimentales.
Pero prestarían a sus hijas por dinero.
Esos diputados o senadores legislaron a favor de los ricos.
Había que establecer el monto de la coima, nada más
El royalty a la minería fue una operación de encubrimiento.
La ley medioambiental apoyó casi siempre a las empresas contaminantes.
La ley de la pesca benefició a los grandes empresarios del salmón.
Protegieron al monopolio de las farmacias, del papel higiénico.
Defendieron las tabacaleras y las industrias de alimentos, cuando desde las organizaciones de consumidores pedíamos control.
Nunca hicieron la reforma laboral.
Dejaron una televisión subyugada, sin diversidad, sin desafíos.
Redujeron los impuestos sobre el capital y sus rentas.
Así, una enfermera, un dentista, un cartero, un chofer o un panadero paga porcentualmente más impuestos que los muy ricos.
La ley de la vivienda facilitó la especulación y obligó a los jóvenes, para tener casa propia, a endeudarse de por vida.
El CAE endeudó a un millón de estudiantes, un préstamo que hoy la mayoría no pueden pagar.
Así, amigos y amigas, llegamos a esto hoy día:
Por un lado: los ricos que ven en colores, como si tomaran hongos mágicos.
Por otro lado: la juventud trabajadora frustrada, los adultos mayores que esperan en la fría madrugada en un consultorio y una vasta clase media empobrecida.
Por eso yo, en paz, templado, me levantaré el domingo 4 de septiembre.
Han pasado los años, qué digo, décadas.
No siento nostalgia por eso.
He vivido y he visto lo suficiente para saber que los problemas de Chile no se resolverán de un día para otro.
Ni menos aún con eliminar a unos u otros.
No comulgo con ruedas de carreta.
Prefiero la paciencia. Y la alegría.
Existe algo que se llama la Paradoja del Futuro.
Esto es: hay personas que predicen un futuro pesimista, desde el miedo.
Ese temor crea en nuestro corazón el deseo de otro futuro, el optimista.
Un futuro para toda la gente. Desde el director ejecutivo hasta la señora o el señor de la limpieza. Reconocimiento y sentido de pertenencia.
Debemos mejorar.
Votaré Apruebo.
Votaré Apruebo con el corazón.
