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Lo que no se dice.  100 años del Ulises de James Joyce

Por Omar Pérez Santiago, escritor

Publicado en
Revista Off The Record, Marzo 2022




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Te diré solo cuatro cosas sobre Ulises de James Joyce, a 100 años de su publicación.

UNO.
Debes saber que es una novela tediosa. (“Gloriosa derrota”- Virginia Woolf. “Indescifrablemente caótica”- Borges). Ciertos profes semimuertos te dirán que el Ulises de Joyce es -aún hoy- una obra imprescindible. No. No creas en rancias leyendas urbanas. Avíspate de los juegos de apariencias.

Ayudó a precisar el monólogo interior. Sí.

Fue vanguardia en desarmar la sintaxis y el narrador. Sí.

Pero largos pasajes son murmullos que aburren más que los testigos de Jehová que pasan por tu casa. No es una virtud literaria ser aburrido. Tampoco creo que sus acertijos lingüísticos o cómicos te ayuden a escribir mejor, si desearas escribir.  

Lo valioso -en toda narrativa- son ciertas anécdotas irónicas, ciertos fragmentos crueles, ciertos chistes verdes, ciertos pasajes chuscos que conmueven porque parecen verdaderos. Por ejemplo: el episodio de la letrina donde caga Bloom, el fragmento donde habla un gato. Las hilarantes peleas de bar (tan shakesperianas). O cuando un tonto gana en los caballos por un error lingüístico.

Los showrunner, los actuales guionistas-productores de las series de televisión, lo saben: nos atraen las agudezas escogidas. El Arte del Episodio. Eso nos cautiva. Es la paradoja de la narrativa: un escueto suceso puede aplacar nuestro caos interior.

DOS.
No busques paralelismos con la obra de Homero. No hay o es muy forzada. Ciertos profes se compraron toda la chimuchina del autor.

TRES.
No busques un definido personaje. Leopold Bloom, que recién asoma en el capítulo cuarto, está casado con Molly. Hace 10 años que no tienen chaca-chaca sexual. Pero Molly lo engañará ese día con un mujeriego. Eso Leopold lo huele, lo presume y todo el día se pasa rollos eróticos o libidinales. Parece que a Bloom no le importa mucho que Molly coja con el mujeriego. Quizá su pasividad o sumisión dio inicio al costumbrismo de la modernidad.

Pocos se atreven a sugerir que, quién sabe, Bloom es bisexual silenciado o heteroflexible. Hay antecedentes en el libro. Leopold Bloom de 38 años está muy interesado en el joven Stephen Dedalus, de 20 años. En el surreal capítulo 15, sobre alucinaciones eróticas en un burdel en Nighttown, el antro del pecado del barrio rojo de Dublin, Bloom es sodomizado por una dominatrix.

(En 1932 Carl Gustav Jung escribió sobre el Ulises: “perturbador” “nihilismo infernal”.  Desde entonces, parece que Ulises es el predilecto de sicoanalistas, donde auscultan zonas oscuras, demonios interiores y deseos inconscientes.)

CUATRO.
Lee el capítulo 18 y final, el Monólogo de Molly Bloom. Es la voz telúrica de una mujer. Una carga eléctrica, el run-run femenino en lenguaje material gozoso. Como una caja negra que se abre solo cuando el avión se estrella, aparecen sus pensamientos reales.  Anarquista y desenfadado, es un formidable monólogo interior, aun como texto escrito sin signos de puntuación.

(Penélope del Ulises de Homero soportó 20 años el acoso de 129 fogosos pretendientes. Al parecer, la castidad era un valor de las griegas.)

Molly no es la fiel Penélope, la casta. Molly pasó una tarde rumbosa con el mujeriego. Chaca-chaca. Molly tiene variados pensamientos sexualmente explícitos (como todos los tenemos). Con el obispo y su olor a incienso, con el tamaño y cantidad de espermas de su semental. Travesuras. El deseo es el deseo.  

El capítulo es tan bueno como Las Olas de Virginia Wolf. Molly es Emma Bovary de Flaubert. Es Anna Karenina de Tolstoi. Dos célebres adulterinas de la gran literatura. Pero Molly Bloom no siente culpa. Es muy moderna.

Joyce era el arquetipo del escritor aperrado, voluntarioso y perseverante. Quería hacerse un nombre. Sobresalir. Lo logró con la desmesura y el hermetismo de su Ulises.

El 15 de diciembre de 1940 huyó de París ocupada a Zurich neutral. Un sábado por la mañana tenía perforado el duodeno. A los 58 años murió pobre, ciego y alcohólico.  Nevaba cuando su mujer Nora lo enterró en el cementerio Fluntern de Zurich. Sin flores. “No me gustan las flores”. (Era un hombre triste, según el perfil de Richard Ellmann, su gran biógrafo).

No sientas piedad, no es bueno sentir piedad.

Eso nomás.

 

 


James Joyce y Sylvia Beach, en los años 20.

 

 



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Omar Pérez Santiago es autor de: “Asesinato en Copenhague”,  “Malmö es pequeño”, “Memorias eróticas de un chileno en Suecia”, “Nefilim en Alhué”, “El pezón de Sei Shonagon”, “Negrito no me hagas mal” y  “La Novia de Borges”. Es guionista de  “La Novia de Borges” y “Plikten”.  Es autor de la obra de teatro, “Francisco, Te Rogamus”.
Traduce al español al Nobel de literatura Tomas Tranströmer, al poeta danés Michael Strunge, la poesía completa de la sueca Karin Boye y a los poetas de Malmö, en La Pandilla de Malmö.


 



 



 

 

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