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Ya no habrá más jardín. El Traductor de Guillermo Martínez Wilson
Por Omar Pérez Santiago
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“Ya no habrá más jardín.”
J.M. Coetzee, Foe.
El Traductor de Guillermo Martínez Wilson es una lograda novela postmoderna que trata sobre las ruinas. Es una novela corta y metaliteraria escrita con ironía y distancia. Es un simulacro o representación sobre el tema de las ruinas, nuestro inevitable destino, donde nada parece real, tristes sombras que deambulan en una realidad extraña como en un sueño, tras la única razón de dar sentido a sus vidas.
La novela está dividida en tres partes:
La primera es la descripción de la vida baladí de un jubilado, de apellido Astudillo. Es la historia de un senior que cuenta en primera persona su fútil jubilación y lo fastidiada que es nuestra vida, condenados a la oscuridad hasta el fin de nuestros días. Un débil trazo de su vida hasta que por diversos motivos el anodino jubilado se encuentra con un manuscrito en inglés que genera su inusitado interés. De pronto, para sorpresa de su vieja esposa, el señor se entusiasma con la idea de traducir del inglés un cuento (de un autor de pocas referencias, cuyo apellido termina en Tzee). He ahí lo gracioso. El jubilado no es un académico, ni un traductor profesional. Nadie le pagará. Nadie lo publicará. Nada. Es simplemente un gallo viejo que encuentra un modo sui generis de disentir y distinguir. Un viejo que encuentra su forma de ir contra la corriente.
La segunda parte de la novela es más compleja, y es el cuento traducido por el jubilado utópico. Esta parte es la más interesante, más imaginativo, erótico y libre.
Este material es suficiente y le sirve a Guillermo Martínez Wilson para hacer un verdadero ejercicio de descodificación literaria. El relato traducido está contado en primera persona por Giovanni Angelo, un jardinero que trabaja para Miss Edda Ulba, en una casa colonial en el viejo imperio colonial británico en África. Para que haya jardinero, tiene que haber un jardín. En esa casa hay un jardín. Es África. Pero no hay peligros, ni fieras depredadoras, ni siquiera serpientes. La comida era abundante. El sol benigno. No hay piratas, ni filibusteros. Ni caníbales. El peligro del jardinero es otro, es un mundo interno que se cae parsimoniosa e irremediablemente.
El sofisticado juego de la prosa de Guillermo Martínez Wilson permite que una puerta (la traducción) conecte con otro sitio, una historia de los dos lados, la del otro mundo, la del revés.
No es casualidad que la historia del cuento se realice en el lugar de nacimiento del escritor Coetzee, y que ese lugar sea Sudáfrica.
Como un alegorista posmoderno, Guillermo Martínez muestra que su novela no desea hacer una mímica de la realidad, un reflejo de la realidad. Desecha esa burrocracia del realismo autobiográfico, donde un escritor joven escribe sobre un escritor joven, un gay sobre un gay, y una feminista sobre una feminista. Obritas como espejo.
Alejándose de ese mimetismo sin aura, Guillermo Martínez hace novela creativa y nos persuade de su historia.
Lo que pretende Guillermo Martínez Wilson es nombrar el fracaso o las limitaciones de los bastimentos humanos en las que los valores, las ideas, las acciones se pierden en la corriente. Un mundo se disuelve y también los personajes se borran como rostros dibujados en la arena en los límites del mar.
Resulta una novela inteligente, con los pastiches, los juegos metatextuales y todo aquello que, desde los años 80 del siglo pasado, comenzamos a clasificar como posmo en la literatura.
El traductor habla sobre una descomposición o lento hundimiento, cuyo eje principal es el asedio al acto de creación literaria misma. Justamente, uno de los aspectos más interesantes en esta novela es la reflexión y el autoanálisis de la escritura misma. Con la necesidad para que personajes adquieran sentido, Guillermo Martínez Wilson utiliza la figura de un traductor, para reflexionar sobre el oficio de escribir, sobre los deseos de intervenir para censurar o reorientar el cuento.
El traductor es un muy buen libro, una valiosa muestra de la lucidez.