—Qué raras vibras, dijo Gabbe en el oscuro socavón del baño.
—Tengo una amiga que es experta en fenómenos paranormales, dijo Irita.
—¿Cómo se llama?
—Godard, Juana Godard Raylef.
Al otro día, entró Juana Godard Raylef: usa oscuras gafas Vague y fina pañoleta mapuche en pelo corto. Uñas doradas. Es bella y famosa por su podcast para feministas socioconscientes, “Meica Chic”. Aprendió a hablar con solo dos años y su número de la suerte es el 5. Se le nota el mal genio.
—Silencio. Oigo un espíritu, se lamenta, dijo Juana Godard en el socavón. Trata de decir algo.
—¿Qué?
—Calla…
Juana se mueve en el interior.
—Ella está de blanco. Dice que se llama Virginia, un espíritu antiguo anclado aquí.
De repente Juana gritó:
—¿Por qué sigues aquí, Virginia? ¡Contesta!...
Gabbe e Irita se sobresaltan ante la intensa emoción.
—Busca su hija presa entre el pasado y el presente. Me señala la ventana del baño. Hay que salir para ver donde apunta.
El barrio Yungay los absorbió como un animálculo. Caminan por la vereda.
—¿Es un alma en pena?
—Sí.
—¿O una banshee? preguntó Irita.
—¿O La Llorona? dijo Gabbe.
—¡Cállense! ¡Cómo no se dan cuenta que esto es violencia de género!, gritó iracunda la machi Juana.
Se detuvo.
—Aquí. Aquí en 1890 Virginia de Hoffman y su hija fueron asesinadas. El atroz feminicidio aterrorizó al barrio Yungay. Dos patibularios huyen por los oscuros potreros de la Quinta Normal. La sangre de las mujeres corre a la calle. En la madrugada la sangre fue percibida por un vecino del barrio, un tal Eusebio Lillo.
—¿El autor de la Canción Nacional de Chile?
—Sí. Los dos asesinos del feminicidio fueron detenidos. Ejecutados aquí, frente a la casa donde las mataron, de acuerdo a la práctica común de la época. Veo a Eusebio Lillo con unos bigotones canos, sentado con sus vecinos en la puerta de su casona mirando el fusilamiento. Niños subidos en los árboles.
Juana se detiene:
—Alto. Hay una sombra que aún la mantiene presa y no la deja juntarse con su hija.
—¿Qué podemos hacer? dijo Irita.
—Una rogativa.
Juana se acomodó sus gafas Vogue negras y dijo palabras mapuches cargadas de advertencias y contraseñas.
Al frente se encuentra hoy el Museo de los Derechos Humanos, en memoria de las víctimas de la dictadura de Pinochet.
—Qué paradoja, dijo Irita.
—Esta coincidencia nos invita a reflexionar sobre la memoria histórica, dijo Gabbe.
Volvieron a la casa.
Fueron a la cocina.
—Un pastel de manzana es lo que necesito.
—Se supone que estás a dieta, Gabbe.
—Je. Un pedacito de pastel con helado. ¿Qué me hará?
Se fueron al dormitorio.
Irita voló a la cama como si fuese una pluma, tan liviana, tan frágil. Pesaba 47 kilos. La piel blanca, tan alba como la harina refinada.
—Me gusta la pintura soft pink de mis uñas.
Como millennial egocéntrica Irita disfruta como tema de conversación su manicure. Como luciérnaga, sus labios, con una leve pintura, parecen que van a posarse en los labios del presidente de Chile. Sólo los rozan. Así, tuvieron sexo distante, casi frío, casi sin emociones, pero intenso. Y ella tiene un orgasmo muy quejoso y prolongado.
Entonces, ella lloró.
—¡Vaya! ¿Por qué lloras, Irita?
—La Petit Mort.
—¿La Petit Mort?
—Llanto post-orgásmico. El placer que crea el alivio de la sobrecarga emocional.
Vino la somnolencia post-coital. La dopamina, la oxitocina y la prolactina los indujo al sueño.
Eran las 3:33 y el presidente se despertó. El reloj circadiano del presidente de Chile empezó a funcionar desordenado.
—¿No puedes dormir? dijo Irita
—Tengo alucinaciones auditivas. Oigo voces.
—Estás bajo presión.
—Sí. En Palacio hay un conspirador que erosiona desde dentro.
—Es Narciso. El apocalíptico que tutela la “pureza” de sangre de la coalición. Sé que te odia.
—No exageres. Es el único en Palacio que me dice la verdad de frente.
—Desde la U que Narciso tiene obsesiones sucias contigo.
—¿No fue tu novio en la U?
—Novio, no. Pero Narciso lo hubiese deseado.
—Quizá aún te desea, Irita
—¿Celos?
—Naaa...
—Narciso metió una cuña para validarse. La transferencia hacia ti es un trastorno por rivalidad. Es todo. Eso es más viejo que el hilo negro.
—¿El hilo negro?
—Sí, ya los egipcios cosían a las momias con hilo negro.
—Je, je, me haces reír, Irita.
—Ghostea a Narciso y sé leve como caracol. Las estrellas se alinean a tu favor.
Luego, Gabbe lee el capítulo IV de La Eneida de Virgilio. Eneas, el troyano, abandona a la doliente reina Dido, para fundar su propio reino.
De pronto, de nuevo, el presidente de Chile sintió voces de baja graduación.
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Los acontecimientos son reales. Los personajes, imaginarios.
Por Omar Pérez Santiago
Publicado en Revista Off The Record, Mayo, 2023