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Pedro de Valdivia y la naturaleza de los santiaguinos


Por Omar Pérez Santiago
Publicado en Revista Off The Record, diciembre 2022
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Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, 151 españoles cabalgaron desde el Cusco hasta el río Mapocho, guiados por  Valdivia y servidos por cientos de yanaconas a pie.

En cierto paraje, Valdivia fundó Santiago, era el miércoles 12 de febrero de 1541. En el lugar ya habían vivido ciertos incas que habían construidos canales de riego (Tom Dillehay).

Chile corre por 6 mil kilómetros de costa.  Valdivia pudo fundar la ciudad de Santiago en un bello, placentero lugar frente al mar. Pero no. Valdivia deseó fundar Santiago en un hoyo interior, muy muy lejano del mar.

A diferencia de otras ciudades de Chile, Valparaíso, Concepción o Antofagasta, que miran ancho mar, Santiago es un socavón.

¿Por qué? Por cosas de repetirse del ser humano. Hemisferio derecho e izquierdo del cerebro.

Valdivia era extremeño, como Inés Suárez. Y en lugar de hacer la buena diferencia, Valdivia se replicó. Con vanagloria dijo: esto es "Santiago de nueva Extremadura”.

Inteligente pero inculto (Vicuña Mackenna), Valdivia siguió su dura alma extremeña. Pedro de Valdivia era villonovense. Nació allí en Villanueva de La Serena.

Un pueblo sin mar donde los jóvenes tiernos  crecen con la fuerte pulsión de huir de sus tardes de  somnolencia. Escapar de una cárcel. “Escapad gente tierna que esta tierra está enferma” (Joan Manuel Serrat).

Los extremeños huyen apestados del pueblo. De hecho, a Extremadura hoy se le llama “España vaciada”, “La Siberia española”  por su triste vaciamiento demográfico.

Casi no queda nadie en Extremadura. Pueblos vacíos, como cáscaras de huevos. Fundó Santiago a orillas de un río. Igual que Villanueva y su río Guadiana. Se repetía. Por eso del ser humano.

Además, Valdivia fundó Santiago en hoyo para que sus milicias no tuvieran ganas de volverse al Cusco en busca de oro. Lo más lejos del Cusco, “lejos de la tentación de volverse a buscar oro” (historiador Miguel Luis Amunátegui).

Así, Santiago nació también como una prisión.
Santiago con calles angostas, de doce varas, como las calles de Villanueva de La Serena, callejones por donde pasaba el ganado.

Pero, la nombradía soñada nunca llegó.  A pesar de sus cartas aduladoras al rey  Carlos V, donde presumía de su conquista de Chile. La corona española, lejana e ingrata, no respondió y no dio títulos nobiliarios. A qué, si para la corona eran unos apartados soldados, milicos patipelaos, aunque tan ambiciosos y tan codiciosos.

Así, sin ningún reconocimiento de valor, la principal tarea de los santiaguinos ha sido la invención de ancestros ilustres. Inventar un brilloso patriotismo criollo que dé un prestigio, aunque sea simbólico.

Su obsesión es inventar bonitos blasones, falsos orígenes y vestigios señoriales, que nunca han tenido por su ascendencia.

Los santiaguinos crearon su forma de ser alguien:  ser engreídos, mirar en menos,  pesados de sangre. Estereotipo del hombre aspiracional.

Igual en la historia de la literatura: inventan muy falsos prestigios simbólicos. ]

Daré dos ejemplos inventados en Santiago:

ALONSO DE ERCILLA.
Le llaman el padre de la literatura chilena.
Ercilla no era chileno. Era español. Nunca visitó Santiago, según las crónicas.
A los 20 años emprendió un largo viaje. Por diecisiete meses visitó lugares: digamos Coquimbo,  Quiriquinas o Chiloé.  Participó en batallas contra los mapuches. En Osorno fue desterrado de Chile, por una pendencia juvenil. Nunca volvió.
“La Araucana” se publicó en Madrid en 1569.  Pasaron 3 siglos. No se publicó en Santiago, hasta el año 1888 (dirección de Abraham König, Imprenta Cervantes). Con poca circulación, nadie  o casi nadie la leyó en Santiago (Ariadna Biotti Silva).
Durante el siglo XX la canonizaron. Amén.

PEDRO DE OÑA.
Lo llamaron el primer poeta chileno.
Nació en Angol, a 700 kilómetros  de Santiago, a los inicios de la colonia, en el año 1570.
A los 19 años emprende un largo viaje. Fue a estudiar a la Universidad de San Marcos. De Lima, Perú, nunca volvió a Chile. En Lima publica “Arauco Domado” en 1596, una obra de claro criollismo colonial. La imprimió Antonio Ricardo de Turín, primer impresor del Perú. Fue una obra absolutamente desconocida en Santiago hasta que Juan María Gutiérrez hizo la versión que apareció en Valparaíso recién en 1848 (Imprenta Europea).
Pedro de Oña es limeño de adopción,  más limeño que la garbosa  danza marinera.
Por lo demás, las obras de Ercilla y de Oña son unos evidentes proyectos imperiales. (José Antonio Mazzotti).

Poca creatividad. Aunque es mejor no decirlo en voz alta. Los santiaguinos son también algo rencorosos.

 

 

 

 



 

 

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