En una galería de arte de Playa Ancha se realizó un acto de homenaje a la cineasta Myriam Braniff, un mito o leyenda de exilio chileno en Suecia. La proyección de uno de sus cortometrajes, Väntan o La Espera, dejó helada a la audiencia. Se habló de su breve vida en Estocolmo, donde Myriam Braniff murió con solo 37 años. Susurros sobre su temprana desaparición resonaban en el aire.
Luego esa noche hubo una gran fiesta de la tribu sueca chilena, en una casa de dos pisos de Playa Ancha que tenía unos enormes ventanales de cristal que miraban el mar.
Petra y Emebé entraron y en mitad del salón había una banda que tocaba una música tecno indefinible y una cantante muy parecida a Mon Laferte, desafinaba sintética con una voz lánguida. Los músicos tenían pelos multicolores, un arcoíris extravagante, y parecían una banda de alegres loros y cacatúas.
Un grupo de amigos los saludan: un irlandés, un alemán, dos japonesas. Es un jet set internacional de gente con glamorosos trajes y kimonos y escotes de todos tipos. Son humanos que se atreven a salir del mundo digital a buscar aventuras en el mundo análogo. Son rebeldes a la extinción de la experiencia. Gozan con gente interesante con la que hablar. Ríen y beben delgadas copas de pisco sour con pimienta, una nueva innovación, muy gourmet.
Un grupo de poetas discuten en voz alta sobre la mejor poesía de Valparaíso. Una coquette dama de pelo corto peinada hacia atrás, pulido y elegante al estilo Old Hollywood, como Grace Kelly, postula a viva voz que el mejor poeta vivo de Valparaíso es Juan Cameron.
Un mocetón le rebate:
—La mejor poesía de Valparaíso es la de Sergio Badilla.
Cuando Emebé pasa por su lado la exótica mujer de peinado Old Hollywood lo abraza y lo besa con coqueto descaro.
—Hola, guapo...
Petra dejó de respirar de inmediato. La actitud depredadora de la Old Hollywood dejó helada a la sueca Petra y siseó:
—¡Qué mierda se cree la puta de mierda!
Es decir, lo dijo en un fino pero efectivo sueco de Estocolmo:
—Vad fan tror den jävla horan att hon är!
Durante el resto de la noche Petra estuvo fastidiada y llegado un momento le dijo a Emebé.
—Vámonos.
Afuera se puso a llover. Se dijeron algunas cosas afiladas e inentendibles surgidas de los celos. A veces en sueco, a veces en porteño.
En la cama, el tema se resolvió de la mejor manera. Petra le mordió los labios y le rasguñó la espalda.
—Cómeme, bésame, cógeme, agárrame.
Y así se abatieron en el sueño.
Había dejado de llover cuando Petra Ersdotter despertó.
Aún era de noche, pero a través de una de las ventanas de cristal penetraba un resplandor vago, fantasmal, del plenilunio. También desde afuera llegaba el son del viento marino. Miró a su amado Emebé que dormía desnudo con gran placidez con la espalda arañada.
Sintió el impulso de despertarlo, de acariciarlo, de ser cogida de nuevo.
Más acá, una tabla crujió. Luego chirrió una segunda, luego una tercera;
—¡Temblor!
Unos perros aullaron a la distancia.
Petra tuvo miedo.
Los ruidos del temblor rompían el silencio.
El miedo de Petra la oprimía igual que una tenaza, impidiéndole respirar aunque mantenía abierta la boca.
—¡Temblor, amor, temblor…
El crujido de las tablas se detuvo.
—¡Amor, amor! repitió, en un mudo grito de angustia.
—Duerme. No te importe, dijo Emebé.
(Anna, la hermana de Petra, había sido asesinada. Encontraron su cadáver en la playa de Las Torpederas. Al sacarla del agua, la tela se ceñía a su cuerpo de modo que parecía una unidad. Ignoraban por qué apareció allí. No debió de ahogarse, pues no estaba hinchada. La llevaron para hacerle la autopsia. Petra recuerda la transparencia de sus ojos abiertos. La muerte le había conferido belleza. Sus rasgos eran limpios y puros. Ahora los pescadores al referirse a Anna la llamaban la Sueca de Las Torpederas. Dicen que ahora por la noche se escucha cantar en el lugar donde apareció. Salir al mundo, buscar aventuras, vivir experiencias vitales, todo es errático e impredecible)
Un perro ladró nuevamente, lejos. Si él despertase ahora. Cómo lo deseaba. Cómo deseaba tener sus brazos en torno, fuertes y tranquilizadores.
En un impulso repentino lo besó. Apenas. Emebé emitió un breve gruñido, chasqueó la lengua dentro de la boca y siguió durmiendo.
Pobre amor: estás cansado.
Petra Ersdotter cerró los ojos.
En la pesadilla ella lo vio. Lo vio con más nitidez que nunca.
Era el asesino de su hermana Anna que le dijo:
—¡Morirán, los dos!
Ella nunca se había encontrado antes frente a tal odio, y sintió terror
—¡Morirán!
Petra guardaba el recuerdo de la carne de su hermana muerta. De una pierna cortada, abierta, rajada.
Sí, era una fuerza maligna que la atormentaba en la pesadilla.
¿Podía ser real tanta maldad? ¿No era, acaso, una especie de locura?
Una fuerza de barbarie le volvió a susurrar:
—No vas a vivir tranquila.
Despertó con sobresalto.
Se quedó unos instantes semi aturdida.
La luna daba de lleno sobre la ventana del costado izquierdo, en cuyos vidrios refulgían las gotas de lluvia. Todo igual.
Suspiró.
—Amor…
Él gruñó entre sueños.
—¡Amor!—repitió ella.
—¿Qué hay?
—Tengo una horrible pesadilla.
—¿Qué hora es?
—No sé.
—Ten calma. No pasará nada.
Ella escuchó una gota del alero.
Sopló una ráfaga de viento.
Otra gota.
Silencio.
Una tabla crujió. Sobresaltada, pensó que vendría otro temblor.
Tres gotas, pensó.
Cuarta gota.
Tal vez ya iba a amanecer. Tal vez llegara la mañana
¡Por Dios!
La pobre Petra trató de rezar el Padre Nuestro:
”Fader vår, som är i himmelen...”
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Terror en Playa Ancha
Asesino de Olof Palme. Capítulo 5
Por Omar Pérez Santiago
Revista Off The Record, 1 de abril 2025