En la Quinta de Olivos el presidente de la Argentina cojea de forma desastrosa y triste. Afuera cae la lluvia más tormentosa de la historia de Argentina.
El presidente renguea y se lamenta.
¡Ay!
Está enfermo y depende cada vez más de las medicinas que le da su hermana. —Dolorcito, tómese la pastilla —le dice ella cuando él gime. —Gracias, doña Óptima, le responde su hermano.
Así se tratan en la intimidad, Dolorcito y Óptima. Dos hermanos viviendo en la Quinta de Olivos, mientras afuera hay lluvia y cerrazón.
La Quinta de Olivos es su laberinto existencial, su nave triste de la angustia. Tiene una identidad fragmentada, producto de su pasado tortuoso. El presidente se debate entre la búsqueda de un significado y la conciencia cruel de un fin.
“Ingratos argentinos.”
Al presidente le complace verse padecer.
Afuera llueve cruel y el aguacero lo pone aún más desconsolado.
El presidente se acuesta en su cama. Se duerme.
Pronto una pesadilla perturbadora hace que se sienta preso en el colchón, cautivo de culpa y de obsesión.
En su congoja se le aparece La Muerte.
La Muerte lo acoge durante la borrascosa pesadilla. —¿Ya es hora? —pregunta el presidente a La Muerte.
La Huesuda no contesta.
El presidente en su pesadilla le pide clemencia:
—Si te dijera que intenté dardesesperadamente un sentido a las vidas argentinas. Si te dijera que sin embargo todo es vano.
La pesadilla esun viaje al interior de su alma que lo confronta con sus propias sombras y miedos. En el fondo, él es el sustentáculo de su yo, su conciencia aterrada. —Amé mis hermosas ilusiones libertarias.
La Muerte le susurra al oído, como un secreto:
—A las fuerzas del cielo les pareció de otro modo.
—¿Por qué las fuerzas del cielo me han abandonado? —Las fuerzas del cielo te habían destinado para otra cosa, algo menos teológico. —¿Para qué cosa? —Algo menos teológico, pero más ético: aprender a ser humilde.
El presidente de la Argentina llora.
En la madrugada se bajó de su cama. Observó, al abrir los ojos, que sus pies y las patas del catre estaban en el agua. Chapoteando el barro de la habitación salió a la puerta y pudo comprobar que la Quinta de Olivos estaba bajo el azote de una inundación.
—¡Hay que huir! —le gritó su hermana. Subir a un lugar seguro.
La inundación sólo dejaba a la vista, en las zonas mis bajas, las copas de los árboles.
Hace varios días que llovía. Las aguas del Río de la Plata comenzaron a hincharse. Un impetuoso caudal fue rebalsando su cauce hasta invadir los jardines de la Quinta de Olivos.
Los pájaros huían con azoro al encontrar sumergidas las tierras y anegados sus habituales dormideros. Su hermana estaba sobresaltada. Es verdad que para alcanzar el agua a ese paraje debía subir todavía de un modo extraordinario. Pero esa contingencia correspondía a lo probable, una horrenda catástrofe pronosticada. Sigue lloviendo y ni piensa en aclarar. El viento gime y se estremece con mosquitos. Ya la Quinta de Olivos contenía en su interior una capa líquida de veinte centímetros.
—Me quedaré aquí —dijo el presidente.
Pensó ser heroico.
—No seré el hazmerreír. — ¿Y entonces, Dolorcito?… ¿Te dejarás morir aquí, ahogado como vizcacha en su cueva?
Por un momento el presidente pensó en un trágico renunciamiento a toda idea de salvación.
—Lo clásico es lo trágico —murmuró el presidente.
Con el agua a los tobillos, abarcó con la mirada el anegado paisaje circundante.
A las reclamaciones y prisas de su hermana, respondía él con breves frases saturadas de fatalismo. —Lo más conveniente es estar quieto.
El agua ya les pasaba las rodillas.
Entonces ven venir, bogando afanosamente, varias canoas ocupadas por rescatistas del Cuerpo de Bomberos, con sus cascos de hule.
Provistos de adecuados materiales de salvataje, los bomberos embarcaron rápidamente al presidente.
—¡Soy un inundado, un inundado! —gritó el presidente de Argentina.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Secretos de la Quinta de Olivos
Diluvio sin héroes ni tumbas. Triste, solitario y final.
Omar Pérez-Santiago
Off The Record, 1 de octubre 2024