Vuelvo a Chiloé después de tres décadas. Ahora el turismo es masivo. El taco en el tráfico de Castro es enorme. No hay alojamiento en Castro. Según internet está todo agotado.
Camino por la costanera hasta el barrio Lillo. En una casa azul hay un letrero: Se arriendan cabañas. Un señor gordo está subiendo maletas a su auto.
—¿Usted alojó aquí?
—Sí.
—¿Habrá alojamiento?
—Sí, yo dejé recién una cabaña. Llame al teléfono del letrero.
Llamo y me contesta la amable señora María.
La Fortuna –la diosa de la suerte- es poderosa (Tito Livio). La vida es una casualidad, según Jacques Monad, fundador de la biología molecular. El azar manda.
María me muestra una cabaña muy bien equipada. Wifi, telecable, agua caliente. Un remodelado palafito en el bordemar con una vista al mar interior o maritorio, donde se ve un crucero para 1500 pasajeros.
Los palafitos de madera nativa (alerce, luma o ciprés) ahora son hostales, restaurantes, boutiques, y tiendas de artesanía.
Los barrios palafíticos que nacieron como alternativa a los inmigrantes del campo, y que fueron una forma de imperfección urbana, hoy son centros turísticos.
Hay también un lío con el asunto del cambio de la propiedad.
Los chilotes han ido vendiendo sus palafitos.
Hoy el turismo de mochila ha dado paso a los turistas que llegan con sus autos hasta el bordemar.
Me acuesto en una cama por primera vez en un palafito.
Es insólito y conmovedor.
El mar sube y el agua pasa por debajo de los pilotes del palafito. Más tarde el cielo se cierra y llueve con furia.
Inquieto y a la vez cautivado, me dormí con el rumor del mar y de la tormenta.
En alguna hora de la oscuridad de la noche, soñé que se moría el escritor Francisco Coloane. Y yo debía levantarme e ir a su funeral.
Desperté impaciente en la negrura de la noche.
Los brujos de Chiloé que viven en cuevas y espacios tutelares se comunican con los muertos –pensé. Como los necromantes resucitan a los muertos, según leyenda. Y a veces, los brujos -como el cielo y la tierra- pueden ser crueles.
En la mañana me levanto con la certeza de que debía viajar a Quemchi, donde nació Coloane.
Debo hacer caso al sueño. Por cautela. No voy a ignorar al sueño.
Coloane murió hace 20 años en el 2002. En sus memorias “Los pasos del hombre”, contó que su casa estaba construida mitad sobre tierra y mitad sobre mar. Con su madre, Humiliana Cárdenas, bajaba de su palafito al bote hecho de ciprés y salían a pescar.
Llego al terminal de buses de Castro. En una hora estoy en Quemchi, por 2 mil pesos, en un viaje casi familiar. El chofer y todos los que suben al bus, saludan, viejo hábito humano.
La hermosa biblioteca de Quemchi está al lado de la playa y su arquitectura es chilota pura, con tejas de madera.
A su lado está el museo de Coloane. Es un museo gratuito.
Una amable joven hace de guía.
—Una minga por el mar arrastró la antigua casa de la familia de Francisco Coloane y la instaló aquí, dice.
Hay fotos de su familia. Es un palafito igual al que yo dormí anoche en Castro. En la pleamar, el oleaje llegaba hasta debajo de los dormitorios.
En una pieza hay una vieja máquina de escribir del escritor sobre un escritorio.
Me emociono. No sé si les pasa a todos, esto de emocionarse al ver una precaria máquina de escribir.
Camino por la pequeña plazoleta de Quemchi. En el centro hay un busto del barbudo Coloane, orgullo de este pequeño pueblo de pescadores.
El único restaurante abierto es El Chejo, frente a la caleta. Hay ceviche.
Al otro día en Castro, camino por la calle Lillo y al lado hay una boutique de ropa, “El encanto”. Entro a comprarme una camisa de lino.
Le pregunto a la mujer que me atiende si aquí hubo alarma de tsunami, cuando el volcán Tonga hizo erupción en el Pacífico.
—Sí. Yo quise arrancar, pero mi jefe dijo que no, contestó ella amablemente.
—No pasa nada, este es un mar interior, dijo una señora apoyada con un bastón y que estaba también en la boutique. Yo he vivido toda mi vida aquí. Y nunca pasa nada. Creo que para el terremoto del año 60 el agua subió a la calle.
—Usted ha vivido toda su vida aquí, estimada señora, pero para mí es la primera vez que yo escucho el sonido del mar debajo de mi cama, le dije.
—Antes vivíamos todos aquí en el barrio como una comunidad, todos los niños jugando juntos. Ahora todo es diferente. Todo se perdió.
Es cierto.
Ahora hay una boutique, un restaurantes, artesanías y palafito loft.
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dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Chiloé: Palafito Loft.
Por Omar Pérez Santiago.
Revista Off The Record. Número 35. febrero 2022