"Cuartos oscuros"
La gran novela de Jorge Marchant Lazcano
Por Omar Pérez Santiago
Agosto 2015
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Con su oficio y mayor osadía, con su respetable background literario, con las lecturas de los mejores novelistas norteamericanos, con la distancia de vivir a veces fuera del “horroroso Chile”, Jorge Marchant Lazcano ha escrito la novela “Cuartos Oscuros”, que reluce con una técnica aguda en el arte de la novela de construir una realidad ficticia.
Marchant Lazcano ha construido un personaje vivo y desafiante, un escritor chileno que vive un momento complejo. Está solo, sin padres ni hermanos y un amigo acaba de suicidarse. El escritor es ya mayor y se siente ninguneado y que su obra no ha sido bien reconocida en un Chile chaquetero de resentidos y envidiosos, inclinados a la rivalidad y al chisme. Además, hace frio y es invierno. Está contagiado del virus VIH.
Por recomendación de un amigo, el escritor decaído se marcha a Nueva York. Pero, no se va a vivir al Manhattan de Truman Capote, ni al de Brooklyn de Paul Auster. El escritor chileno vive en el West Harlem, arrienda una pieza a una familia colombiana, en el 140 st con Broadway, donde conviven con lauchas. Almuerza gratuitamente en el Gay Men Health Centrum, una institución de prevención y apoyo, que dirige una ONG.
El escritor ascético no romantiza, ni maldice esa frágil vida en Harlem. Durante las primeras páginas de la novela el escritor, fiel a su profesión, leal a su vocación, ve a Nueva York desde una mirada de los escritores que han vivido o han escrito sobre Nueva York. Es una visión algo ensayística sobre esa parte de la ciudad, una humanidad cosmopolita en movimiento. Es un homenaje a Nueva York que aparece como un caso de estudio, de visión desde dentro. Es un homenaje a Nueva York y sus escritores, como por ejemplo, el neoyorquino representativo de la novela policiaca, creador de un detective solitario en “El Halcón maltés”, el escritor Dashiel Hammet que morirá en Nueva York en 1961, en medio del olvido, solitario, silencioso y alcohólico. Una anécdota de las primeras páginas de “El Halcón Maltés” lo conmueve: a Mr. Flitcraft, un ciudadano modelo, le cae una viga desde lo alto de una construcción. Si una viga al caer accidentalmente podía acabar con su vida, entonces Mr. Flitcraft cambiaría su vida, entregándola al azar, por el sencillo procedimiento de irse a otro lado. Esa historia de la viga que casi le mata, se convierte en un tópico y en un link literario. El episodio fortuito de la viga que cae del edificio lo usó también Paul Auster en su novela “La noche del oráculo”. El protagonista, el escritor Sidney Orr, se lanza de nuevo a la vida después de haber vivido una experiencia que lo puso al borde de la muerte.
Y luego, instalado el personaje de la novela “Cuartos Oscuros” se echa también a andar y entra por azar en una meseta donde la lectura es placentera, con recursos del thriller y con giros sorpresivos. El personaje asciende socialmente para, en pleno Greenwich Village, ubicarse en el centro artístico y bohemio, o en una cierta alma o memoria literaria de Nueva York, donde hay espacio para la aventura y también para perderse. Y entonces, la novela aparece como un tributo y es tributaria, a la vez, del fantasma de Manuel Puig en la Gran Manzana. El talentoso escritor argentino vivió también en Nueva York, entre los años 1978 y 1980, donde escribió las crónicas literarias para la revista española postfranquista Bazaar, recopiladas en “Estertores de una década. Nueva York 78”.
Y en “Cuartos Oscuros” el escritor chileno se encuentra súbitamente con las rémoras de Puig, con personajes que eventualmente convivieron con él. Personajes imbuidos en el imaginario Puig, el cine, el folletín, las grandes estrellas.
La historia de la búsqueda de un personaje ciego, funciona como la estatua del pájaro en el Halcón Martés, o las técnicas de Paul Auster en la búsqueda de personajes perdidos. Son mecanismos que hacen que la historia avance.
La novela trata sobre el asunto de la soledad existencial, la investigación sobre el alma secreta que lleva un hombre, la dificultad de saber quien uno es. Es decir, uno de los más amados temas de la literatura. Y en este caso, es la soledad del escritor. La soledad puede ser triste, pesimista y desconsolada. Pero la soledad del escritor no es solo abandono. Puede ser también la libertad. La soledad tiene su contraparte, es la libertad de buscar caminos, de ser curioso, de comprometerse con realidades nuevas. Encontrarse, reflexionar, seguir otro camino. El escritor solitario puede aventurarse, tiene la libertad para asumir riesgos. Y así su vida cambia y se transforma en el trascurso de la novela.
El conocido “realismo ácido” de Jorge Marchant Lazcano de sus anteriores novelas, que con un ácido muriático intenta deshuesar la hipocresía, cede ahora un poquito a ciertos rasgos de la literatura fantástica, en ciertas maniobras de María Luisa Bombal, Borges y Cortázar, para quienes la aceptación total de la realidad equivale a parálisis. El realismo se desfronteriza en ciertos capítulos, y de pronto aparecen anécdotas algo alucinadas, algo mágicas, que potencian e iluminan su literatura. Al personaje-escritor le basta en una escena tocar a alguien para súbitamente verse envuelto en una obsesión, o en un caos. O, a veces, basta la traduccion de un texto de Puig, para que crea que el autor le habla a él. Son los materiales con los que se tejen los sueños.
Me parece seguro afirmar que la novela “Cuartos oscuros” de Jorge Marchant Lazcano, por la solvencia de sus personajes y de su trama, adquirirá un lugar privilegiado en la literatura chilena.