Nóbel y
Parra: Amor, política y suecos
Por Omar Pérez Santiago
(Utopista pragmático,
agosto 2003)
Sergio Badilla,
creador de la poesía transreal (Saga Nórdica,
1996), tiene una chispa de saber al afirmar que Don Nicanor
Parra, tiene dificultades para recibir el premio
Nóbel.
No es sólo que la escritora sueca Sun
Axelsson (Estación de la noche,
1995), la
ex novia de Parra, se opusiera por ira de dama herida, como especula
la prensa. Ella era (bella, muy bella) una joven miliciana de una
rosca, una kotteri, como dicen los suecos. (“La sociedad es una unión
de kotterier”, escribió Strinberg). El jefe de esa eficaz liga
literaria, Arthur Lundkvist, se convirtió, en 1968,
en el miembro 18 de la Academia. En esa kotteri estaban, además,
su mujer, la danesa Maria Wine (una poeta erótica mística:
“Disolveré mi cuerpo en átomos”, escribió en
su debut el año 42) y el poeta y traductor de fuste, el largo
y delgado Lasse Söderberg.
Lundkvist era un coloso y un irreverente, no se dejaba impresionar,
y apostaba por lo que creía. No vino a marcar el paso. Apoyó
al Nóbel a Beckett (1969), a Neruda
(1971), a Aleixandre (1977), a García Márquez (1982),
a Simon (1985) y a Paz (1990). Taponó a Amado,
a Greene y a Borges. Criticó públicamente el premio
a Golding (1983) y a Cela (1989).
Lundkvist conoció a Parra, hace ya más de 40 años
en un piso en Estocolmo, y no era mayormente de su gusto. Lundkvist
murió en 1991 y la silla 18 fue ocupada por la joven francófila
Katarina Frostenson. Wine murió
ahora en el 2003. Lundkvist era demasiado opulento para haberse dejado
influenciar por la ojeriza pasional de una pupila, y no traducir a
Parra. Hay razones más de fondo. Lundkvist era de izquierda
e izaba el pendón del llamado tercermundismo. Son los años
sesenta y el ritual era cubanísimo. Lundkvist publicó
el libro Sa lever Kuba (Así vive Cuba, 1965).
Söderberg publicó Ros för en revolution, (Una
rosa para una revolución, 1972) y seleccionó y tradujo
la antología de poetas cubanos Kubas poeter drömmer
inte mer (1969).
¿Qué tiene que ver? Los cubanos, entonces, se pelearon
con Parra. Fue a raíz de ese affaire llamado: “Té de
Parra con la señora Nixon”. Parra visitó la Casa Blanca
en 1970, durante la ofensiva militar yanqui a Camboya, y saludó
a Patricia Nixon. El mundo ya era globalizado y la performance comunicacional
impactó como bomba de racimo. Los cubanos lo sacaron del jurado
de Casa de las América de ese año. Parra pidió
“justicia revolucionaria” y “rehabilitación urgente”. Fue negada.
“Como revolucionarios condenamos su confianza en el imperialismo”,
decía la carta visada por Roberto Fernández Retamar.
En Chile los rojos tampoco lo disculparon y le dieron como caja. El
presidente de la SECH, Luis Merino Reyes, lo trató de
“ególatra y sexagenario hippie”. El diario Puro Chile
escribió que era “chupa medias de Nixon”. Carlos Droguett
lo trató de “basura temblorosa”. Luis Sánchez Latorre
(Filebo) habló de “acto de deserción” y “ombliguismo”.
German
Marín dijo que “el poeta es víctima
de su propia ambigüedad” y Mahfud Massis afirmó
que “sentía una inmensa pena” por Parra.
Parra se protegió a cachetadas: “los enemigos son los pelotudos,
los conformistas incondicionales, los robots”. “Droguett es un escritor
mediocre y como persona es un hijo de puta”, “Massis es un resentido
literario y un robot que no sabe pensar por sí mismo”.
Combos iban, combos venían. Un debate de nivel, un fino debate,
en una era de controversias y de guerra fría. Así fue
como Parra quedó atrapado en las redes de la guerra fría.
Y como el mundo ya era globalizado, en Estocolmo, obvio, la kotteri
pro cubana también escuchó y tomó nota.
Y vino el golpe y la dictadura de Pinochet no iba a mover un soldado,
y no movió un soldado, por la poesía en general, y por
Parra en particular. Cuando llegó Alywin, varios, en la medida
de lo posible, se hicieron los suecos.
Parra es un independiente. Y los autónomos son mal vistos.
(Digámoslo bajito para que no escuchen las eminencias grises:
también Chile es un país de kotterier y nomenclaturas).
Los años pasaron vanamente y la lucha por el Nóbel a
Parra arrancó tarde y, además, manía insular,
para consumo interno de las masas. Un Premio Nóbel significa
dignidad, amplitud cultural, educación y estímulo para
los jóvenes. Por eso la ineptitud de país es asaz imperdonable.
Vean la diferencia: Gabriela
Mistral recibió,
en 1945, el Premio Nóbel. Su candidatura fue lanzada años
antes por el mismo Presidente Aguirre Cerda que impartió
instrucciones a su embajador en Francia. Este encargó a Salvador
Reyes, Cónsul chileno en París, que pagara un traductor
para una antología de Mistral. Finalmente encontraron al escritor
de Malmö, Hjalmar Gullberg, quien la tradujo al sueco.
¿Ven la diferencia? Así se hacían las cosas antes.
Hubo apoyos aislados a Parra. Ya en los años ochenta, el mismo
Badilla sugirió al sueco Leif Duprey (cuyo real apellido
es Gustavsson) que tradujera a Parra. La traducción esperó
un editor. Pero no había apoyo. Tampoco nadie activó
la redecilla literaria chilena en Suecia. Por ej.: los poetas Sergio
Infante (su ultimo libro: La del alba Sería, 2002),
Adrián Santini (Contradanza, 2002), Rubén
Aguilera (Cerditos de Sabio Rabo, 2000) y Jesús
Ortega (Para hablar con las musas, 2003). No se usó
el know how, los contactos y el poder de producción
cultural, por inopia de la clase política. Recién ahora,
año 2003, se publica la traducción de Duprey, Manchas
en la pared, esta vez por brío y afan personal del agregado
cultural, Julio Numhausser, que siempre estuvo informado.
El otro riesgo. Desde abajo nuevas generaciones presionan y buscan
imponer, con justa razón, su estética y su ética.
Ya ven, el tiempo pasa y es implacable. En la literatura, en el arte
en general, nadie llega poniéndose a la cola, como creen los
ingenuos. No es por edad ni por orden de llegada. Es por presencia
y actualidad, como en todas las cosas de la vida. Y se produce un
tenue temblor de tierra: también otros chilenos podrían
postular al Nóbel. Por ejemplo, el trascendente Premio Nacional,
Gonzalo
Rojas.
Por eso, los móviles amorosos –el gusto por la carne escandinava
y una dama despechada- en la que se solaza hoy cierta prensa, es facilismo
mediático. Así se escamotean las tareas nacionales.
Farandulizan la noticia con chismeo literario. Así, los que
no leen poesía, ni les interesa la literatura, pueden charlar
en el postre -muy solemnes o muy sueltos de cuerpo- de como una mujer
jodió a Parra con el Nóbel. Al mismo nivel de comentar
que Raquel Argandoña no quiere darle la separación a
su esposo Eliseo Salazar.