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El Ángel de la Patria Novela de Jorge Marchant Lazcano

EL TEDIO, LA TOSQUEDAD, LA SOSERÍA, LA FARSA Y EL DOLOR DE UNA PATRIA

Omar Pérez Santiago
http://omarperezsantiago.blogspot.com/


Llovió todo el día.

Salí del metro y al trasponer la Alameda el agua se filtró por uno de mis zapatos y mojó el calcetín.  Por el puente Pío Nono crucé el río Mapocho que arrastraba mucha agua. Ingresé al viejo, viejísimo barrio de La Chimba, donde viví hace más de veinte años atrás. La esquina de Bellavista y Pío Nono hoy es un edificio alto de una universidad privada. Detrás de ella, una inmobiliaria construye edificios de departamentos, una mole de unos 30 pisos (quizás más) que ya le dan a esta zona, tradicionalmente dotada de casas de un piso, una amenaza espectral. ¿Qué va a ocurrir con este barrio cuando cientos de gente vengan a ocupar estos pequeños, minúsculos y numerosos departamentos? ¿Quiénes ganan con estas aberraciones?

Por atrás, a la calle Pinto Lagarrigue le han colocado luces que salen desde el piso y mantiene un aire bohemio y pueblerino. Hacía tiempo que no visitaba La Chimba. El local del sindicato de actores también está cambiado, se entra por un costado, donde hay un patio interior que llega a una sala de teatro pintado de negro, donde las sillas están colocadas hacia arriba, como un pequeño anfiteatro o cámara negra.

En una esquina del escenario hay una mesa y alrededor de ella está sentado el escritor Jorge Marchant Lazcano, la actriz Bélgica Castro, el escritor Oscar Contardo y la representante de la editorial Grijalbo. Ahora presentarán la nueva novela El Ángel de la Patria de Jorge Marchant Lazcano. Escucho, luego compro el libro, le pido al escritor que me lo firme. Saludo a unos amigos escritores, me tomo una copa de vino y salgo. En la puerta está Dittborn, con un sombrero como el mío.

-Se han puesto de moda los sombreros, le digo.

-Sí, me dice.

Me voy de vuelta, cruzo el río.

Sigue lloviendo.

Ángel Ruiz

“La sociedad chilena se compone de oligarquía mezclada con plutocracia, en la cual gobiernan unas cuantas familias de antiguo abolengo unidas a otras de gran fortuna, transmitiéndose, de padres a hijos, junto con las haciendas, el espíritu de los antiguos encomenderos o señores de horca y cuchillo que dominaron al país durante la Conquista y la Colonia, como señores soberanos.”  Luis Orrego Luco, Casa grande, 1908. 

Ángel Ruiz, protagonista de la novela, vivió, -al igual que yo- en La Chimba. De mayor, en Valparaíso se subió a un vapor de carga con dirección a Europa. Ángel regresa a Chile después de haber hecho su vida en Europa y –como un exiliado “retornado”, igual que un viajero, o un aventurero- la endogámica sociedad chilena le aparece chica, falsete, “mediocre y acomplejada”. Y así vuelve para develarnos las verdades incómodas de esa petite société de comienzos del siglo xx, que transitaba por la Alameda, Avenida España, la Gratitud Nacional y la Confitería Torres. Confitería Torres donde hace cien años el presidente Ramón Barros Luco inventó el pan con jamón y queso, el hoy respetado sándwich “Barros Luco”.

Ángel Ruiz  recuerda  desde los márgenes, después de haber vivido y tener ya plena consciencia y distancia de los hechos, como su madre lo entregó al  Asilo de la Patria, donde se acogieron hijos de los muertos (“tiernas avecillas…sin pan y sin abrigo”) de una tal Guerra del Pacífico o del Salitre. Ángel llega allí, según nos enteramos, por oficios de un señor influyente, quizás su padre.  

Sexo perro

Los personajes no tienen grandes instantes de alegría en esta novela, constato. Hasta las relaciones que deberían ser placenteras, gozosas o sensuales, -como las sexuales, por ejemplo-, parecen violaciones. Parecen relaciones de perros. Canes parecen dos jóvenes en el asilo, Juan Aldea y Lucrecio Núñez. “Hincados en el suelo, para que la cama no lo denunciara con sus sonidos, Aldea lo doblegaba de a poco, con los camisones arremangados, aferrándolo por la cintura como un perro: Lucrecio Núñez en cuatro patas y el semen de Julio Aldea escamoteado en el interior del pobre muchacho.” Perro parece también un señor Bascuñan que se acuesta con la madre de Ángel. “Sucede una pequeña e inútil batalla entre la debilidad de mi madre y la fortaleza del macho que la derrota”. Parece que en ese mundo, el de la novela, los vecinos no saben hacerlo de otro modo y los cuerpos parecen convertirse en representación de asuntos sociales latentes.

Marchant Lazcano dibuja también una relación sexualmente frustrada, de Ángel con su amiga Nina, como una enferma relación de hermanos,  y la convicción Electra de Nina, que desea vengar a su padre, de la traición de su madre.

Primero: caridad privada y el rol del Estado

La narración avizora los problemas y tensiones que atraviesa esa sociedad. Pero la novela no busca épater le bourgeois. Quizás sí, epatar a la Iglesia Católica, una gigantesca ONG, con espíritu de omnipresencia, cuyos dirigentes son “los guardianes de un Dios que había creado los deseos sexuales para luego condenarlos”.

Existe una tensión –acallada, escondida, ¡pobre del que hable de ella!- entre beneficencia bajo diversas modalidades operativas y la transparencia de esas operaciones. El Asilo de la Patria, institución impulsada por un directivo católico de apellido Jara, recibe contribuciones de la sociedad, incluido el Estado y que abre el conflicto entre clericales y liberales. Hay sospechas contra la institución debido a que los terrenos adquiridos con fondos públicos para que funcionara, se usarían para construir un edificio religioso, bajo tutoría eclesiástica.

Segundo: la educación segregativa chilena

El Asilo de la Patria educa a los niños de acuerdo al nivel social. “Rápidamente descubrí que nos educaban de forma diferente de acuerdo a nuestro nivel social.” Los niños no van al asilo para ser educados y ser mejores personas. Un curriculum diferenciado para los niños de acuerdo a si eran huérfanos de oficiales o de simples soldados rasos y los esbozos de una instrucción orientada hacia un oficio proletario.

Tercero: la corrupción

Ángel Ruiz  relata desde los márgenes sobre las duras y rígidas redes privadas, religiosas, y las iniciativas de un asistencialismo de Estado. Pequeños episodios que alimentan la chamuchina, la camorra: como el descubrimiento de la falsedad del parentesco filial de uno de los internos con un luchador del combate naval de Iquique. El cura que organizó todo es acusado de quedarse con el dinero.

Yo aprecio la novela y su modo realista como novela política, en tanto insumo para la discusión presente sobre temas del escenario chileno y latinoamericano: las políticas hacia la infancia (La Junji), la educación estratificada (los pingüinos y la educación privada), el rol de la caridad (Techo para Chile, Teletón, pesos de los supermercados).

En fin, el Sueño Chileno, el ethos nacional de prosperidad y que termina casi como siempre: la vida cercenada por  el tedio, la tosquedad, la sosería, la derrota, la farsa o el dolor.

En la novela, el apoyo a las víctimas no es exitoso, los organismos creados para atender a las viudas, huérfanos y sobrevivientes de la guerra no funcionan. Ángel vuelve a cruzar el río, para volver a la casa de su madre en La Chimba. En la novela queda claro que muchas víctimas, al fin quedan abandonadas. Los rotos (o los flaites) abandonados deben volver a  reinsertarse en los mismos esquemas de explotación laboral.

Y el presidente Ramón Barros Luco inventa su sándwich de jamón con queso, un “Barros Luco”, en la Confitería Torres.

Mientras afuera empiezan los estadillos sociales.

 

 

 

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El Ángel de la Patria Novela de Jorge Marchant Lazcano.
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