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El teatro en la era Allende

Omar Pérez Santiago


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Al asumir la presidencia Salvador Allende, el teatro chileno sufría una grave crisis – según ha escrito Juan Andrés Piña en su historia del teatro chileno.
Crisis en dos sentidos: a) las audiencias no crecían y se mantenía en unas 20 mil personas, teatro para una elite y b) la dramaturgia chilena se estancó.
“A partir del año 1966 la producción nacional se adelgaza y ya no tiene la robusta presencia anterior, hasta finalizar en 1970 con una escasa cantidad de estrenos chilenos. Se echaba de menos, entre otras cosas, una generación de recambio.”
Se dijo que había una distancia entre lo que el teatro ofertaba y la realidad social y cultural de la gente.
Al llegar el gobierno de Salvador Allende pareció que el teatro no llenaba las expectativas.
Un abogado que ejercía de crítico teatral, José Rodríguez Elizondo, dejó la escoba con un amargo o ácido o áspero artículo publicado en la excelente revista Quinta Rueda de diciembre de 1972, titulado “¿Y ahora dónde está la cuestión social?”
José Rodríguez Elizondo era salvaje o provocativo.
Acusaba al teatro de Bélgica Castro, el teatro El Túnel, al Detuch y al Ictus de “su marginación absoluta de lo que importa dilucidar en el Chile de hoy.”
Y terminaba así de duro y amenazante:
“Si ellos no son capaces de decir nada, si solo pueden enmudecer cuando el pueblo empieza a cantar, será hora de decirles adiós, preparando el camino para los que vendrán después de nosotros”.
Quedó la patá.
En cartelera había buenas obras, pero, se sostenía, eran ajenas.
El Departamento de Teatro de la Universidad de Chile (Detuch) presentaba “Las troyanas” de Eurípides, en adaptación de Sartre, con la dirección de Pedro Orthous. El Túnel daba “Los Chinos”, del norteamericano Murray Schisgal. El teatro El Ángel estaba dando “Gato por liebre”, de George Feydeau (1862-1921). El teatro Ictus daba “Tres noches de un sábado” sobre flirteos de parejas de Carlos Cornejo, Patricio Contreras y Alfonso Alcalde.
El vibrante escándalo no quedó allí.
En la Quinta Rueda de abril de 1973, los agentes teatrales Edmundo Villarroel, Nissim Sharim, Enrique Noisvander y Bélgica Castro, respondían enojados, furibundos y sospechosos a la pregunta filuda, pero agresiva, una estocada que les hiciera el joven escritor Carlos Olivárez de 28 años:
“¿Qué pasó, entonces, con los autores, actores y conjuntos que antes de Allende vivían planteando problemas vigentes de interés social, o tratando de acercarse a ellos?”
Teatro Petropol
El 3 de abril del año 1972 Salvador Allende inauguró el edificio Unctad.
Una vez que terminó la Unctad III, Salvador Allende entregó el edificio al Ministerio de Educación y se llamó Gabriela Mistral.
Entonces el barrio fue el mejor centro bohemio de Santiago.
Los jóvenes estudiantes íbamos almorzar al casino colaciones de bajo precio. (25 escudos por dos platos, postre, café).
Se llamó “Vivir el estilo UNCTAD”.
Guitarreos, exposiciones, cine, pololeo.
Un grupo de actores liderados por Enrique Noisvander pensó fundar una sala de teatro en el mismo barrio.
En el pasaje Villavicencio numero 361 estaba la casona llamada La Casa de la Luna Azul, colmena de artistas y artesanos. Al fondo, había un sitio eriazo. Para hacerlo barato pensaron instalar una carpa. Para más suerte, el químico Eduardo Frenk Lapsensohn había creado una tela sintética llamada Petropol, capas de polietileno grueso y entre las dos una malla de plástico, material irrompible, incombustible, eterno. El bueno de Frenk le regaló a la compañía la tela petropol. La estructura, un esqueleto de tuberías de PVC.
Así la compañía tuvo su propio teatro, levantado con sus manos y con un capital mínimo.
Se llamó Teatro Petropol, en homenaje a Frenk.
Tenía onda.
Tres divinos árboles estaban en medio de los asientos.
Así, en noviembre de 1972 se estrenó en el Teatro Petropol, Educación Seximental de Enrique Noisvander y Carlos Alberto Cornejo, con actores como Rocío Rovira, Óscar Figueroa, Mario Rojas y Eduardo Stagnaro.
Tuvo un éxito inmediato.
Fue un golazo.
La obra era nueva, diferente, valiosa.
El Círculo de Críticos de Arte de Chile, conformado por importantes especialistas de distintos medios, le entregó en diciembre el Premio de la Crítica.
El jueves 11 de enero de 1973 les entregaron los diplomas en el mismo Teatro Petropol.
Lo recuerdo bien.
O más bien, todo esto lo recuerda mi red neuronal del hipocampo, donde residen mis neuronas de la memoria a largo plazo.
¿Por qué mis neuronas lo recuerdan tan bien?
Porque yo era compañero de curso del talentoso Carlos Alberto Cornejo que tenía 28 años y estudiaba en la escuela de Ciencias Políticas, Cipol, de la Universidad de Chile. Igual que yo.
Más aún. Carlos Alberto llevó la obra con Los Mimos de Noisvander a la encantadora escuela de Cipol, en Avenida Pedro de Valdivia.
Educación Seximental se presentó en el hall del palacete de Cipol.
Después, según recuerdan mis neuronas del hipocampo, nos fuimos a beber unas chelas.
Minutos antes que todo el país se fuese a la mierda el 11 de septiembre de 1973, minutos antes de que Chile entrara en la peor era de su historia, el joven crítico Juan Andrés Piña alcanzó a publicar una laudable crítica a la obra en la revista jesuita Mensaje, en agosto de 1973.
Piña alcanzó a dejar escrito que Educación Seximental fue un punto muy alto del teatro de la Era Allendista.
En su artículo Piña usó palabras enfáticas: cuadros magistrales, vertiginosos, magníficos estudios sicológicos de prototipos chilenos, tema de actualidad, creación seria y responsable, descarnada, vivaz, coherente, espectáculo mágico, frescura, agilidad y ritmo galopante.
Se publicó eso y luego, un 11 de septiembre, Chile se fue a la mierda.
La memoria. 50 años.
Fue la gesta de esta obra, Educación Seximental, que marcó la historia del teatro de la Era Allendista.
Y que marcó también a mis neuronas de la memoria del hipocampo. Que no pudieron olvidar.




 

 

Foto: Guillermo Gómez.
Revista Paloma (Santiago, Chile) — no. 5 (ene. 9, 1973)


 

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